martes, 19 de septiembre de 2023

Los pañuelos blancos

 Mónica Mancini

 

Hacía poco que el empedrado había sido reemplazado por el pavimento, tan alisado y parejito que nos permitía andar en bici casi sin hacer fuerza. Recorríamos las calles con la ansiedad propia de los jóvenes, que van descubriendo su capacidad de decidir qué camino tomar o los vericuetos de las calles más alejadas y los personajes que habitan en ellas…

Esa mañana de octubre se prestaba como para sentir que todo funcionaba de maravillas: el sol brillaba, el clima entre los amigos era confortable, daba gusto vivir, compartir este tiempo de ocio.

De pronto todo cambió, fue como pasar del día a la noche sin el atardecer… se escucharon gritos patéticos, ahogados, desesperados. No entendíamos qué estaba pasando cuando por delante de nosotros cruzaron la calle dos chicas que corrían y pedían ayuda. Jamás pensamos que la situación era definitiva, terminal, que esos gritos que imploraban socorro envolvían vivir o morir. Pronto, los entendimos, no había espacio para las dudas.

La velocidad con la que se sucedieron los hechos aún dejó tiempo para apreciar que el vientre de una de las chicas estaba abultado, evidentemente con un embarazo muy avanzado, ella corría tomándolo con sus manos, como impidiendo que el niño saliera prematuramente, o quizás solo quería protegerlo del peligro inminente.

Ambas se metieron en el jardín de una casa, esas que tienen una puerta bajita y un espacio adelante, se tiraron al suelo, temblando, indicándonos con gestos claros que nos fuéramos, que no nos involucremos en lo que estaba pasando, ellas sabían a qué se exponían y no deseaban que jóvenes como nosotros nos arriesguemos. Aun así, nos quedamos, cubrimos la entrada con nuestras bicis y comprendimos que debíamos protegerlas.

Inmediatamente observamos que se acerca por la calle, a paso de hombre, un Falcon verde, con cuatro hombres. Tenían un aspecto tal que su sola imagen nos hizo sentir un miedo desconocido hasta ahora, un miedo real con un olor particular. Creo que intuyeron lo que sentíamos y por eso se detuvieron para interrogarnos.

—Che, pibes, ¿no vieron a dos chicas por acá?

—Una de ellas embarazada- agregó uno que iba atrás.

Por supuesto que nuestras caras eran más que delatoras, aunque quisimos disimular, el pánico que teníamos era tal, que fuimos descubiertos antes de pronunciar una palabra.

Lo que siguió después fue terrible, aún hoy después de muchos años no puedo dejar de recordarlo con una increíble nitidez.

“Córranse y rajen de acá si no quieren que mañana sus viejas anden con un pañuelo blanco en la cabeza”, nos dijeron.

No fue necesario que repitiera la orden, no teníamos idea de qué significaba lo del pañuelo blanco, pero entendimos inmediatamente que nuestra vida estaba en juego.

Mientras pedaleábamos frenéticamente escuchamos los gritos de las chicas y los disparos, muchos, muchísimos de pronto un silencio angustiante inundado de olor a pólvora llegó a nosotros y nos pasó por al lado el Falcon con sus cuatro pasajeros, iban conversado animadamente, como si salieran de su trabajo, comentando cuestiones de rutina, hasta nos saludaron amigablemente…

Volvimos como locos al lugar, y la imagen que vimos no parecía real, no coincidía con esa tarde de octubre y con nuestra vida de jóvenes despreocupados. Una candidez que perecía al mismo tiempo que las chicas que habíamos visto correr para salvar su vida y que yacían ahí, en el suelo tiradas, abandonadas. Nosotros las quisimos proteger y sin querer las delatamos,

Un charco de sangre las rodeaba, los cuerpos estaban quietos, la muerte se hizo presente en forma contundente… pero una idea apareció entre nosotros: ¡el bebé! ¿Se habrá muerto también el bebé?

Simultáneamente un montón de vecinos comenzaron a salir espantados por los hechos sucedidos, algunos muy solidarios, hicieron lo que debían; llamaron a la ambulancia, otros se metieron adentro diciendo “algo habrán hecho”.

Nos quedamos hasta que vinieron los médicos de la Asistencia Pública, actuaron rápido y con mucho profesionalismo intentaban alejarnos… pero nosotros no podíamos dejar de mirar, deseábamos entender las razones por las que se asesinaba a dos mujeres indefensas y a un niño, que aún no había nacido. Dijeron que aún se movía, partieron inmediatamente con la intención de hacer una cesárea de urgencia. Supimos que el bebé sobrevivió, que nació de su madre muerta. 

Después de muchos años siempre conservo intacto ese recuerdo y, cuando veo por la televisión o leo alguna nota periodística sobre las abuelas y sus nietos recuperados que se suman a través de los años no dejo de evocar a la joven mamá que corría con las manos en su vientre para salvar a su hijo, resignifico el sentido del pañuelo blanco y deseo con fervor que su abuela lo haya recuperado.

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