miércoles, 26 de noviembre de 2014

A mi madre

Por Celia Novelli

Aquel día plomizo de invierno, la recuerdo con lágrimas en los ojos, arrojando a la pequeña hoguera, uno a uno, los fascículos que integraban la colección que había logrado armar con esfuerzo y con una considerable inversión de sus ahorros.
Sí, mi madre se estaba deshaciendo de aquellas revistas que hablaban de su ídolo, del hombre que para ella había reivindicado el derecho de todos los trabajadores y se había puesto del lado del pueblo. Recuerdo que no paraba de llorar mientras el fuego iba consumiendo aquellas hojas brillantes que hablaban sobre la vida y la obra de Juan Domingo Perón.
Mercedes, Mecha o Mechita, como la llamaban los más allegados, sabía que en aquellos días, el gobierno militar de facto de Videla, irrumpía en las casas, preferente de noche, sin aviso, y secuestraba víctimas a la vista de sus familiares. En nuestra cuadra ya habían realizado dos de esos nefastos procedimientos, secuestrando a una profesora universitaria que vivía cerca de la esquina. Mi madre, como todos, vivía aterrorizada, más que nada por nosotras, sus hijas, que en aquella época éramos estudiantes. Por eso, pensó que aquella colección podía ser comprometedora y fue así como decidió quemarla, con todo el dolor que eso le provocaba.
Modista de profesión, el hilo, la aguja, el dedal y el centímetro, siempre la acompañaban y la convirtieron desde muy joven en una costurera querida y reconocida por su prolijidad y dedicación. Desde antes de casarse, y bastante tiempo después de hacerlo, acarreando las sencillas herramientas que le permitirían realizar sus labores, tomaba el colectivo en una esquina de su querido barrio Belgrano hasta Fisherton. Allí, la esperaban en sus caserones de estilo inglés, las señoras pudientes con miles de arreglos de costura para realizar en una tarde. Todos la apreciaban y ella siempre se jactaba contando sobre el rico té, al mejor estilo inglés, que le servían las mucamas de la casa donde le había tocado trabajar ese día. Mi hermana y yo escuchábamos pacientemente sus anécdotas con aquellas familias adineradas, de apellidos muy importantes e ilustres cuyas costumbres eran tan distintas a las nuestras. De vez en cuando, las señoras muy agradecidas, agregaban unos pesitos de más a sus modestos honorarios y ella llegaba a casa feliz, porque podría comprar algún regalito extra a sus amadas hijas.
Su pelo corto, ondulado y prolijo, su aspecto de señora decente, su boca llena de consejos e historias y su mirada protectora van a fijarse por siempre en mi mente.
Hoy, a la distancia, me doy cuenta de qué poco se ocupó de ella misma, de tanto tener la mirada puesta en sus hijas; y, después, en sus nietos, esa mirada que muchas veces pesaba; pero que ahora, siendo yo también madre, comprendo y agradezco, ya que nos permitió a mi hermana y a mí, convertirnos en mujeres de bien, responsables, de valores muy arraigados, tener una profesión y ejercerla con respeto y responsabilidad.
Hace cuatro años que te fuiste para siempre, pero tu recuerdo siempre estará con nosotros, tus descendientes, y nos llenará el alma de fuerza y entereza para seguir adelante. ¡Gracias Mamá!

2 comentarios:

  1. Nuestras madres, tan amadas... Recuerdos cálidos, admirados, atesorados... Muy sentido tu relato.
    Hasta el año que viene!!
    Susana Olivera

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  2. Hermoso y sentido relato Celia. Ojalá que nuestros hijos puedan sentir lo mismo de nosotros.
    Un abrazo.

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