domingo, 10 de noviembre de 2024

Segundo y último viaje de mochilero

Juan N. García

 

Durante el primer viaje, fin del 68, principios de 1969, habíamos planeado el segundo destino, el sur de Argentina. Éramos cuatro, pero solo dos logramos hacerlo, Reny (mi mejor amigo) y yo. Los otros dos, Oscar y Mario, desistieron; el primero por su temor a contraer mal de los rastrojos (fiebre hemorrágica argentina) viajando en camiones cerealeros o cualquier contacto campestre y el otro, porque priorizó su carrera de abogado.

Habíamos ingresado en la Facultad de Ciencias Económicas, pero fue un año sabático, poco estudio, mucha diversión y preparativos de la nueva aventura.

Hubo un hecho que aceleró todo, fui sorteado para hacer el Servicio Militar Obligatorio y, a pesar de intentar todo para evitarlo, hasta un certificado médico, con una posible afección respiratoria que evidentemente no fue convincente. Reny se salvó. Debía incorporarme al Ejército Argentino en Campo de Mayo el 1° de marzo de 1970. El bajón fue indescriptible, pero el proyecto del viaje superó todo y pusimos fecha para los primeros días de enero. Esta vez, para evitar internas familiares, pasamos Navidad y Fin del Año 1969 cada uno en su casa.

Partimos el 3 de enero del 70. Nos aseguramos el viaje hacia Bariloche, en el auto de Adelmo, tío de Reny, que iba a buscar a su esposa. Lo hicimos en un solo tramo, turnándonos los tres para manejar y lograr llegar en el día. Hasta ahí, mochileros bastante favorecidos.

Nos instalamos en el Camping Selva Negra (aún existe) a tres kilómetros del Centro Cívico, espectacular lugar con todos los servicios necesarios. Pasamos varios días inolvidables, todas las noches salíamos a bailar y demás diversiones. Hasta que Reny tuvo un cuadro de gripe con infección de garganta y placas. Ahí nos dimos cuenta que no solamente el frío perjudicaba lo físico, sino también las finanzas. Cuando Reny, mejoró, decidimos quedarnos uno diez días más, siempre y cuando nuestras familias nos enviaran los fondos necesarios para ello. A todo esto, habíamos congeniado con unos chilenos, muy agradables, que en dos o tres días volvían a su país y nos invitaron a visitarlos.

Recibimos el giro de nuestros padres para extender la estadía y nos dimos cuenta que con ese monto, gracias al cambio favorable, Chile era más que accesible y podíamos alargar el viaje. Aprovechamos a nuestros amigos chilenos, ellos tenían auto y cruzamos la frontera pasando por Villa La Angostura, llegamos al lago Puyehue, con un hotel increíble. Se nos ocurrió preguntar el costo, nos pareció tan barato que nos quedamos cuatro días, lujo impensado. Uno de los chilenos, Enrique, vivía en Talca y le prometimos pasar. Estábamos agrandados, con plata y acordamos seguir hasta Santiago, Viña del Mar y volver a Argentina por Puente del Inca.

Durante veinte días recorrimos Chile desde Osorno hasta Valparaíso, pasamos por Talca como prometimos, donde el anfitrión, Enrique, hijo de un importante banquero, durante cinco días, nos hizo conocer otra vida, que es espectacular, pero que la mayoría no tiene acceso y quizás sirve para saber que lo increíble y efímero, es eso, temporal.

Durante todo el trayecto, nos llamaba la atención en todas partes la inscripción Salvador Allende UP y las críticas desde la ignorancia: ¿cómo un socialista usaba la palabra arriba en inglés? Era Unidad Popular. Esa ignorancia fue un anticipo de lo que después ocurrió.

Estando en Valparaíso, en una disco, conocimos dos chicas, que con un Citroën GS berlina, digamos que nos conquistaron y estuvimos diez días recorriendo la zona, pero pernoctábamos en Reñaca, invitados a un departamento que compartían. Playa muy linda, pero mar muy frío. En esos momentos creímos que lo paradisíaco no estaba tan lejos, pero la palabra “pololo”(desconocida para nosotros), con la que nos presentaban a sus amistades y familiares empezó a ser opresiva, diría molesta. Nos complicaron el presente imaginando un futuro compartido. Un nuevo cuadro febril de mi amigo, que con el tiempo se transformó en fiebre reumática, adelantó la partida deseada.

La despedida fue traumática y para calmar el ambiente, hubo promesas desmedidas. Cuando llegamos a Mendoza, sabíamos que nunca las cumpliríamos, nuestras novias argentinas nos estaban esperando y como los “pecados de juventud” con el tiempo prescriben, durante años hicimos memoria selectiva para evitar conflictos. 

Y parafraseando a alguien; lo que pasó en Chile, quedó en Chile.

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