martes, 8 de agosto de 2017

Aquella difícil opción

Noemí J. Vizzica

Mamá ya llegué y no me pasó nada.
Menos mal que regresaste. Hasta que no te veo, mi preocupación y angustia es muy grande.
Este diálogo se repetía todos los sábados a la mañana, en nuestro hogar, durante 1966.
Ese año mi hermano Luis debía ser sorteado para cumplir con el servicio militar obligatorio.
Las conversaciones sobre el tema eran habituales ante la proximidad del acontecimiento.
MI madre insistía en que hiciera un curso de tiro, que en aquel momento permitía que con el certificado de aprobación se presentara en el distrito y su ventaja consistía en que el joven, si obtenía un número alto, que pertenecía a “La Marina, se salvaba por haber completado dicho requisito
Pero ese decreto tenía una desventaja, si el joven en el sorteo sacaba un número bajo, con ese certificado de tiro, sí o sí, debía cumplir con la patria y realizarlo en el Ejército.
Mi hermano se enfrentó a una gran encrucijada. Al principio, se preocupó y después optó por el camino más fácil “no hacer nada” y confiar en la buena suerte.
El esperado día del sorteo llegó y obtuvo el número 960; es decir, cumplir con la Marina, que significaba perder dos años de estudio o trabajo.
El pronóstico de mi madre se había cumplido: él debió soportar sus reproches y acrecentó en el ella el apodo que ya le habíamos puesto de “bruja”.
Cierto día, mi hermano se enteró que realizando un curso de piloto, con 40 horas de vuelo, se podía presentar el certificado a las autoridades del distrito y con ese requisito pasar de la Mariana a la Aeronáutica.
La solución parecía llegar, aunque surgió otro inconveniente: el curso requerido era pago y mi familia no podía afrontarlo. La única persona que podía ayudarlo era mi abuelo materno, que poseía una buena posición económica, pero su carácter autoritario y poco comprensivo hacía difícil la petición. Mamá, su hija, se animó a solicitar su ayuda.
El nono Lelo se condolió de mi hermano y le dio el dinero para pagar el curso.
Todos los sábados partía a Alvear, pueblo cercano a Rosario, y regresaba contento por vivir otra experiencia inesperada: saber volar; pero para mí y mi madre, ambas miedosas y trágicas, la espera era interminable. Sufríamos pensando que le hubiera ocurrido algún accidente.
En febrero de 1967, mi hermano se incorporó a la Fuerza Aérea y su destino fue Morón. Su gran responsabilidad y respetuosidad fueron una gran ventaja para que lograra obtener la baja en el servicio a los seis meses. 
Regresó con más experiencia, muchas anécdotas y más maduro aunque debió seguir soportando las quejas de mamá que le decía: “Si me hubieras hecho caso…”.

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