martes, 23 de abril de 2019

La motoneta


H. B. Carrozzo

Pienso que era por fines de diciembre del año 1961 o 1962. A eso de las cinco de la tarde sonó el timbre de nuestra casa y mi madre salió a atender. Pegó un grito de alegría. Cuando regresó estaba en un estado de excitación notable.
El que había tocado el timbre era Osvaldo, el carnicero de la vuelta de casa. A él le hacíamos nuestras compras habituales y además le habíamos comprado un número de la rifa que anualmente hacia la Asociación de carniceros. No sé si era el premio mayor o uno menor, pero habíamos ganado una motoneta Siam Lambreta 150. ¡Habíamos ganado un premio en una rifa! ¡Increíble!
Esta motoneta iba a cambiar nuestras vidas en los años siguientes. Por empezar, mis padres debían decidir si nos quedábamos con el premio o si la cambiaban por el equivalente en dinero. Y la decisión fue: la moto.
Ahora, nuestro padre tenía que aprender a manejar. Menuda tarea ya que nunca había manejado ni una bicicleta. Un amigo que tenía un “vehículo” similar le ofreció enseñarle. Y así todas las tardes se juntaban en casa y se iban al parque Urquiza a practicar.
Pasadas unas semanas mi padre nos quiso mostrar sus avances y cuando regresó de la habitual práctica nos pidió que saliéramos a la calle para conocer sus avances. Salió por Colón hacia el sur y al llegar a La Paz quiso girar en redondo para retomar Colón hacia el norte. Comenzó a girar a la izquierda y parecía que las ochavas y cordones se apartaban para dejarlo pasar justito. Pero el último cordón se empeñó en no moverse. ¡El cordón! ¡Cuidado el cordón! Mi viejo alcanzó a saltar de la motoneta y seguir caminado por la vereda como disimulando. La moto quedó trabada en el cordón como diciendo “¿y vamos a seguir o no?”.
Pasados unas semanas mi padre comenzó a ir a trabajar en su vehículo con lo que se le hacía fácil regresar a almorzar con nosotros.
Para el invierno se disfrazaba con guantes, pullover grueso, gorro de lana y se ponía hojas de diario debajo del pullover. Después mi madre le confeccionó un chaleco con una sábana vieja y relleno de diarios.
Cuando comenzaron las clases en el industrial, mi padre se empeñaba en llevarme a la escuela. Pero yo iba siempre con mi compañero, el gordo Perella. Era espectacular ver a la moto con tres pasajeros, sentados uno en cada asiento y el gordo en la rueda de auxilio. La moto iba casi en una sola rueda, por el peso de mi amigo Rafael. ¿Habrá sido la primera moto-colectivo de la historia?
La situación se repetía cuando mi padre salía con mi madre y mi hermana a pasear. Claro que mi hermana iba parada delante del conductor y si había un cuarto pasajero, se ubicaba en la rueda de auxilio.
Con el tiempo, mi padre se dio cuenta de que la moto no era para él, por los peligros de las calles y porque nosotros, ya pisando los quince años, la mirábamos como para empezar a usarla. Conclusión, “Motoneta Siam Lambreta 150 cc, se vende”. Y se vendió.
Esta fue la primera experiencia de la familia con un vehículo, después vendría la renoleta, el Fiat 1100 y el Gordini. Pero esa será otra historia.

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