jueves, 29 de junio de 2017

Cajita de los Recuerdos. El Yoli

Héctor Carrozzo

Nunca les hablé de mi familia y hoy voy a hablarles de ella. En este caso, quiero contarles sobre la mascota de nuestra infancia.
Nuestra familia estaba compuesta por mi padre don Héctor, mi madre Marta y cuatro hijos: Eduardo, Jorge, Marta y yo, el mayor.
Pero un día llegó el Yoli, el perro. Era un callejero, que fue aceptado por nuestro padre porque le pusimos el nombre de la mascota que él tuvo en su infancia.
Era un perro marca perro, mediano, color amarillo anaranjado, cuatro patas, cola haciendo juego, chinchudo y ¡que perro más alcahuete!
Todo el día estaba en el patio, subía a la terraza, ladraba a cuanto perro pasaba. En fin, una vida de perro normal.
Dormía en el dormitorio de mis padres en un cajón de madera. Cuando se rascaba retumbaba el cajón y hacía bastante ruido. Pero mi viejo encontró la solución que era tirar la alpargata cerca de él así dejaba de rascarse. Pero tenía dos “tiros” por lo que tenía que levantarse y recoger las municiones para el nuevo tiroteo. Cansado de eso fue que encontró la solución: ató una de las alpargatas con un hilo y la otra punta a la pata de la cama, de tal manera que tiraba y recogía sin levantarse varias veces en la noche.
Y era ¡alcahuete! y venía con alcoholímetro incorporado. Cuando llegábamos a la madrugada de alguna joda y con algo de más, el guacho ladraba y despertaba a los viejos. De tal manera, los viejos tenían control de nosotros.
Pero quien peor lo pasaba era mi primo Beto, que vivía con nosotros. Cuando pasaba para la pieza del fondo le tarasconeaba los tobillos.
Cuando murió a los trece años lo enterramos en el fondo de casa. Mi hermano más chico y mi primo le gritaban sobre la tumba del pobre perro: “¡Ladrá ahora!, ¡tarasconeame ahora!”.

Lo recuerdo con cariño ya que a mí no me trató tan mal y me dejó pasar alguna vez sin control.

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