domingo, 19 de junio de 2022

Estudiando y amando



Gloria De Bernardi



Yo estaba de novia con G.A., creo que en primer año de Medicina.

Iba caminando por avenida Francia y veo pasar un hombre hermoso en un auto convertible, el famoso MG 47, rojo en ese entonces.

Lo vi y quedé fascinada.

Pasaron varios meses.

Un día, fui a un concierto en El Círculo con mi novio y lo vi a él, varios asientos adelante, con otra mujer, linda, de pelo largo, rubión.

Me dio un ataque de celos. Ya lo había elegido.

Pasó por lo menos otro año más sin verlo. Yo acababa de terminar mi relación con G. e iba a la biblioteca de la Facultad de Medicina a estudiar. Allí tenía amigos y amigas con los que íbamos a al bar.

Me levanté justamente para ir al bar y Juan Carlos (el Gordo) me llama y me dice: “¿Quién te hizo la cirugía estética?”. Yo me paré junto a él, extendí mi hermoso pelo castaño seductoramente y tuve la certeza de que era mi hombre.

Me habían hecho cirugía estética en la nariz, que yo odiaba.

Volví a la pensión enloquecida de alegría.

Cuando les conté a la Kitty y a Delia lo que me había pasado, y la certeza de que tenía de que esas palabras habían sido como una declaración, ellas quedaron estupefactas, pero me creyeron, yo estaba tan segura…

A partir de ese momento, comencé a ir sola al bar, mis amigos no entendían nada, ellos iban, yo me quedaba, ellos se quedaban, yo iba.

Al bar “El tejedor”.

Creo que ya la segunda vez que hice esto el Gordo me siguió, me senté sola en una mesa, a la espera, y él se sentó conmigo, y charlando, ya en pleno plan de atraque, decidimos vernos esa misma noche en el bar de “Solares del Rosario”, barrio donde después vivimos.

Esa noche nos encontramos, hablamos muchísimo sobre nuestras ideas de la vida, yo ya estaba entregada y él también.

Era tal la emoción que me producía salir con él, que no me entraba bocado, se me cerraba el estómago.

Él se despidió de mí sin decirme cuando nos íbamos a ver de nuevo. Pero yo estaba segura de que lo iba a ver y de que iba a ser mi pareja.

A los pocos días, yo iba caminando por calle Mendoza (vivía en una pensión en calle Mendoza, esquina presidente Roca), y siento clarito que él me llama: “¡Gloria!”.

Me doy vuelta, yo estaba casi en la esquina y él, cerca de la pensión. Nos acercamos, él juró que no me había llamado, pero yo lo escuché.

Quedamos en ir a un lugar bailable que se llamaba “El Cisne” o algo así, que quedaba en Fisherton.

Yo me puse mi vestido negro de lanilla minifalda sin mangas y el tapado de piel.

Él, un traje azul. Estaba hermoso.

Bailamos muy juntitos, pero no me dio ni un beso. Nada.

De a poco, empezamos a salir y un día, en un lugar bailable nocturno que quedaba en Alberdi, ahí sí, el romance eclosionó, muy apasionado.

El Gordo me explicó que quería ser muy prudente; porque, como había tenido muchas parejas ocasionales, quería estar seguro de que yo era la mujer, la que él había elegido.

A partir de ese momento, no nos separamos más.

Salíamos hasta tardísimo a la noche, nos hablábamos todo. Era invierno, yo volvía a la pensión aterida de frío, pero en estado mágico. No me podía dormir.

Conocí el río, por primera vez. Fui en el velero de su amigo el Negro, le decían el Indio. Hacía mucho frío dentro, pero el amor da el calor necesario y más que el necesario.

Otro día salimos en la lancha de madera de Cacho, un amigo de él, también estudiante de Medicina.

La isla y el río eran lugares solitarios, no existía la locura de ahora.

Empezamos a ir a su casa por la noche, entrábamos a escondidas.

El Gordo quería que yo me quedara a dormir, decía que al día siguiente la tía Luisa nos iba a cebar mate; pero a mí me daba vergüenza, así que me volvía a la pensión. Él me acompañaba, obviamente.

En ese entonces habíamos cambiado de pensión, vivíamos con la Kitty en bulevar Oroño.

Conoció a los papis, que quedaron encantados con él. Era tan educado, hermoso, trabajador y, sobre todo, me amaba tanto.

A los once meses de novios, decidimos casarnos. Mejor dicho, el Gordo quería casarse sí o sí. Yo tenía 22 años y él, 28. Quería formar una familia, tenía mucha ilusión.

Yo tenía miedo de formar un hogar siendo tan joven, pero no quería perderlo.

Él no se había recibido de médico todavía. Trabajaba en el Museo de Anatomía, fue uno de los fundadores, en la Asistencia Pública, como practicante de Guardia.

Trabajaba también en la UOM de Villa Constitución y en un psiquiátrico, como clínico; pero igual ganaba poco. Los médicos en Argentina estamos mal remunerados. Y los estudiantes, peor.

El Gordo tenía un gran amigo, Pocho, que hacía poco que se había recibido de médico. Era un seco, y se había ido a vivir con su mujer, Betty, a su pieza, en la casa de sus padres. Tuvieron un varoncito.

Entonces el Gordo decía: “Si Pocho y la Betty pueden vivir en una pieza y son felices, ¿por qué no podemos nosotros vivir en mi pieza?”.

Y así decidimos casarnos.

Mis viejos nos habían invitado a la Kitty y a mí a Buenos Aires, y allí les conté mis planes. Me acuerdo bien. Y ellos, que siempre fueron tan prudentes, no hicieron ninguna objeción.

Decidimos casarnos el 6 de setiembre de 1968.

Para ese entonces, la Kitty, yo, Marta y Alicia, compañeras mías y de la Kitty, vivíamos en un departamento de calle Entre Ríos y 3 de febrero.

Dos en cada habitación. El departamento estaba lleno permanentemente, porque las cuatro teníamos novio, más los compañeros que iban a estudiar.

Me acuerdo de una anécdota risueña.

El departamento estaba al final del pasillo, no me acuerdo si en el primer o segundo piso, y cuando el Gordo y yo íbamos hacia allí, él iba atrás mío, caminábamos como dos patos, y hacíamos “¡cua, cua,cua!”

¡Qué felices!

La fiesta de casamiento la pagaron mis padres y la hicimos en el mismo departamento. Estaba lleno de amigos y familiares, mis padres habían pagado un par de mozos para que sirvieran.

Había gente hasta en el palier.

Por supuesto, ¿qué hizo el ansioso del Gordo? Se quiso ir de la fiesta, que había sido un almuerzo y, quieras que no, nos fuimos antes que todos, de viaje a Córdoba en el Chevrolet de mi papá, que nos lo había prestado.

Hacía tanto calor que yo, que tenía los pies hecho polvo con mis zapatos nuevos, color rosa viejo, me fui descalza. Tenía un vestido hermoso minifalda rosa viejo y una cartera tejida que me había hecho una amiga de la Kitty.

Así empezó nuestra vida de estudiantes casados.

Otro día seguiré con esta historia.

1 comentario:

  1. Que relato maravilloso. Escrito con todo el senimiento. Que época esa de haber conocido a ese : tu gran amor. Abrazos Danojobbel

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