Alejandra Furiasse
San Nicolás.
Somisa.
Mi niñez.
Papá trabajaba en Somisa,
una empresa metalúrgica radicada en la ciudad de San Nicolás, a setenta
kilómetros de la ciudad de Rosario.
Fue supervisor del
área de planeamiento a partir de mil novecientos sesenta y dos y además de
realizar esa tarea diaria con el esfuerzo del viaje en el colectivo Tirsa, que
lo pasaba a buscar a seis cuadras de casa por la parada de colectivos de Perú y
Avenida Mendoza, justo donde también había un tradicional puesto de diarios,
tenía un trayecto de dos horas de ida y dos horas de vuelta más las ocho horas
laborales. Muchos años compartidos en un principio con compañeros, que
terminaron siendo amigos y extensivamente familias amigas.
Teníamos un Fiat mil
quinientos colores crema y con él nos trasladábamos para las reuniones de los
fines de semana a las que podíamos ir.
No era tan
sencillo.
Mi familia de origen.
Mi mamá Mary, mi papá Roberto y mis hermanas Carina y Melina, quienes nacieron
después de casi todo el embarazo con reposo, ya que mamá estuvo siete veces
embarazada y solo nacimos cuatro. Fabián falleció a los cincuenta y seis días
aparentemente por mala praxis. Es un tema que intenté conversarlo con mamá en
tres oportunidades y nunca pudimos terminarlo para saber realmente qué había
sucedido.
Recuerdo la voz de
mi papá diciendo, llegando a San Nicolás: “Ese es el hotel Colonial es muy
lujoso y señalaba con la mano mientras el auto seguía su recorrido”.
Y mi mirada, cada
vez que pasábamos por ahí, quedaba quizás fantaseando que nuestro Fiat mil
quinientos podría algún día entrar por ese portón de rejas negras y alojarnos
allí.
El tiempo pasó.
Eneros y febreros.
Septiembres y
diciembres.
Vacaciones de
veranos y de inviernos. Lecciones y exámenes.
Caminatas.
Y decisiones.
Y hoy estoy dentro
de ese gran hotel Colonial, pisando este césped suave que me acaricia los pies,
tomando unos matecitos bajo estos pinos enormes mientras escucho el bello
sonido de los pájaros.
Unir el pasado con
el presente y es ahí donde todo tiene un sentido más profundo.
No sabía que tenía
guardado este deseo dentro de mí hasta el instante mismo en que estuve ahí y
entonces pude verme niña y pequeña queriendo, deseando ser la mujer que soy, y estar
donde estoy .
Instantes mágicos.
El afuera seguía
prácticamente igual.
Los colores del
atardecer en ese cielo abierto, apacible y pleno.
El canto de todos
los pájaros.
Dentro mío sentí
un torbellino de emociones, sin entender en forma inmediata se me humedecieron
los ojos y cuando sentí una lágrima en mi rostro ahí si pude ver con otros ojos.
Mis ojos de niña. Mis ojos de mujer.
Me pregunto: ¿cuántos
sueños tendré guardados?
Y sonrío al
pensarlo.
Cierro los ojos.
Y me digo: “A
continuar camino para seguir descubriéndome”.
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