martes, 14 de junio de 2016

La cacería: tercera estación

Susana Olivera

Continuamos nuestro viaje a Tanti después de habernos quedado un tiempo en Ordóñez para permitir a mis padres políticos que recordaran tiempos pasados. Ya en el auto siguieron con los relatos de su vida de entonces.
“Había muy buena caza en Ordóñez, nuestro tercer destino como jefe de estación. Caza de perdices y martinetas. Sabía salir los domingos después del despacho de los trenes y me acompañaba mi fiel perro Top. El Top era muy hábil e inteligente para ayudar en la faena. No sólo me alcanzaba la presa abatida hasta mis pies sino que me indicaba donde estaban escondidas. Estiraba la mano derecha para marcar las perdices y la izquierda, para las martinetas.
Yo cazaba lo necesario para consumo nuestro. Pina las escabecheaba tan bien que duraban todo el año. Eran aves muy hermosas, a veces las martinetas alcanzaban un peso de entre ochocientos y novecientos gramos”.
Sería por 1937, ¿verdad Pina?, porque ya había nacido Jorge. Corría el mes de mayo, mes en que se sale a cazar. Un cambista, Pantaleón Bucciarelli, se había ofrecido a acompañarme. Era un hombre alto, delgado, inquieto, gran asador y buen cocinero: sus locros eran para chuparse los dedos. Hablaba un castellano chapucero.
Vos no necesitabas su compañía. Era muy desagradable… desprolijo, vestía un pantalón que le quedaba grande sujeto con tiradores que ponía encima de una camisa eterna y eternamente sucia, y alpargatas sin medias. Olía mal. Uno sabía que se acercaba por el olor que llegaba antes que él. Se tapaba la melena rojiza y de rulos duros como cañones con una boina negra.
Era buen ayudante y muy servicial, cara.
Pero, tenía la costumbre de chuparse los dientes y hacía entonces un ruido molesto… como si… como si estuviera azuzando a un caballo. ¿Y el eterno escarbadientes entre los dientes? Nooo… Además, carraspeaba estruendosamente para arrancarse la flema, inflaba las mejillas como si hiciera gárgaras y, entonces, las escupía lo más lejos posible y lo hacía todo el tiempo. Era repugnante, Natalio. Y tenía ese lobanillo rojo en la nariz…
Nosotros nos reíamos con la descripción de don Pantaleón, ¡a pesar de que ya la habíamos escuchado en unas cuantas oportunidades!
Jorge la miraba sonriente:
Mamma, ¿y qué hacía con la mano en el bolsillo?
Ah, el muy asqueroso se rascaba abajo del ombligo… claro, si no se bañaba nunca… Y, a veces, también se rascaba debajo de los brazos.
La nona Pina no perdonaba nada en lo que se refería al pobre Pantaleón.
Los dos recordaban al unísono y completaban las ideas del otro. Pero el anciano jugaba a hacerla enojar.
Vamos, cara, lo que a vos te molestaba era que decía que tu escabeche era muy pobre de sabor…
Él me quería enseñar a mí. Decía: “Ehhh, doña Pina, te voglio dire questo no a gusto a niente. No me piace cosi”
¿Te acordás de lo que le contestabas?: “Io lo faccio cosi perque me piace a me”.
Y sí… a mí me gustaba así. A todos nos gustaba como yo hacía las perdices y martinetas en escabeche…
¿Te acordás qué le dijiste el día que se te fue la mano con la sal y el picante?
Sí…
Le dijiste: “Io lo faccio cosí perque me piace a me”.
Es decir, sabroso o insulso; lo que a ella le gustaba era contradecir al bueno de Pantaleón...
“Me piace a me”. A la nona… no le ganaba nadie. La última palabra era de ella.
Les sigo contando. Salimos con Pantaleón a la caída del sol. Salimos a caballo. Top iba adelante. Estaba bastante fresco. De repente Top se detiene… Había encontrado unas martinetas. Me bajé del caballo. Top hizo volar a una y yo apunté y la abatí de un tiro. Un paso más y ¡otra! Y ¡otra! Bajé ocho piezas en menos de un minuto.
¿Y Pantaleón? Seguro que espantaba la caza a los salivazos- interrumpió Jorge.
No, él también había tenido suerte. Vos te acordarás, Pina, que trajimos piezas como para hacer escabeche para todo Ordóñez.
Ahora que viene la parte de la preparación sigo yo- demandó Pina. Ese hombre quería orear las perdices y martinetas sin desplumarlas y sin vaciarlas. Allí, yo me opuse terminantemente. De mala manera y a los chistidos, porque no dejó de chuparse los dientes, empezó a desplumarlas. Les ataba las patitas juntas y las colgaba de un alambre que había atado en las ramas de un árbol. Yo se las descolgaba y las vaciaba rápidamente.
Era una pelea entre dos campeones… ¿verdad, cara?
Yo tenía la razón… Yo siempre tengo razón…
Ahh, mamma…- era Jorge quien la interrumpía sonriendo-. Vamos, ¿siempre, siempre?
Disimuló el comentario y siguió reviviendo el momento.
Todas quedaron vaciadas y desplumadas. Ahora venía la cuestión de dejarlas al rocío –como quería Pantaleón– o protegerlas en la fiambrera
¿Cómo era la fiambrera? No había heladeras ¿verdad? – pregunté yo.
No. La fiambrera era una caja grande con travesaños donde se colgaban las presas y un fondo con una bandeja. Tenía las paredes y el techo de tela metálica para que entrara el aire y una puerta por donde ubicar las cosas. La nuestra era verde.
¿A que adivino, mamma? Las presas fueron a parar a la fiambrera.
Claro, pero no las quiso sacar al día siguiente. Quedaron colgadas varios días hasta que solas se desprendieron de las patitas. Yo les sentía mal olor así que no comí de ese escabeche. Para mí las presas estaban medio podridas.
Claro, pero… no contás lo que habías hecho al día siguiente… después de una noche que quedaron fuera para orearse.
Yo había sacado una buena cantidad de perdices y las había escabecheado por mi cuenta.
Cara, yo probé de lo que había preparado Pantaleón y te aseguro que era algo riquísimo.
¿Y la mía?
Pero… la tuya, cara, la tuya ahhh, esa era un manjar- reía con un guiño picaresco.
Personajes pintorescos. Retazos de vida, fragmentos de épocas felices, de gente sencilla, de cómo se vivía en la soledad de las estaciones del ferrocarril. Vida serena, fresca, laboriosa.



3 comentarios:

  1. Muy detalladas tus descripciones. ¡Te felicito!

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  2. Gracias unknown... ¿Quién sos?
    Un abrazo
    Susana olivera

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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