jueves, 7 de noviembre de 2024

San Nicolás

 Alejandra Furiasse

 

San Nicolás.

Somisa.

Mi niñez.

Papá trabajaba en Somisa, una empresa metalúrgica radicada en la ciudad de San Nicolás, a setenta kilómetros de la ciudad de Rosario.

Fue supervisor del área de planeamiento a partir de mil novecientos sesenta y dos y además de realizar esa tarea diaria con el esfuerzo del viaje en el colectivo Tirsa, que lo pasaba a buscar a seis cuadras de casa por la parada de colectivos de Perú y Avenida Mendoza, justo donde también había un tradicional puesto de diarios, tenía un trayecto de dos horas de ida y dos horas de vuelta más las ocho horas laborales. Muchos años compartidos en un principio con compañeros, que terminaron siendo amigos y extensivamente familias amigas.

Teníamos un Fiat mil quinientos colores crema y con él nos trasladábamos para las reuniones de los fines de semana a las que podíamos ir.

No era tan sencillo.

Mi familia de origen. Mi mamá Mary, mi papá Roberto y mis hermanas Carina y Melina, quienes nacieron después de casi todo el embarazo con reposo, ya que mamá estuvo siete veces embarazada y solo nacimos cuatro. Fabián falleció a los cincuenta y seis días aparentemente por mala praxis. Es un tema que intenté conversarlo con mamá en tres oportunidades y nunca pudimos terminarlo para saber realmente qué había sucedido.

Recuerdo la voz de mi papá diciendo, llegando a San Nicolás: “Ese es el hotel Colonial es muy lujoso y señalaba con la mano mientras el auto seguía su recorrido”.

Y mi mirada, cada vez que pasábamos por ahí, quedaba quizás fantaseando que nuestro Fiat mil quinientos podría algún día entrar por ese portón de rejas negras y alojarnos allí.

El tiempo pasó.

Eneros y febreros.

Septiembres y diciembres.

Vacaciones de veranos y de inviernos. Lecciones y exámenes.

Caminatas.

Y decisiones.

Y hoy estoy dentro de ese gran hotel Colonial, pisando este césped suave que me acaricia los pies, tomando unos matecitos bajo estos pinos enormes mientras escucho el bello sonido de los pájaros.

Unir el pasado con el presente y es ahí donde todo tiene un sentido más profundo.

No sabía que tenía guardado este deseo dentro de mí hasta el instante mismo en que estuve ahí y entonces pude verme niña y pequeña queriendo, deseando ser la mujer que soy, y estar donde estoy .

Instantes mágicos.

El afuera seguía prácticamente igual.

Los colores del atardecer en ese cielo abierto, apacible y pleno.

El canto de todos los pájaros.

Dentro mío sentí un torbellino de emociones, sin entender en forma inmediata se me humedecieron los ojos y cuando sentí una lágrima en mi rostro ahí si pude ver con otros ojos. Mis ojos de niña. Mis ojos de mujer.

Me pregunto: ¿cuántos sueños tendré guardados?

Y sonrío al pensarlo.

Cierro los ojos.

Y me digo: “A continuar camino para seguir descubriéndome”.

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