domingo, 8 de septiembre de 2019

Nieve única

Hugo Longhi

Vacaciones. Palabra dura, que se suaviza ante nuestros oídos por su significado.
Aquel lunes 16 de julio de 1973 yo comenzaba mis vacaciones de invierno en la escuela secundaria. Creo que amaneció nublado y frío. Digo creo, porque ese día me regalé el placer de dormir hasta bastante entrada la mañana.
Yo vivía en un barrio de esos en que la gente aún conservaba la naturalidad y el lenguaje aprendido lejos de las academias. Y, cada vez que sucedía algo fuera de lo normal, se reunían para comentarlo asombrada y enérgicamente.
Desde la cama me pareció escuchar un diálogo de ese tipo entre mi mamá y una vecina. “¿Vio?, está nevando”, dijo esta última. Eso me hizo levantar con sobresalto para asomarme y ver por la ventana que daba a la calle algo similar al “agua-nieve”, una especie de lluvia más espesa que, con el correr de los minutos se fue transformando lisa y llanamente en nieve.
Omití destacar que el escenario era Rosario, ciudad donde nunca había sucedido este fenómeno atmosférico y por lo tanto causó gran revuelo. Imagínense para un chico de quince años, como tenía entonces.
Era cerca del mediodía y todo el barrio había salido a la calle a dejarse abrazar por ese elemento que fluía del cielo, vaya a saberse por qué. Pero eso qué importaba, lo hermoso y único era la nieve que podíamos ver, tocar y un poco más tarde acumular como para intentar armar alguna figura.
Lástima no haber tenido una cámara de fotos preparada con rollo para inmortalizar el momento que se extendió por casi una hora. Los celulares y las selfies llegarían demasiadas décadas después.
Quedó pues solo el recuerdo imborrable en mis retinas y mi memoria. Tal vez, la crónica periodística en el diario de la ciudad o alguna borrosa filmación televisiva que sobrevivió. Nada más que eso.
Pero la emoción y la alegría de haber sido protagonista del hecho insólito no me lo quita nadie. Más adelante volvería a chapotear por la nieve en Bariloche, en el ritual viaje de egresados y, vaya casualidad, ese 9 de Julio que me encontró azarosamente en Buenos Aires cuando los porteños disfrutaron de algo similar a nuestro Julio de 1973.
La naturaleza, egoísta, nunca más nos regaló otro día así a los rosarinos. Lo esperamos cada vez que se anuncia una ola polar, pero no. Bueno, yo tuve ese regalito inesperado. Fue un comienzo de vacaciones distinto, que fue obligado comentario entre mis compañeros al regresar a clase dos semanas después.
Y de puro curioso los consulto. ¿Qué hicieron ese día?

2 comentarios:

  1. Rondaba los veinticinco años ese día, saqué a mi hermanita al patio para que con sus diez años tuviera algo diferente que recordar.
    Gracias por el recuerdo.

    ResponderEliminar