Noemí
Peralta
Corría el año 1947, yo ya tenía seis años y, para ese
entonces, vivíamos en la calle Vieytes, a media cuadra del bulevar Rondeau, del
barrio Alberdi.
No hacía mucho que nos habíamos mudado desde Alvear y Rioja,
que aunque era buena zona, la familia se había agrandado y ya éramos tres
hermanitos –aunque la beba nacida hacía poco todavía no podía compartir los
juegos– mis padres consideraron que debíamos tener mayor espacio para jugar.
La nueva casa era muy amplia, con planta baja y planta alta,
en donde estaban los dormitorios, un baño y la terraza.
Tenía un hermoso jardín y muchísimo terreno para que
disfrutáramos al aire libre nuestros juegos. En él también había árboles
frutales y desde el jardín, en parte embaldosado, se pasaba al otro terreno por
una cerca a ambos lados del caminito con un ligustrino a todo lo largo en la
parte central.
En el final del terreno y separado de un alambrado, mi madre
tenía gallinas y allí también había otros árboles.
Creo que era el año que cité anteriormente, quizás me
equivoque, pero yo era de corta edad. Cierto día que estábamos jugando nos
llamó la atención de ver en el cielo una nube oscura que se deslizaba por el
cielo muy rápidamente, cómo sería nuestro asombro al ver que esa nube descendió
y nos vimos invadidos de enormes langostas verdes. El susto fue mayúsculo y
corrimos espantados. Nadie quería ir al terreno a jugar, ni al patio. Las
langostas se comían todas las hojas de plantas y árboles. Yo nunca había visto
nada parecido.
Cuando mi madre nos mandaba a llevarle la comida a las
gallinas, nadie quería ir, pues debíamos cruzar por el caminito bordeado de
ligustrina y esos terribles bichos saltaban de un lado al otro y, realmente,
nos daba terror.
No supe nunca, porque no pregunté, cómo podía haber sucedido
esa invasión, ya que creo que se usarían pesticidas en los sembrados del campo.
Nunca más he visto semejante cosa, pero me vino a la memoria
hoy, viendo en una serie televisiva llamada “Exodo”, donde mostraban las siete
plagas de Egipto y una de ellas fueron las langostas.
Es curioso cómo se disparan los recuerdos tan
bien guardados en nuestra mente.
Un lindo relato!
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