Susana
Olivera
Continuamos nuestro viaje a Tanti
después de habernos quedado un tiempo en Ordóñez para permitir a mis padres
políticos que recordaran tiempos pasados. Ya en el auto siguieron con los
relatos de su vida de entonces.
“Había muy buena caza en Ordóñez,
nuestro tercer destino como jefe de estación. Caza de perdices y martinetas.
Sabía salir los domingos después del despacho de los trenes y me acompañaba mi
fiel perro Top. El Top era muy hábil e inteligente para ayudar en la faena. No
sólo me alcanzaba la presa abatida hasta mis pies sino que me indicaba donde
estaban escondidas. Estiraba la mano derecha para marcar las perdices y la
izquierda, para las martinetas.
Yo cazaba lo necesario para consumo
nuestro. Pina las escabecheaba tan bien que duraban todo el año. Eran aves muy
hermosas, a veces las martinetas alcanzaban un peso de entre ochocientos y
novecientos gramos”.
—Sería por 1937, ¿verdad
Pina?, porque ya había nacido Jorge. Corría el mes de mayo, mes en que se sale
a cazar. Un cambista, Pantaleón Bucciarelli, se había ofrecido a acompañarme.
Era un hombre alto, delgado, inquieto, gran asador y buen cocinero: sus locros
eran para chuparse los dedos. Hablaba un castellano chapucero.
—Vos no necesitabas su
compañía. Era muy desagradable… desprolijo, vestía un pantalón que le quedaba
grande sujeto con tiradores que ponía encima de una camisa eterna y eternamente
sucia, y alpargatas sin medias. Olía mal. Uno sabía que se acercaba por el olor
que llegaba antes que él. Se tapaba la melena rojiza y de rulos duros como
cañones con una boina negra.
—Era buen ayudante y muy
servicial, cara.
—Pero, tenía la costumbre
de chuparse los dientes y hacía entonces un ruido molesto… como si… como si
estuviera azuzando a un caballo. ¿Y el eterno escarbadientes entre los dientes?
Nooo… Además, carraspeaba estruendosamente para arrancarse la flema, inflaba
las mejillas como si hiciera gárgaras y, entonces, las escupía lo más lejos
posible y lo hacía todo el tiempo. Era repugnante, Natalio. Y tenía ese
lobanillo rojo en la nariz…
Nosotros nos reíamos con la
descripción de don Pantaleón, ¡a pesar de que ya la habíamos escuchado en unas
cuantas oportunidades!
Jorge la miraba sonriente:
—Mamma, ¿y qué hacía con
la mano en el bolsillo?
—Ah, el muy asqueroso se
rascaba abajo del ombligo… claro, si no se bañaba nunca… Y, a veces, también se
rascaba debajo de los brazos.
La nona Pina no perdonaba nada en lo
que se refería al pobre Pantaleón.
Los dos recordaban al unísono y
completaban las ideas del otro. Pero el anciano jugaba a hacerla enojar.
—Vamos, cara, lo que a vos te molestaba era que
decía que tu escabeche era muy pobre de sabor…
—Él me quería enseñar a
mí. Decía: “Ehhh, doña Pina, te voglio dire questo no a gusto a niente. No me
piace cosi”
—¿Te acordás de lo que le
contestabas?: “Io lo faccio cosi perque me piace a me”.
—Y sí… a mí me gustaba
así. A todos nos gustaba como yo hacía las perdices y martinetas en escabeche…
—¿Te acordás qué le
dijiste el día que se te fue la mano con la sal y el picante?
—Sí…
—Le dijiste: “Io lo faccio
cosí perque me piace a me”.
Es decir, sabroso o insulso; lo que a
ella le gustaba era contradecir al bueno de Pantaleón...
“Me piace a me”. A la nona… no le
ganaba nadie. La última palabra era de ella.
—Les sigo contando.
Salimos con Pantaleón a la caída del sol. Salimos a caballo. Top iba adelante.
Estaba bastante fresco. De repente Top se detiene… Había encontrado unas
martinetas. Me bajé del caballo. Top hizo volar a una y yo apunté y la abatí de
un tiro. Un paso más y ¡otra! Y ¡otra! Bajé ocho piezas en menos de un minuto.
—¿Y Pantaleón? Seguro que
espantaba la caza a los salivazos- interrumpió Jorge.
—No, él también había
tenido suerte. Vos te acordarás, Pina, que trajimos piezas como para hacer escabeche
para todo Ordóñez.
—Ahora que viene la parte
de la preparación sigo yo- demandó Pina. Ese hombre quería orear las perdices y
martinetas sin desplumarlas y sin vaciarlas. Allí, yo me opuse terminantemente.
De mala manera y a los chistidos, porque no dejó de chuparse los dientes,
empezó a desplumarlas. Les ataba las patitas juntas y las colgaba de un alambre
que había atado en las ramas de un árbol. Yo se las descolgaba y las vaciaba
rápidamente.
—Era una pelea entre dos
campeones… ¿verdad, cara?
—Yo tenía la razón… Yo
siempre tengo razón…
—Ahh, mamma…- era Jorge
quien la interrumpía sonriendo-. Vamos, ¿siempre, siempre?
Disimuló el comentario y siguió
reviviendo el momento.
—Todas quedaron vaciadas
y desplumadas. Ahora venía la cuestión de dejarlas al rocío –como quería
Pantaleón– o protegerlas en la fiambrera
—¿Cómo era la fiambrera?
No había heladeras ¿verdad? – pregunté yo.
—No. La fiambrera era una
caja grande con travesaños donde se colgaban las presas y un fondo con una
bandeja. Tenía las paredes y el techo de tela metálica para que entrara el aire
y una puerta por donde ubicar las cosas. La nuestra era verde.
—¿A que adivino, mamma?
Las presas fueron a parar a la fiambrera.
—Claro, pero no las quiso
sacar al día siguiente. Quedaron colgadas varios días hasta que solas se
desprendieron de las patitas. Yo les sentía mal olor así que no comí de ese
escabeche. Para mí las presas estaban medio podridas.
—Claro, pero… no contás
lo que habías hecho al día siguiente… después de una noche que quedaron fuera
para orearse.
—Yo había sacado una
buena cantidad de perdices y las había escabecheado
por mi cuenta.
—Cara, yo probé de lo que había preparado Pantaleón y te aseguro
que era algo riquísimo.
—¿Y la mía?
— Pero… la tuya, cara, la tuya ahhh, esa era un manjar- reía
con un guiño picaresco.
Personajes pintorescos. Retazos de
vida, fragmentos de épocas felices, de gente sencilla, de cómo se vivía en la
soledad de las estaciones del ferrocarril. Vida serena, fresca, laboriosa.
Muy detalladas tus descripciones. ¡Te felicito!
ResponderEliminarGracias unknown... ¿Quién sos?
ResponderEliminarUn abrazo
Susana olivera
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