Carmen Ramallo
Pronto a
cumplir cuatro años llegaría el regalo tan ansiado, mi hermanito. Por fin,
saldría de la pancita de mamá, ya dejaría de acariciarla a ella, para tocar a
mi muñeco de carne y huesos. Sabía que faltaba poco, porque salían corriendo al
médico y nosotras íbamos de mi tía Delia o bien mi prima Fani, quien vendría a
cuidarnos.
Sería María
Eva o Juan Domingo. Cuánta ansiedad para esos tiempos, 1964; al menos, por
estos lados no existían las ecografías. Había que esperar nueve meses. Una
madrugada mamá comenzó con dolores y salieron rápido a Rosario en busca de mi
hermanito; para mí, le iban a hacer una puertita en la panza para sacárselo (lo
de la cigüeña era un cuento). Ya no dormí… 18 de septiembre, sería una fecha motivacional
para todos.
Por la
tarde, mi papá nos llevó al sanatorio a conocerlo, porque fue Juan Domingo. Yo quería
agarrarlo, no sé qué sentiría mi hermana, pero yo estaba feliz. Creo que mi
papá, para esa época fue el hombre más feliz de la tierra, aunque siempre supe
que por culpa de mi abuela materna no fui María Eva; pero mi papá tuvo su general
en la familia. Jajaja.
Aún
recuerdo el día en que llegaron a casa, escuchamos el auto y todos corrimos
para recibirlos. Es cierto que se olvidaban de la mamá cuando llegaba un bebé a
la familia, sin contar que una semana fue un desfiladero de gente. Hoy pienso:
pobre mi madre. Cuántas cosas ignorábamos sobre el descanso de la madre, la
intimidad de la familia, el inicio de esa vida al exterior. Algo ha cambiado
hoy.
Mi
hermanito fue lo más, como dicen los chicos hoy. Él era mi muñeco de carne y
hueso. Sabía llorar, hacer, pipí, tomar la teta y también la mamadera.
Me gustaba
sacarle el chupete y ponerlo en mi boca hasta que comenzaba a llorar: “No llore
mi bebito”, le decía; y pensar que yo era pequeña. Cumplí mis cuatro años nueve
días después de su nacimiento. No recuerdo si hubo fiesta. Sin rencores, yo ya
tenía mi regalo por anticipado.
Solía
sentarme en una sillita de madera y paja y miraba embelesada, cuando mi mamá lo
amamantaba. Cuando pasaron unos meses le pude dar la mamadera. Escribo y me
parece estar viviendo ese momento, lo amé con toda mi alma.
Cuando
cumplió su primer, año sé que hubo mucha gente, familiares, amigos, personas
que yo no conocía desfilaron todo el fin de semana (sí, dos días duró el
festejo, contaba mi mamá), como dice el refrán “la casa es chica, pero el
corazón es grande”; y así era nuestra casa era de madera forrada en hojalata y
una parte de ladrillos, pero siempre había concurrencia porque mi padre era secretario
General de la UOCRA en Rosario, pero con la honestidad de aquel entonces, donde
la militancia era un compromiso con el otro.
No me
quiero ir del tema este primer escrito, de mi historia se lo dedico a él a mi
hermano.
Un día,
entre tantos recuerdos lindos, como llenarlo con maicena hasta la cabeza para
cambiarle un pañal, jajaja, se enfermó. Tenía cuatro años y convulsionó repentinamente,
nuestras vidas ya no serían las mismas. Ellos, muy abocados a mi hermanito, su diagnóstico
era Epilepsia. Al principio me asustaba mucho, pero a veces sucedía cuando no
estaba papá, y tenía que reaccionar ir en busca de mi tía para que acompañe a
mi madre al médico. Con el tiempo, aprendimos a controlar la situación. No había
que asustarse, porque él volvería en sí, cansado de sus ataques, pero volvía a
ser él. Volvía estar con nosotros, conmigo.
La
medicación permitía que no convulsionara, pero siempre le restaba luces o lo ponía
hiperactivo. Hoy diríamos que era un niño con TDAH, pero para aquellos tiempos
era un niño molesto, terrible, incontrolable… era para una escuela especial…
pero los médicos no acordaban… Si me habré peleado con los niños que lo
molestaban o se burlaban, porque siempre hacía cosas de un niño dos años más
pequeño. Ahí, nacía el bullying, pero de eso no se hablaba. Cuántas
cosas cambiaron para bien.
Fue
creciendo como gran persona que era, pero en ese peregrinar se nos iba
escapando de las manos. Mi padre ya no estaba. Nuevamente quedamos destruidos, se
lo llevaron los militares y Juan Domingo creció con mucho dolor y bronca buscando
por todas partes donde se le ocurría que tal vez mi padre se había escapado y
ahora, como consecuencia de las torturas, tal vez no supiera quién era; y, así,
anduvo por la vida hasta que decidió formar pareja. Tuvo dos hermosas hijas,
que amó más que a su propia existencia…
¡Pero la
vida se había ensañado con nosotros! Y un día, después de haber festejado el Año
nuevo, y ¡qué año!, era 2002, terrible, volvimos felices de haber compartido
con su familia, en General. Roca, pero con la tristeza que nos empañaba cada
vez que debíamos separarnos. Recuerdo su abrazo penetrante y llorando me decía:
“Quédate tranquila, hermana, yo ahora voy a hacer un hombre nuevo”. Pasaron
diez días de ese acontecimiento y nos llamaron para decirnos que se había
ahogado en un canal. No lo podía creer mi madre. Mis hijos, mi marido, todos
estábamos viviendo una locura; no podía ser; habíamos estado vacacionado.
Volvimos a
General Roca sin plata y con un corralito que limitaba a nuestros amigos a
ayudarnos, pero logramos viajar. Fue una pesadilla llegamos y buscamos por dos
días su cuerpo, hasta que lo encontraron. No querían que lo viera; pero me abalancé
sobre él y allí estaba como si nada hubiera pasado como si sólo durmiera una
siesta y estuviera soñando algo lindo. ¿Se habría encontrado con mi padre?
Me quedo con todo lo vivido, el orgullo de haber sido su hermana y el regalo de dos amadas sobrinas, tan bellas personas como él.
Tal vez sea un taller para contar cosas más gratas, pero esta es mi historia y estas primeras palabras son dedicadas a mi hermanito. que bien honró su nombre y apellido, Juan Domingo Ramallo, 18/09/64-23/01/02.