Gloria De Bernardi
Yo tenía 17 años, iba a la Escuela Comercial, que por cierto no me gustaba nada, y quería decidir la carrera que iba a seguir.
En primer lugar, estaba ser pianista; pero ahí mi papá me quitó las ganas, porque si quería ser pianista tenía que estudiar en Santa Fe y seguir viviendo con mis padres.
Yo tenía una gran necesidad de ser independiente, vivir sola. Por lo tanto, descarté el piano y estaba indecisa entre dos carreras: Psicología y Medicina, que se estudiaban en Rosario.
Primero me empecé a preparar para entrar en Psicología, porque al haber cursado un secundario comercial, tenía que rendir otras materias.
Ni hablar que a mi papá casi le dio un ataque cuando yo le dije mi decisión y, además, envalentonada por la edad, juré que, si no me autorizaban, me inscribía lo mismo y hacía la carrera trabajando.
Por supuesto, eso era imposible, comenzando por la edad que tenía en ese momento.
Mi mamá lo convenció al papi para que me dejara ir a estudiar a Rosario.
Mi papá habló a un socio de él, que vivía en Rosario con su señora e hijita, para que me alojara el primer año en su casa.
Cuando llegó el momento de ir a inscribirme a Psicología, fuimos a la Facultad de Humanidades, que en ese momento estaba vacía. Me pareció lo mismo que estudiar en un monasterio, así que le dije a mi papá: “Vamos a la Facultad de Medicina!”
Mi pobre padre, desconcertado, me llevó.
Cuando empezamos a caminar por los pasillos del Hospital Centenario, tan lleno de vida, guardapolvos blancos, enfermos, camillas, yo no tuve dudas de que quería ser médica.
Lamentablemente ya había comenzado hacía un mes el Premédico, que era una preparación que, si la rendías bien, te permitía entrar en Medicina.
Pero, aunque no pude entrar como regular al Premédico, me empeciné en quedarme en Rosario, estudiar Medicina y hacer el famoso Premédico libre, como fuera.
Y lo conseguí.
Me acomodé en la casa de la familia que describí, y comencé a ir a las clases, contando mi situación y me aceptaron.
Por supuesto ese año de Medicina lo perdí.
Pero no me importaba, ¡estaba cumpliendo mi deseo!
Bueno, era un deseo que descubrí un poco tarde, porque, como ven, yo primero que nada quería ser pianista. Estudiaba piano desde muy chica.
Y también tengo que reconocer que yo era terrible y, por lo tanto, mis padres no tuvieron que lidiar conmigo.
Con mi papá discutía permanentemente, sobre todo porque él era celoso, posesivo, no quería que tuviéramos novio. Imagínense, a esa edad eso era algo insoportable. Y, obvio que mi hermana y yo teníamos novios a escondidas.
Eran épocas en que los padres tenían la fantasía del único novio, con el que nos casáramos.
Bueno, esta historia la corto acá, porque después pasaron muchas cosas en mi vida, entre ellas el Rosariazo.
“Memoria, nombre que damos a las grietas del obstinado olvido”, dice Borges. De eso trata “Contame una historia", un curso de la Universidad Abierta para Adultos Mayores, de la Universidad Nacional de Rosario. Cada martes, vamos reconstruyendo un tiempo que las jóvenes generaciones desconocen y merecen conocer, a partir de recuerdos, anécdotas, semblanzas. Ponemos en valor la experiencia de vida de los adultos mayores, como un aporte a la comprensión y a la convivencia. (Lic. José O. Dalonso)
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