martes, 22 de septiembre de 2015

La fuerza del cariño

María Elena Domenech

Con cinco años mi madre me inscribió para comenzar el primer grado inicial. No tenía la edad, por lo tanto, fue en complicidad con las monjas que la habían tenido como alumna en esa escuela. Si la nena no rendía, repetía el grado. Esa fue la condición. Pero la nena rindió y siguió adelante con muchas otras nenas que sí tenían la edad y que habían hecho, previamente, el Jardín de Infantes.
Época de pactos, complicidad y tragedia. Época de la Revolución Libertadora, que empezó a gestarse desde antes de mi nacimiento. Solo un recuerdo vivo tengo de esos años, estar en la terraza de una casita de barrio con mi mamá y ver pasar muy bajo una formación de aviones, que quizás no pasaban tan bajo y con tres años mi mente lo vio así; pero el miedo que yo percibí en mi madre fue absolutamente real.
El colegio de monjas estaba en un edificio antiguo, bien conservado, con olor nada agradable a las flores que dentro de sus floreros adornaban las imágenes de la Virgen María, presente en todas las salas. En el aula de primer grado, grande, tan fría, con rejas en las ventanas, puertas enormes, pupitres de madera y nada de sol, inicié mi educación y debo decir que al principio no sabía por qué estaba allí ni qué hacer. Mi maestra era una monja, que dentro de su hábito azul noche se veía muy severa, pero con el paso de los años y con otra mirada resultó ser dulce y comprensiva. Lo único que yo hacía era tirarle del velo que cubría su cabeza, porque no me salían los clásicos patitos que ella dibujaba tan prolijamente en el pizarrón. Cuaderno de pocas hojas forrado en papel araña azul y lápiz negro fueron los elementos utilizados para lograr el objetivo. Y había que lograrlo, porque pesaban veladas amenazas, si salíamos del renglón y descubrían el uso de la goma. Obviamente que sin adiestramiento previo, mi cuaderno presentaba todas las pruebas para ser condenada a la pena máxima y cada una de sus hojas parecía gritar sobre mi culpabilidad al mostrar algo semejante a caranchos en lugar de patos caminando con total libertad. Y acá aparece el primer acto injusto en relación a las demás, porque yo sin saberlo gozaba de un salvoconducto por ser la hija de Normita. Por lo tanto, no me retaban y se sacaban de encima el problema haciéndome practicar en casa hasta que saliera bien.
Mi prima, que es unos meses mayor que yo, también iba a ese grado. Recuerdo a las dos peinadas iguales, raya al medio, flequillo, cabello tirante recogido en dos rodetes a ambos lados de la cara, delantal blanco con tablas y moño bien almidonado atrás; las dos arrastrando un portafolios de cuero enorme para nuestra estatura y que iba prácticamente vacío; pero que tenía como objetivo ser usado durante toda la primaria. Nada de comprar uno nuevo cada año. Llevábamos en el bolsillo un paquete de galletitas dulces “Manón”, pequeño, y un vasito plástico plegable para el agua que bebíamos en los recreos. Esto fue siempre mi mayor problema, ya que no quedaba bien abierto y se cerraba cuando comenzaba a beber con el consiguiente derrame de agua sobre el delantal. Odiaba ese vaso de color verde. pero nunca me lo cambiaron. En realidad, nunca se enteraron de que el vaso estaba fallado, porque era una época donde no se reclamaba, ¡mucho menos se exigía! Aceptábamos lo que nos daban y ni se nos ocurría pensar en que teníamos derecho a participar en la elección de los útiles escolares o la ropa que usábamos. Crecimos y sobrevivimos a esas costumbres.
Con los años mi escuela dejó de tener secretos y cada pasillo o pasadizo era conocido por nosotras que pasábamos muchas horas allí adentro, especialmente cuando se organizaban los actos escolares, que para mí eran maravillosos, porque se representaban obras de teatro y yo siempre tenía que actuar. ¡Me encantaba hacerlo!
Además de mi prima, encontré a mis primeras amigas y, aunque en ese momento no podía saberlo con ellas, di muchos de los mejores pasos de mi vida.
Me gusta hablar de mis amigas, cada una de ellas es una novela en sí misma, una suma de historias, paleta de colores que cubren el gran abanico de la vida. Personalidades y caracteres muy diferentes que se unen en un tronco único, el del cariño que fue creciendo a lo largo de tantos años. No siempre hemos estado juntas, cada una hizo su vida y algunas de nosotras nos alejamos de la ciudad de origen; sin embargo, seguimos siendo tan amigas como al principio; mejor que al principio.
Hace tiempo que mantenemos la costumbre de viajar por unos días todas juntas. El destino es Pinamar, que fuera de temporada se brinda lánguidamente a nosotras. Vamos allí, porque una de mis amigas tiene un departamento y generosamente lo comparte con todas.
Si nuestra infancia estuvo plagada de juegos, rondas y cantos, nuestra adolescencia de risas, descubrimientos y sufrimientos por amores que parecían eternos y eran olvidados en poco tiempo, nuestra madurez tiene el corazón incondicionalmente abierto para guardar los secretos del alma de cualquiera de nosotras, tiene la fortaleza para escuchar sin emitir juicios, la honestidad de la palabra suave que contiene o fuerte que hace reaccionar y en esos días sacamos lo mejor de cada una como muestra de la fuerza del cariño que nos tenemos.
Son cuatro días de caminar, tomar sol si el tiempo lo permite, de hablar de manera caótica donde una frase quizás queda completa varias horas más tarde, de relajarnos mirando el mar, de cantar, bailar y reírnos hasta lo indecible; mientras se prepara la gran mesa para comer y donde además de la comida y la bebida cada una toma y deja lo que su alma necesita. Volvemos enriquecidas de paisaje y buena compañía. ¡Qué mejor que la compañía de las amigas de toda la vida!
Somos mujeres grandes, que seguimos dibujando patitos cada día de nuestras vidas con el compromiso de hacerlo siempre sobre la línea y no caer de ella.

3 comentarios:

  1. Qué lindo María Elena!. Esos viajes con amigas de toda la vida son maravillosos. Que dicha poder compartir con ellas y disfrutar.
    Cariños.
    Teresita.

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  2. Me encantó... ¡cuánta nostalga y cuántos recuerdos me trajeron esas galletitas "Manón" y el vasito de plástico... Hermoso recuerdo de la infancia y hermosa amistad la d ustedes.
    Cariños
    Susana olivera

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