jueves, 6 de noviembre de 2025

Papa p’al loro

 Beatriz Prince

 

En 1987 ocurrieron tres sucesos que me generaron distintas emociones. El Papa Juan Pablo II visita argentina en el mes de abril y en su paso por Rosario un compañero de estudio de Rubén (mi marido) nos invita a tomar mate a su departamento, ubicado en Santa Fe e Italia, para ver pasar al papa móvil y su comitiva. ¡Todo un acontecimiento!

Rubén y su amigo (Juan Manuel) estaban estudiando Veterinaria e iban todos los días a Casilda a cursar.

En esa época Rubén trabajaba como tipógrafo por la mañana en la Municipalidad de Rosario y luego viajaba a Casilda, ¡todo un esfuerzo! Un día decide renunciar pues no estaba de acuerdo con varias cuestiones y con la ética del lugar. Yo lo consideré una valentía, ¡no fue fácil!

Ya vivíamos juntos y decide mudarse a Casilda y ponen con un amigo una veterinaria con venta de plantas y pájaros. Yo, en mis clases de dibujo, lo dibujaba trabajando en el local con las puertas de las jaulas abiertas y los pájaros sueltos volando por la casa.

En la veterinaria tenían un loro viejo, queridísimo por todos: estudiantes, amigos, vecinos y clientes. Imitaba todas las marchas: La Internacional, la Peronista, la Radical y de acuerdo a quien llegaba cantaba la correspondiente y, si una chica entraba o pasaba por la puerta, silbaba el típico silbido de piropo (fui fuiuu).

Cuando por las noches había guitarreada, cosa que sucedía muy a menudo, al otro día Harry, el loro, intentaba dormir cubriéndose la cara con las alas, por la luz.

Una mañana llega mi marido a casa con el loro dentro de su jaula y me dice: “Harry se enfermó, está triste, no quiere comer hace unos días, no habla, no silba”. ¡Tremenda noticia, que me entristeció! Una mañana, estando sola con el loro, mientras preparaba mis clases de Hatha Yoga y Técnicas corporales, porque soy instructora, se me ocurre una idea. “Una idea es como un beso”, dice mi amiga Flor Balestra y pienso: “¡Si el nació en el litoral, como yo, es probable que su música de cuna sea el chamamé!”. La misma que me acunó, pues mi mamá escuchaba radio Goya, que estaba enfrente de Reconquista, ciudad donde nací.

Sin dudar busco un casete, lo pongo, y suena un “chamamé maceta”, vibrante y colorido. Al rato, en cámara lenta, Harry corre el ala de sus ojos, se incorpora y yo lo aliento diciéndole: “¡Vamos Harry, vamos, tenés que vivir!”. De repente, gira en su trapecio y comienza a emitir sonidos, y al final algo así como un débil sapucai.

¡Yo no entraba en mí!, el loro reaccionó. Corro a buscar comida, preparo un plato con frutas, semillas, nueces y el alimento que considere aceptara. Y así, lentamente, comenzó a comer.

Nuestro living se convirtió en una “bailanta” y yo, exultante y feliz, comencé a bailar también. Así nos encontró Rubén al mediodía, meta baile y sapucai.

Días después vuelve a Casilda y yo sigo visitándolo.

Un día uno de los estudiantes lo asusto, Harry trepó por los techos y no volvió. En mi fantasía, voló tras los acordes de un acordeón que le alegro el corazón.

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