Por
Graciela Cucurella
Más o menos cuando tenía cinco años, teníamos una
plancha a carbón que pesaba mucho porque era de hierro y en la cocina había un
fogón que se mantenía a carbón o a leña. Ese fogón no solo nos servía para cocinar,
también nos ayudaba a ambientar la casa.
En las cenizas del fogón mi mamá colocaba a
calentar naranjas. Tengo tan presente el olor a las cáscaras de naranja que
perfumaban toda mi casa. También nos hacía unos ricos jugos, que servía en un
jarrito beige que nos había regalado mi abuela Clara para un cumpleaños. ¡Eran
tan ricos!
Pasó el tiempo y mi papá compró una estufa a
kerosene y también la tan ansiada cocina a kerosene marca “Volcán”, color
celeste. Era grande, con horno y tres hornallas. Para poder encenderla era toda
una ceremonia, primero se colocaba alcohol en una alcuza (especie de regadera
pequeña con un pico bien largo) y después en el mechero, que se encendía con un
fósforo. Luego de bombear unas 60 u 80 veces, con otro fósforo se encendían las
hornallas que funcionaban a kerosene.
¡Qué alegría! ¡Ya teníamos horno en la cocina! A
partir de ahí, mi mamá nos empezó a hacer las tortas para nuestros cumpleaños.
Las hacía de vainilla y chocolate y con mi hermana preparábamos el azucarado de
cinco minutos para la decoración. Mamá, con paciencia y amor, decoraba las
tortas con el baño azucarado y con chocolate derretido, que colocaba dentro de
un cucurucho hecho con papel strassa.
Después, ponía las velitas y… ¡Listo! ¡Qué lindos tiempos aquellos!
Para un día de la madre, mi papá le compró una
heladera eléctrica marca “Siam 90” y, a partir de ahí, con mi hermana dejamos
de pelear. Siempre discutíamos quién se tenía que levantar a las siete de la
mañana para ir a buscar el hielo. Nos turnábamos para ir a la hielería, porque
la fila era interminable, sobre todo para las fiestas de fin de año.
Tiempo después compró la plancha eléctrica y la
máquina de coser “Singer” y a la tarde mamá confeccionaba las cortinas para la
casa, arreglaba alguna ropa y hasta nos hacía vestiditos a mi hermana y a mí.
Realmente se daba maña para todo.
También compró el lavarropas y el ventilador de pie
marca “Siam”. A él le gustaba comprar los artefactos de marca, decía que
costaban un poco más pero eran garantía. Dentro de sus posibilidades siempre
buscaba confort para el hogar.
Cuando llega el gas envasado, en casa se llamó a un
instalador de matriculado para hacer la instalación en toda la casa. Se compra
la cocina a gas y después el calefón. De esa manera, tuvimos agua caliente en toda
la casa.
Antes de instalar todos los artefactos, llamó a un
albañil para hacer de material la casilla del gas donde se colocaban los dos
tubos de gas. Esa casilla y la instalación del gas eran reglamentadas por gas
del estado.
¡Qué sorpresa cuando compró el televisor en blanco
y negro!
El televisor que se compró en mi casa fue el
primero de la cuadra. Se colocó en el comedor, que era el lugar donde
almorzábamos y cenábamos. Los sábados a la mañana había un programa para los
niños que dirigía el padre Gardellas, entonces mi mamá abría las ventanas del
comedor y los chicos de la cuadra venían con sus banquitos, se paraban arriba y
veían con nosotros la tele.
A pesar de los pocos electrodomésticos que
existieron en mi infancia y en mi adolescencia, comparada con todo lo que
existe hoy en día, en mi casa siempre fueron adquiriendo cada uno de ellos con
mucho esfuerzo y trabajo, pero también con mucha satisfacción.
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