Por Susana O.
Historia 1
Como de costumbre el banco Supervielle de Sarmiento y San
Lorenzo, repleto. Lleno de jubilados con sus historias, sus problemas, sus
necesidades. Algunos con sus mejores ropas y peinados de peluquería hechos
especialmente para la ocasión; otros, vestidos con sus hábitos cotidianos,
usados y vueltos a usar. Con bastones, sillas de ruedas, anteojos, audífonos,
algunos engalanados y perfumados, otros solos, o acompañados de gente joven o
empleadas. Señoras muy producidas, atropelladoras. Señoras muy humildes y
tímidas en el banco. Todos con una sonrisa oculta: día de cobro.
Ese día yo, como lo hago siempre, había sacado número en la
máquina cerca de la puerta de entrada y estaba dispuesta a hacer algunas
diligencias fuera del banco o tomar un cafecito en la cafetería de enfrente,
mientras llegaba mi turno: siempre hay que esperar alrededor de una hora.
Ustedes me preguntarán si tengo tarjeta para ir al cajero y
terminar más rápido. Sí que la tengo y la uso; pero es toda una fiesta eso de
ir el día de cobro.
Estaba por salir, cuando fue entonces que escuché una
¿discusión? en la calle: era un anciano con un cuzquito que se negaba
terminantemente a entrar al banco y el hombre trataba de convencerlo hablándole
como si fuera una persona. Por supuesto, me detuve para ver cómo terminaba el
entredicho. Finalmente, al no poder hacerlo entrar en razones, el hombre
arrastró al perro por la correa y lo llevó patinando sentado en el suelo y a
los ladridos mordiendo la correa adentro del banco. Todos mirábamos sonriendo
la lucha hombre-perro. También lo vio el guardia de seguridad, que llegó muy
violento a la puerta:
—Señor, señor, no puede entrar con el perro. Por favor,
retírese.
—Sólo quiero sacar número, así adelanto el turno de la
patrona.
—Con animales
no puede entrar al Banco. Por favor retírese.
Otra patinada del cuzco y ladridos agudos mientras el hombre
salía. Algunos comedidos le sostenían la puerta, le abrían paso, le hacían
lugar para que pasara. Lamentablemente, a nadie se le ocurrió por entonces
llegarse a la máquina y retirar un número para el dueño del perro caprichoso.
Seguridad se quedó un momento esperando que el anciano se
retirara. En cuanto el guardia desapareció, otra vez el hombre con el perrito
patinando y a los ladridos adentro del banco. Y otra vez el guardia corriendo
para echarlo. Yo diría que todo el banco estaba pendiente de la situación: un
silencio total sacudía al público que escondía la risa tras la expectativa.
—Señor, le dije que se retirara con ese perro. Es una
disposición: no se puede entrar con animales.
—Es que saco número y me voy. Lo hago siempre. Es para la
patrona, ¿sabe? Ella no puede venir y esperar tanto tiempo. Yo le adelanto… y
aprovechando que saqué a pasear al Tobi…
—Con el perro no puede entrar, se lo repito.
A todo esto, el cuzco se arrimó al zapato del guardia, lo
olió meticulosamente, levantó la pata y despachó una larga y olorosa meada a
los pies del enojado guardia.
Cuando se dio cuenta de que tenía sus pies chapoteando en el
charco gritó:
—Perro de mier… Fuera de acá.
—Pero, saco el número y me voy…
—Se retira inmediatamente, señor.
Salió el anciano con su perro patinando detrás de él,
mientras una mujer disimuladamente le ponía en la mano el turno que le acababa
de sacar para la patrona.
Historia 2
Un grupo de señoras detrás de mí conversando en voz muy baja…
—Ay, yo hace tres días que no puedo mover el vientre.
—Noo, es muy malo retener, se intoxica uno. Mire señora, yo
tengo el mismo problema, pero ¿sabe qué hago? La noche antes pongo ciruelas
negras en un vaso con agua y a la mañana, en ayunas, me tomo el líquido y me
como las ciruelas. Después, me acuesto sobre el lado derecho más o menos media
hora para que drene el hígado y, así, seguro, como un relojito, voy.
—Mire, voy a probar la receta, pero yo soy diabética y no
puedo comer cosas dulces.
—No le hace nada, porque con tres o cuatro ciruelas, basta.
Además pruebe solamente con el líquido, no se coma las ciruelas, eso la va a
hacer ir.
