jueves, 26 de octubre de 2017

La abuela Bibi

Patricia Pérez

Hay personas que dejan huellas en nuestras vidas.
Una de ellas fue la abuela Bibi
La conocí cuando viajamos una primavera en Córdoba, en su casa del Cerro Las Rosas, siendo novia de quien hoy es mi marido.
Es la mamá de mi suegra.
Muy viejita, de cabellera larga trenzada, blanca y áspera. Su espalda encorvada, porque el trabajo duro le había pasado factura, y la vista que no tenía, pero que no le impedía tejer y cocinar, que era lo que más le gustaba
.La cocina, uno de sus refugios, mezclaba el olor a sopa natural con la salsa de las pastas que ella misma amasaba.
Sentarse en la mesa y no probar su sopa o comer sus pastas era un sacrilegio.
Pero inquieta por naturaleza, iba y venía, con el fuentón de la cocina al patio, porque no quería tirar el agua en la pileta ya que se llenaba el pozo.
No se sentaba nunca en la mañana.
Los quehaceres de la casa la tenían entretenida.
Pero era por demás….
Hay una anécdota en la familia.
Un día llegó una visita de mucha confianza,
Hacía mucho calor, y se sacó la camisa y la colgó en la silla.
La charla estaba entretenida y, cuando la persona se quiso ir, no encontraba su prenda.
¿Qué había pasado? La movediza abuela la había lavado y estaba colgada en la soga.
Así era ella.
Cuando tuve mi primera hija, primera bisnieta para ella, viajó desde Córdoba para conocerla.
Cada momento que teníamos libre tratábamos de ir a verla.
Ya estaba muy viejita. Cuando tuve mi cuarto hijo, ya no era la misma.
Solo pasaba largas horas tejiendo al croché en invierno al lado del calefactor, que calentaba sus entumecidos huesos.
Aún conservo la colcha de dos plazas tejida por sus manos y las carpetitas para las mesas de luz, que guardé con mucho amor, para que cada uno de mis hijos tuviera algo tejido por ella en su casa.
Sin embargo, cuando llegábamos de visita su rostro arrugado y cansado, se iluminaba y preguntaba: “¿Y el campeón? ¿Vino el campeón?”.
El campeón era mi cuarto hijo, que ella disfrutaba y que en ese momento era el bisnieto más chico.
Ya hace muchos años que se fue, pero en nuestra memoria aún sigue presente el calor de sus manos deformadas por el trabajo y el tejido.
Aún veo su sonrisa mostrando la poca dentadura que le quedaba.
Siento su voz preguntando por todos.
Fue tanto lo que dejó en nuestros corazones, que uno de mis hijos, de haber nacido nena, se hubiese llamado María Magdalena.
María Magdalena o, mejor, abuelita Bibi, sobrenombre cariñoso que identificaba su ternura.

Seguramente se encontrara tejiendo sentada en una nube o tendiendo su ropa, que lavó con las gotas de lluvia.

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