Juan N. García
Durante el primer
viaje, fin del 68, principios de 1969, habíamos planeado el segundo destino, el
sur de Argentina. Éramos cuatro, pero solo dos logramos hacerlo, Reny (mi mejor
amigo) y yo. Los otros dos, Oscar y Mario, desistieron; el primero por su temor
a contraer mal de los rastrojos (fiebre hemorrágica argentina) viajando en
camiones cerealeros o cualquier contacto campestre y el otro, porque priorizó
su carrera de abogado.
Habíamos ingresado
en la Facultad de Ciencias Económicas, pero fue un año sabático, poco estudio,
mucha diversión y preparativos de la nueva aventura.
Hubo un hecho que
aceleró todo, fui sorteado para hacer el Servicio Militar Obligatorio y, a
pesar de intentar todo para evitarlo, hasta un certificado médico, con una
posible afección respiratoria que evidentemente no fue convincente. Reny se
salvó. Debía incorporarme al Ejército Argentino en Campo de Mayo el 1° de marzo
de 1970. El bajón fue indescriptible, pero el proyecto del viaje superó todo y
pusimos fecha para los primeros días de enero. Esta vez, para evitar internas
familiares, pasamos Navidad y Fin del Año 1969 cada uno en su casa.
Partimos el 3 de enero
del 70. Nos aseguramos el viaje hacia Bariloche, en el auto de Adelmo, tío de
Reny, que iba a buscar a su esposa. Lo hicimos en un solo tramo, turnándonos
los tres para manejar y lograr llegar en el día. Hasta ahí, mochileros bastante
favorecidos.
Nos instalamos en
el Camping Selva Negra (aún existe) a tres kilómetros del Centro Cívico,
espectacular lugar con todos los servicios necesarios. Pasamos varios días
inolvidables, todas las noches salíamos a bailar y demás diversiones. Hasta que
Reny tuvo un cuadro de gripe con infección de garganta y placas. Ahí nos dimos
cuenta que no solamente el frío perjudicaba lo físico, sino también las
finanzas. Cuando Reny, mejoró, decidimos quedarnos uno diez días más, siempre y
cuando nuestras familias nos enviaran los fondos necesarios para ello. A todo
esto, habíamos congeniado con unos chilenos, muy agradables, que en dos o tres
días volvían a su país y nos invitaron a visitarlos.
Recibimos el giro
de nuestros padres para extender la estadía y nos dimos cuenta que con ese
monto, gracias al cambio favorable, Chile era más que accesible y podíamos
alargar el viaje. Aprovechamos a nuestros amigos chilenos, ellos tenían auto y
cruzamos la frontera pasando por Villa La Angostura, llegamos al lago Puyehue,
con un hotel increíble. Se nos ocurrió preguntar el costo, nos pareció tan
barato que nos quedamos cuatro días, lujo impensado. Uno de los chilenos,
Enrique, vivía en Talca y le prometimos pasar. Estábamos agrandados, con plata
y acordamos seguir hasta Santiago, Viña del Mar y volver a Argentina por Puente
del Inca.
Durante veinte días
recorrimos Chile desde Osorno hasta Valparaíso, pasamos por Talca como
prometimos, donde el anfitrión, Enrique, hijo de un importante banquero,
durante cinco días, nos hizo conocer otra vida, que es espectacular, pero que
la mayoría no tiene acceso y quizás sirve para saber que lo increíble y efímero,
es eso, temporal.
Durante todo el
trayecto, nos llamaba la atención en todas partes la inscripción Salvador
Allende UP y las críticas desde la ignorancia: ¿cómo un socialista usaba la
palabra arriba en inglés? Era Unidad Popular. Esa ignorancia fue un anticipo de
lo que después ocurrió.
Estando en
Valparaíso, en una disco, conocimos dos chicas, que con un Citroën GS berlina, digamos
que nos conquistaron y estuvimos diez días recorriendo la zona, pero
pernoctábamos en Reñaca, invitados a un departamento que compartían. Playa muy linda,
pero mar muy frío. En esos momentos creímos que lo paradisíaco no estaba tan
lejos, pero la palabra “pololo”(desconocida para nosotros), con la que nos
presentaban a sus amistades y familiares empezó a ser opresiva, diría molesta.
Nos complicaron el presente imaginando un futuro compartido. Un nuevo cuadro
febril de mi amigo, que con el tiempo se transformó en fiebre reumática,
adelantó la partida deseada.
La despedida fue traumática y para calmar el ambiente, hubo promesas desmedidas. Cuando llegamos a Mendoza, sabíamos que nunca las cumpliríamos, nuestras novias argentinas nos estaban esperando y como los “pecados de juventud” con el tiempo prescriben, durante años hicimos memoria selectiva para evitar conflictos.
Y parafraseando a alguien; lo que pasó en Chile, quedó en Chile.
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