—No, mire –intervino otra– yo no tengo paciencia para todos
esos preparativos. En cuanto me despierto, me levanto, así preparo el desayuno
para el viejo que ya hace un par de horas que seguro se levantó. Tiene
insomnio, ¿sabe? El médico de cabecera del Pami me receta unas grageas blandas
que usted tiene que tomar antes de acostarse y todos los días, mientras se
calienta el agua para el mate, voy y muevo el vientre. Es lo más rápido.
—Perdone que esté escuchando, pero yo también soy muy seca y
no puedo tomar nada de lo que ustedes dicen, porque me descompongo- añadió una
cuarta señora que estaba en el asiento de adelante. Yo uso supositorios… los de
glicerina para adultos, ¿vio? y día por medio, no bien me levanto, me pongo uno
y sin tomar medicación soluciono el problema.
—Pero, se tiene que estar poniendo supositorios. Eso yo no lo
haría, puede producir inflamación ahí abajo, lo mejor y más rápido son las
grageas, son muy baratas si va con la receta del Pami. Además son totalmente
inofensivas.
—A mí me sabe dar mucho resultado la gimnasia -dijo otra
participante. Mire usted, no bien se despierta, se pone de pie levantando los
brazos, usted contrae y suelta la barriga varias veces, más o menos diez,
haciendo mucha fuerza y eso le hace bajar lo que está arriba. A mí me da muy
buen resultado.
—Para mí lo mejor son las fibras, se compran en la farmacia o
en las dietéticas.
—¡Ay! Me parece que se me pasó mi número. Me distraje con la
conversación
—¿Qué número tiene?
—510.
—No, tiene que ponerse en la fila de pre-atención. Todavía
está a tiempo.
Historia 3
Me acerco a la máquina para sacar número y entro al banco
para retirar el recibo de sueldo. Había quedado con una amiga en reunirnos en
Falabella para comprar un regalo. Una señora se me acerca y en secreto me
pregunta qué número tengo. Le muestro y me alcanza otro mucho más bajo. Le
agradezco. Ella me pide que le entregue el que yo acababa de sacar para darlo a
otra persona. Se lo doy. Y salgo para encontrarme con mi amiga.
A la hora regreso, faltaba todavía para que llegara mi turno.
Fue entonces cuando se me acerca la misma señora para preguntarme otra vez.
—Señora, ¿que número tiene?
—Ah,¿cómo le va? Usted
me cambió mi turno cuando llegué y me dio éste.
—Mire, tengo este otro para cambiarle. Le conviene, casi,
casi está por tocarle.
—Gracias, pero ¿y usted?
—No, yo ya cobré hoy temprano. Vaya, vaya, que le toca…
Pasé por ventanilla, cobré, aproveché para pagar varios
impuestos y al salir, veo a la misma señora en la puerta de entrada, cerca de
la máquina expendedora de números cambiando turnos a la gente que recién
entraba.
Me acerqué a ella y charlamos un rato. Le pregunté si
esperaba a alguien, por qué no se iba si ya había cobrado. Me respondió:
—No, mire, no tengo nada que hacer y, mientras me entretengo,
le doy una alegría a la gente haciéndoles más cortita la espera. A todos nos
gusta adelantar, ¿no es cierto? Les pido el número que no utilizan y se los
cambio al que recién llega. Además, recorro los asientos y siempre hay alguien
que le conviene el número que yo tengo. Mientras, charlo un rato.
Historias a la hora de cobrar la jubilación, interlocutores
casuales, seres hermosos y solidarios algunos, otros escapando a la soledad. Circunstancias
fortuitas que muchas veces alegran la espera.
¿Les parece mal estar siempre con el oído atento para
escuchar lo que se habla por ahí y participar en las charlas de jubilados? ¿Me
estaré poniendo muy jubilada?
Una jubilada genial
ResponderEliminarJa, ja... No sé si genial, pero sí muy jubilada!
ResponderEliminarCariños
Susana Olivera
Que lindas historias, tus personajes son un amor, imagino el clima de la charla para mover el vientre, faltó una bailarina árabe.
ResponderEliminarUn abrazo.
Espero que te haya llegado mi comentario. Ana María.
ResponderEliminarSe ve que hace mucho que no utilizo este correo y me rebotaron los comentarios. Pero te decía, que tus tres historias están geniales y simpatiquísimas. Me encantaron. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarGracias a todos por leer los textos. Felices fiestas amigos escritores!!!!
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