jueves, 27 de mayo de 2021

El sueño del pibe

 Y cómo no voy a recordar. Eran mis comienzos. Ya promediaba la década del sesenta, con mis primeros veinte años, como así también mis primeros acordes. El pibe quería ser músico, subir a un escenario y que las chicas lo admiren. No era fácil, faltaba lo más imprescindible, conocimiento y práctica, pero por suerte sobraba coraje y entusiasmo.

En aquella época los escenarios solo eran los bailes y la música solo era bailable, para poder trabajar solo quedaba adaptarse. Así, hubo que acostumbrarse a tocar pasodobles, tangos y cumbias mezcladas en el repertorio. El ambiente estaba dividido entre los comerciales y los beat, estos últimos tocaban temas en inglés o lo último del rock nacional, mientras nosotros los comerciales hacíamos bailar a los espectadores. Fue una época linda, donde se trabajaba incluso en zonas como el norte de la provincia de Buenos Aires o en la vecina Entre Ríos.

Siempre que podíamos incluíamos algún tema de los de Liverpool o incluso de los Rolling. Algunos tenían letras en castellano, ya que muchos conjuntos nacionales las habían grabado, incluso Sandro cantó temas con versiones arregladas para él.

Era raro tras un tema italiano, francés o inglés muy conocido, tocar un chamamé, tarantela o cuanto ritmo quisieran bailar, aunque nuestro fuerte era el melódico. Para la juventud era el momento propicio para intimar dentro de la pista, si era posible ocultos dentro del grupo, aislados de las madres.

Costaba conseguir un contrato hasta que nos fueron conociendo. A medida que trabajábamos nos íbamos equipando para poder actuar en ambientes más grandes como eran las pistas de los bailes de carnaval con varios miles de personas, incluso los corsos de localidades donde se abarrotaban de varios pueblos de los alrededores y compartíamos cartel con artistas de renombre, incluso internacionales.

Fueron años de compartir la nube de polvo, que se elevaba de las pistas de tierra y el humo de la parrilla en escuelas perdidas en medio del campo donde con una carpa y con la ayuda de un generador se armaba la fiesta. Allí, nos recibían como artistas esperándonos con un asado.

Al final de la noche, había que desarmar rápido y guardar todo antes de que apagaran el generador, para volver a casa ya con el sol asomando en el horizonte.

Luego, todo fue cambiando y los grupos fueron quedando relegados. La música tropical fue ganando terreno y esos grupos acapararon los lugares bailables. Luego de deambular por muchos rejuntados para tocar en lugares muy diferentes que iban desde discotecas a tugurios, fue hora de colgar el instrumento y volver a ser un ignoto exmúsico y atesorar recuerdos de veinticinco años de una aventura que hoy puedo contarle a mis nietas, con unas pocas fotografías en blanco y negro que se arrumban en un cajón.

Ha pasado mucha agua bajo el puente. Bueno, al menos eso me dice el espejo.

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