Noemí Peralta
La música tuvo un lugar muy importante dentro de nuestra vida
familiar.
Mis padres solían escucharla por la radio o a través de
vitrolas y combinados. Estos últimos funcionaban con discos de pasta, que al
ser de ese material se rompían con mucha facilidad. Se colocaban en un plato
que esos artefactos tenían; y, al girar, una especie de palanca, que se apoyaba
sobre él, se deslizaba por medio de una púa en su extremo. Al girar, se
deslizaba por los surcos del disco y, así, emitía la melodía grabada.; al
llegar al centro, se acababa el sonido. Se podían usar de ambos lados. Teníamos
una gran colección de discos: música clásica, valses, pasodobles, tango y
folklore.
Entre esos discos llegué a tener unos cuentos clásicos infantiles,
que venían varios en un álbum.
Eran cuentos actuados con distintas voces, según el personaje
que componía la obra, y realmente me tenían en vilo y mi mente veía los
personajes. Los escuchaba seguido y me encantaban; pero, al final, sabiendo
cómo se desarrollaba, se perdía un poco la emoción.
La preparación para la vida de una mujercita debía comprender
varios estudios para su desenvolvimiento en el futuro de una damita.
Comenzando por los modales, estudio de danza, idioma (por lo
general inglés o francés), lectura de libros clásicos, recitación y algún
instrumento musical.
Mi madre me inscribió en un instituto de danza, al cual fui
muy pocos años; pues no me gustaba mucho, debido a que la profesora no era muy
paciente con sus alumnos.
Mi madre, sin decir nada a mi padre, me inscribió con una
profesora de piano; sus clases sí me gustaban y adoraba la música. Esto lo hizo
para que fuera una sorpresa para mi padre. Y sí que lo fue. Cierto día, que
estábamos de visita en casa de unos amigos de ellos que tenían un piano, me
pidió que interpretara algo al piano y mi padre, sorprendido, vio a su niña
tocando una melodía, que creo que era “Para Elisa”.
Al día siguiente, me llevó a comprar el piano tan soñado a “Breyer
y Porfirio”. No cabía en mí de gozo.
Estudié piano con distintas profesoras particulares y me
recibí en el profesorado siendo adolescente.
Cuando tenía alguna pena o algo me preocupaba, me sentaba al
piano y me ponía a tocar, cosa que era para mí un bálsamo, me sumergía en la
melodía y me elevaba a otra dimensión que calmaba mi pena.
En una oportunidad de angustia, estaba tocando el piano y mi
padre, como solía hacer, se sentó cerca de mí a escuchar en silencio.
Ese día había rendido mal Historia de la secundaria, se me
caían las lágrimas, y al terminar, él me dijo: “Bueno, ya tendrás otra
oportunidad”. No era muy cariñoso, pero eso me desarmó.
Mi madre me solía pedir alguna música de su gusto y, muchas
veces, me pedía “La loca de amor”, que era un vals muy popular.
Pero con relación al piano, recuerdo un castigo psicológico,
que como mi padre era muy exigente con nuestros estudios, se produjo un día en
que no había estudiado piano.
Llegó, bajó del auto. Todos mis hermanos y yo estábamos esperando
en la vereda para saludarlo. Comenzó con el menor, le dio un beso a cada uno. Llegando
a mí, me preguntó si había estudiado el piano, y le respondí “no, papá”. No se
me ocurrió mentirle para evitar el castigo y, entonces, él siguió su camino y
no me saludó con el beso tan esperado. Lo tengo grabado en mi memoria, ese fue
el mayor castigo que pudo haberme dado, ni siquiera comparable con una paliza o
un chirlo. Mis padres nunca nos pegaban, nos hablaban y nos quitaban
privilegios, esos eran sus castigos.
Eran de salir en familia al cine, al teatro, a los recreos
que había en avenida Pellegrini.
Veíamos grupos de compañías españolas, para ver y escuchar
zarzuelas, sevillanas. También recuerdo haber asistido para ver a Blanquita
Amaro y otra cubana muy conocida que ahora no recuerdo su nombre; a la orquesta
de Xavier Cugat; al Tano Genaro, que era cómico un poco subidito de tono; y al
cantante español Miguel de Molina.
Las reuniones de familia eran en casa del tío más anciano y
festejando fechas especiales. Juntaba a todos sus integrantes y terminábamos
todos bailando, tíos abuelos, tíos y primos. La música, siempre presente.
A mi padre le gustaba mucho el folklore y hemos ido a algunas
peñas. Quien bailaba con mi padre era yo, puesto que a mi madre no le gustaba hacerlo;
y, ahí, estábamos bailando zambas, chacareras y gatos.
La música española predominaba en casa puesto que mi madre
era descendiente de españoles.
Con los años y ya siendo adolescente, el rock ocupó mi vida
musical, recuerdo a Bill Halley y sus cometas, Elvis Presley y The Beatles,
todos extranjeros, pues el rock nacional no me gustaba mucho.
Siempre me produce placer escuchar música clásica y folklore.
Mi casa siguió siendo musical. A mis hijos también les gusta
la música y la disfrutan, claro, pero ya con intérpretes actuales y algunos
otros que a pesar del tiempo transcurrido, aún están vigentes.
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