“Memoria, nombre que damos a las grietas del obstinado olvido”, dice Borges. De eso trata “Contame una historia", un curso de la Universidad Abierta para Adultos Mayores, de la Universidad Nacional de Rosario. Cada martes, vamos reconstruyendo un tiempo que las jóvenes generaciones desconocen y merecen conocer, a partir de recuerdos, anécdotas, semblanzas. Ponemos en valor la experiencia de vida de los adultos mayores, como un aporte a la comprensión y a la convivencia. (Lic. José O. Dalonso)
martes, 19 de septiembre de 2023
Democracia. Segunda Parte
Oscar Daniel Martino
En un relato anterior conté en qué lugar me había tomado la Asunción del doctor Raúl Alfonsín, 10 de diciembre de 1983, en mi viaje de bodas con Alicia.
Como solo tenía 22 años en ese momento, que en verdad los 22 de esa época no eran similares a los de hoy, pero no por ser eso teníamos sabiduría incorporada como un chip.
La falta de experiencia en el nuevo camino que teníamos por delante al formar una familia era un ítem para develar. O sea que mi vida como padre de familia comenzó al unísono con la vida en democracia plena.
Fueron años difíciles, gracias a Dios con mucho trabajo, los hijos llegaron rápido y casi matemáticamente, julio del 84, mayo del 86, febrero del 88… hubo una última pero más acá en el tiempo con lo que ya éramos como experimentados en el tema: enero del 94.
Alicia había renunciado a trabajar como ingeniera en Construcciones su profesión para dedicarse casi de lleno al cuidado de nuestros hijos; ya que mi trabajo de viajante me mantenía muchos días fuera de casa, y los chicos requerían llevarlos y traerlos de la escuela, acompañarlos en sus tareas, llevarlos a hacer deportes, etcétera, etcétera.
Cuando se da el escenario del cambio antes de tiempo de gobierno del doctor Alfonsín al doctor Menem, recordarán la cantidad de gente que quiso irse del país, algo bastante típico en muchos compatriotas; cuando algo no convence o es incierto, intentan irse en vez de quedarse y ayudar a mejorar su país, nuestro país el país de todos…
Por cierto, no era mi caso el querer irme, nunca jamás lo fue, pero mi suegro español, que había vivido más de 40 años en Argentina y al enviudar, volvió a vivir a su Galicia, y rehizo su vida allá, comenzó a llamarnos, más que nada a mi esposa, su hija, para decirle que nos fuésemos a vivir a Vigo, Galicia, donde él tenía un departamento muy cómodo. Además, como toda su familia estaba allí, menos sus hijas y nietos que vivían aquí en Argentina, me había conseguido un trabajo. Vale aclarar que mi esposa y mis tres hijos hasta ese momento tenían doble ciudadanía, por lo cual nuestro ingreso si queríamos era por demás sencillo.
En ese entonces yo trabajaba para una importante fábrica textil hoy desaparecida, que era la más grande del país en su rubro, camisería. Sinceramente no me iba nada mal, a pesar de los conflictos económicos de siempre, o sea que no tenía ni intención, ni motivación para dejar mi país. Además, estaban mis padres aquí, que estimo si me hubiese llevado a mis hijos sus únicos nietos entonces la hubiesen pasado mal realmente.
Pero como todo esto fuese poco argumento para no abandonar nuestro país, mi esposa, que tenía parte de sangre gallega, no quería irse tampoco en absoluto. La anécdota de esto es que supongo que mi suegro falleció muchos años más tarde en la creencia que yo había convencido a Alicia de quedarnos. Cada vez que me llamaba por teléfono desde España me decía: “Oscar, Alicia quiere venirse dale el gusto”. Pobre y nada que ver, ninguno de los dos teníamos la más mínima intención de irnos.
Bueno, obviamente nos quedamos, y luchamos, y hubo momentos más duros, otros menos, criamos a nuestros hijos en un hogar de trabajo; y hoy, a tantos años de aquel episodio que fue en 1989/1990, no nos arrepentimos en absoluto de la decisión tomada; es más, a veces en reuniones de amigos que conocen esa parte de nuestra historia familiar, nos preguntan o comentan: “Miren si se hubieran ido a vivir a España en el 89”. Y la verdad es que no tengo la bola de cristal para saber cómo hubiese sido nuestra vida, pero lo que sí sé es que, insisto, años después seguimos pensando que fue la mejor decisión.
No conozco la vida de los que emigran. Sí lo vi a mi suegro, que se casó en Argentina, formó su familia, trabajó bien, pero siempre se sintió un foráneo. Todos los fines de semana buscaba encontrarse con gente de su país en los centros de colectividades que había en Rosario, gallegos, vascos, catalanes, andaluces. El tema era sentirse rodeado de compatriotas; porque evidentemente esa parte, por más años que se viva en otro lado, no se va nunca, digo el sentimiento por tus acentos, tus costumbres y eso es lo que no quisimos perder además de muchas otras cosas.
No sé si este relato tiene mucho que ver con la consigna, pero como sucedió toda esta historia en democracia, me pareció era más o menos acorde contarla.
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