Patricia Pérez
Corría el año 1985.
Cuando mis hijos varones comenzaron a practicar deportes,
tuve la oportunidad de conocer muchas y variadas personas; pero una en especial
fue la que nos dio un ejemplo de vida y sacrificio.
Se llamaba Don Palermo.
Era papá de un chico que jugaba en la categoría 79 de Tiro
Suizo. En aquél entonces ese niño tendría seis o siete años y comenzaba el baby fútbol.
Quien lo acompañaba siempre era su papá, el “viejo Palermo”,
un señor de cabellos blancos, bigote tupido, cara arrugada por el sol y el paso
de los años. En su cabeza llevaba una gorra que parecía la continuación de su
cuerpo, ya que no se la sacaba nunca.
Usaba pantalones de fajina, ajustados en los tobillos con
broches de la ropa, ya que se movía en bicicleta cuando llevaba a su hijo.
Ya era un anciano. Pero tenía un hijo muy pequeño .Su
mujer, mucho más joven que él, le había dado un niño más en el ocaso de su
vida.
Era papá de cinco o seis hijos y el más pequeño hizo que
reviviera otra vez la juventud. Jugaba al fútbol con mi hijo Sebastián y se
llama Gustavo.
Este hombre del cual tengo hermosos recuerdos era pescador
o, mejor dicho, vendedor ambulante de pescado.
Aún recuerdo su voz que se escuchaba clarito con un
megáfono que utilizaba “pescador, pescador”; “hay merluza, pollo de mar,
pescador”; “pescado fresco, pescador”. La letra “o”, arrastrada muy lejos para
que se escuchara.
Venía en un carro tirado por un caballo, el pescado en
cajones, con hielo seco, tapado con bolsas de arpillera para su conservación. En
días de lluvia la capa amarilla y las botas para no mojarse.
Pero lo que ha quedado tan grabado en la memoria es el
paseo dos veces por semana, que mis hijos esperaban ansiosos. La aventura de
dar la vuelta manzana en ese carro, que para ellos era el mejor de los
carruajes.
Siempre esperaban a ese viejecito que conocieron a través
del fútbol, pero fue un personaje del barrio.
Partió dejando a su hijo de 15 o 16 años, pero lo acompañó
como si hubiera estado una eternidad a su lado.
Aún recuerdo el ruido de las ruedas del carro
acercándose a casa y los perros ladrando.
Cuando un personaje como este deja tan gratos recuerdos se hace eterno ya que continua viviendo en quienes los conocieron.
ResponderEliminarHermosa semblanza.