domingo, 29 de septiembre de 2019

Aquel accidente

Nora Rotger

Era el año 1975, veníamos de pasar un fin de semana en Buenos Aires y volvíamos en tren, ya que como familia de ferroviarios teníamos pases gratis. Eran la 19.30, aproximadamente, ya anochecía, habíamos partido de Retiro a las 18,30. Yo venía estudiando porque al otro día debía rendir un parcial en la facultad y mi mamá dormitaba a mi lado.
De pronto, el tren se detuvo, en el medio de la nada, pensé en algún desperfecto mecánico, pero después supimos que fue un error de señalización, un error humano.
Nada llamaba la atención, el tren era un medio de transporte seguro, eso creía, hasta que luego de un rato sentí un golpe espantoso, un ruido estremecedor, gritos, llantos, quejidos, todo era un caos. ¿Qué había pasado? En primer momento, pensé en una bomba, en esa época no eran raros los atentados con bombas, y ahí me quedé, ¿Cuánto tiempo? No sé, solo sé que todo era oscuridad, no me podía mover, estaba atrapada por hierros retorcidos.
Empecé a buscar a mi derecha, donde estaba mi mamá, pero no la encontraba. La empecé a llamar y ella me respondió; luego, otra vez el silencio y la oscuridad.
Estábamos ente Zárate y Campana, los bomberos y las ambulancias tardaron en llegar, no sé cuántas horas. Después, sentí una luz potente sobre mí y un bombero que me decía que me iban a sacar, empiezan a cortar los hierros y las chispas volaban a mi alrededor. Luego, ese fatídico tanque que derrama un líquido caliente sobre mi, una mezcla de agua y algún combustible que quema gran parte de mi cuerpo.
Me sacan, me dejan a un costado de la vía, sobre una camilla improvisada con una puerta de un vagón, esperando a la ambulancia para que me traslade.
Llego a un sanatorio de Campana, sola, sin saber que había pasado con mi mamá, me hacen las primeras curaciones y otra vez la oscuridad y el silencio.
Ya al otro día llegaron algunos familiares, una tía y mi papá. Pasan los días, me llevan Buenos Aires al Instituto del Quemado; luego, a una clínica particular y allí pasan una, dos, tres semanas. Estuve internada durante dos meses, lejos de mi familia y de mis amigos. Luego, fue volver y empezar otra historia, era como comenzar de nuevo.
El accidente dejó muchas cicatrices en mi cuerpo y en mi alma.
Las cicatrices del cuerpo a los 19 años importaban mucho, tanto que no me permitían salir, que me vieran. Pasé casi tres años cubierta con un pañuelo en el cuello que disimulaba y tapaba mis heridas, no usaba mangas cortas ni traje de baño. Nada de eso existió para mí por muchos años.
Entré en una profunda depresión, no quería salir ni que nadie me viera.
A pesar de las terapias y los esfuerzos de mi familia, no lograban sacarme, nada me entusiasmaba y hasta ese noviecito que tenía también se alejó.
Hasta que un día me llega una tarjeta de participación de casamiento. Se casaba Patricia, mi amiga, y tenía que ir a verla, debía hacer el esfuerzo.
Fue mi primera salida, fue el empujón que necesitaba; y su abrazo fue la fuerza que me hizo sentir que ya era hora de volver.
Retomé la facultad, me recibí, me casé, encontré otro novio, que me quiso con cicatrices incluidas y que por cuarenta años siguió acariciando. 
A Patri, no la vi por muchos tiempo. Hace tres nos reencontramos y hace pocos meses reviví nuevamente ese abrazo. Otra vez yo con un problema de salud, internada luego de una cirugía y ella, al lado de mi cama, dándome la mano, como ayer, como siempre.

1 comentario:

  1. Cuantas sensaciones que despierta tu historia!! Sobre todo genera admiracion por tu superacion y por el valor de la amistad.

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