Marta
Susana Elfman
Llegaba Navidad y empezaban los preparativos. La familia se
reunía cada año en una casa distinta, dentro de las hermanas que vivían en
Rosario. Los demás hermanos la pasaban algunos en Buenos Aires y otras en
Álvarez, un pueblo que se encuentra a solo treinta y tres kilómetros de
Rosario.
Ese año íbamos de la tía Lala, que era la mayor de los 10
hermanos.
Tenía una casa confortable de esas antiguas, cuyo espacio más
grande era el patio, razón por la cual para esa fecha era la más cómoda; Las
hermanas se ponían de acuerdo días antes qué cocinaba cada una y los hombres se
ocupaban de las bebidas y por supuesto el día antes en una gran olla,
ayudábamos a cortar fruta para el clásico clericó. Se preparaba una gran tablón
con caballetes con lindos manteles, donde toda la familia comía cómodamente.
Después de la doce y de brindar en familia, mi tío sacaba una
mesa a la calle y el parlante donde cada vecino venía con algo para compartir y
brindar. Mis tíos vivían en Montevideo entre Paraguay y Presidente Roca. Después
de las doce, cerraban las esquinas cruzando un auto y, así, se compartía el
festejo.
El tío Luis, esposo de la tía Junita, otra de las hermanas
que vivían en Álvarez, trabajaba en una fábrica muy conocida por ese entonces
de pirotecnia y todos los años colaboraba con una gran caja de artefactos lumínicos,
que disfrutaba toda la cuadra (ruedas, velones, cañitas voladoras, rompe-portones,
buscapiés y demás).
Como marca la tradición, mi prima Mariana, que por ese
entonces tenía catorce años, me había invitado al gran evento de armar el árbol
de Navidad. Era bastante grande y para mí, con mis doce años, era algo que
disfrutaba.
Llevaba muchos adornos dado su tamaño, como unas frágiles
bolas de todos los colores, pues las de esa época se rompían de nada; moños,
muñequitos y colocábamos pequeños pompones de algodón, que imitaban a la nieve
del hemisferio norte y el ultimo toque, además de la gran estrella coronando el
árbol, eran unas velitas que venían en unos broches de metal, que se colocaban
dispersas por cada rama del árbol, ya que en esa época no había luces de
distintos tamaños, formatos y colores como en la actualidad.
Una de las observaciones de mi tía al pasar fue: “Chicas, le
pusieron demasiado algodón”.
Por supuesto, no nos dimos por enteradas y seguimos hasta
terminar nuestro trabajo, el cual admirábamos orgullosas.
Las velitas se prendían a las doce de la noche del 24.
Llego el día en cuestión y la familia se reunió en el gran
patio. La comida era tanta, que el 25 se volvía para comer al mediodía todo lo
que había sobrado de la noche anterior.
Sonando las doce de la noche, Mariana tomó la caja de fósforos
y se encaminó al comedor a cumplir con su ritual de las velas en el arbolito de
Navidad.
Fui tras de ella, pero no se me permitía colaborar en dicho
evento , ya que no era la dueña del árbol.
Empezó por las ramas más altas y, cuando estaba llegando a la
base, algunas de las velas se inclinaron y el gran árbol de Navidad tomó
combustión instantánea; al escuchar nuestros gritos, llegaron en nuestra ayuda
y con un par de baldes de agua se solucionó el incendio.
Mi tía nos miró y solo nos dijo dos palabras: “Demasiada
nieve”.
Del árbol, literalmente, hablando no quedó nada. Nosotras,
mientras la familia volvió a la mesa, quedamos de pie mudas ante una pared
mojada y ennegrecida.
La fiesta siguió totalmente normal, mientras Mariana y yo
estábamos en total silencio. Una de las primeras cosas que pensé después de ese
momento fue “yo no toqué ni un fosforo”.
A partir de esa Navidad desaparecieron las velitas y, cuando
el nuevo árbol se iluminó, estaban las pequeñas lucecitas en línea conectadas
al tomacorriente.
Me encantó tu relato y me trajo a la memoria las reuniones que se hacían en las casas más amplias de algún familiar, en donde asistían todos los miembros de la familia, para compartir la alegría de estar reunidos.
ResponderEliminarMe encantó tu relato y me trajo a la memoria las reuniones que se hacían en las casas más amplias de algún familiar, en donde asistían todos los miembros de la familia, para compartir la alegría de estar reunidos.
ResponderEliminarMuy lindo relato!
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