Oscar Martino
Poco a poco esos días tormentosos, de miedos, de silencios
solo interrumpidos por gritos y frenos de autos a medianoche, fueron apagándose.
Las elecciones estaban al alcance de las manos, a fuerza de jóvenes caídos en
una guerra absurda no por su argumento si por el momento, la ansiada democracia
perdida hacia siete años estaba empezando a tomar color.
Los partidos tradicionales de la época, rivales
históricos, competían nuevamente y una vez más por el sillón de Rivadavia,
tomado a base de punta de pistola por militares indeseables, que no lo son
todos por supuesto. Peronismo y Radicalismo, Radicalismo y Peronismo, otra vez
empezaban la danza de nombres para ofrecer a la sociedad argentina ávida de
protagonismo candidatos a la altura de la circunstancia.
En los bares, las oficinas, en las universidades, los
colegios secundarios se hablaba de las elecciones todo el tiempo, también había
rivalidad, no la de hoy tan encarnizada, pero si la había. Por aquel entonces
trabajaba en una oficina, en un primer piso a la calle; en mi sector éramos
unos 15 hombres (no había mujeres allí) de diferentes edades, a punto de
jubilarse (a los 60 años), de mediana edad, jóvenes y muchachos como yo, que en
ese momento tenía 22 años.
En el ratito libre para almorzar se generaban unos debates
fantásticos, pero más que nada entre los jóvenes que precisamente íbamos a
votar por primera vez, y muchos hablábamos por lo que habíamos escuchado en
casa o porque de alguna u otra manera empezábamos a identificarnos con algún
candidato.
Pero lo verdaderamente importante es eso que hablábamos…
libremente… cada uno defendiendo o argumentando sobre lo que le parecía tener
razón.
El 10 de diciembre de 1983 no me voy a olvidar mientras
viva, por dos cosas: primero, porque estaba de Luna de Miel en Carlos Paz. Nos
habíamos casado el 3 de diciembre y, como era afiliado al gremio de Comercio,
la Asociación nos regaló el viaje de bodas, en un muy lindo hotel cercano a la
terminal.
En aquel entonces todavía, salvo algunos hoteles de mayor
categoría, la generalidad no era como hoy con televisores en las habitaciones,
sí en el living o salón comedor. Y este era el caso del hotel que nos alojaba,
mientras desayunábamos apareció en el Cabildo Don Raúl Alfonsín, a quien
particularmente no había votado pero esa imagen me emocionó como si lo hubiese
hecho. Y a pesar de que en su gobierno tuvo muchos inconvenientes propios y
ajenos, le tengo un profundo respeto como un verdadero demócrata.
De ahí en más se sucedieron gobiernos de distinto tipo, con algunos he concordado, con otros no. Sin embargo, no me caben dudas de que la democracia es un sistema, a mejorar sin dudas, pero el único posible; y nunca debiéramos dar cabida a personajes que quizás puedan atentar contra las instituciones. Eso lo padecimos y sufrimos, y no es transmisible.
Tengo hijos de entre 30 y 40 años, cuatro. Gracias a Dios y a su esfuerzo, están bastante bien de trabajo, pero a veces se desaniman con el país y trato, en lo posible, de que eso no pase. Este es un gran país, somos una sociedad difícil, pero la solución no es Ezeiza, como dicen algunos, los menos, la solución es votar, exigir, demandar, salir a la calle pacíficamente a reclamar derechos, y a que se cumpla lo vociferado en campaña, y no salvarnos de a uno, si no crecer entre todos.
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