martes, 3 de mayo de 2016

Historias de familia


Marta Susana Elfman

Entre los años 1885 y 1889 llegaron al país a bordo del barco Weser, un grupo de inmigrantes rusos judíos proveniente de Kiev, traídos a nuestro país por el Barón Hirsch. Venían a un nuevo mundo en busca de paz y libertad, al dejar su Rusia natal perseguidos por los hombres del Zar (los pogrom).
Entre ellos llegó Mauricio Elfman, mi abuelo paterno.
Se establecieron en una colonia agrícola en Entre Ríos con centro en Basavilbaso, donde fueron conocidos como los gauchos judíos a raíz de un libro de Alberto Gerchunoff, del cual también hicieron la película. Algunos se acordarán.
Es el comienzo de mi familia (rama paterna), el zeide, como decíamos nosotros, que significa abuelo en idish que es un dialecto del alemán.
Al poco tiempo se traslada a Buenos Aires, Capital Federal, dado que su profesión no tenía que ver con la tierra: era peletero, cuando usar un tapado de piel era el sueño de toda mujer y no era un crimen.
Se casó en este país, donde nacieron sus cuatro hijos, entre ellos mi papá: Antonio, David, José y Marcos.
Recuerdo con gran cariño a ese hombre alto, dulce, con estilo europeo en su vestir, que hablaba un perfecto castellano además de su idioma natal, idish y francés.
El zeide instala su negocio en Pellegrini 608 de Capital, la peletería Colón, pues estaba enfrente de dicho teatro antes del ensanche de la venida 9 de julio.
Era unos se esos típicos locales largos con grandes vidrieras y espejos, probadores y unos roperos vidriados de donde colgaban los importantes tapados de piel. Todo esto me lo conto mi papá.
Bueno contando un poco de mí, a partir de mis tres años pasé a vivir con mi tío Marcos, mis primos y por supuesto el zeide (la causa pertenece a otra parte de mi historia).
De los primos yo era la mayor. A mis seis años, Daniel tenía cinco y Liliana tres; y, por supuesto, el que nos malcriaba era el zeide.
Los domingos el tema era levantarse e ir a saltar arriba de su cama hasta que nos descubría mi tía.
Por la noche nos venía a dar un beso y las buenas noches; pero lo que más nos divertía era cuando venía un hermano de él, los sábados por la tarde, a jugar al dominó, hasta que perdía y se enojaba y se peleaban en idish. A todo esto nosotros nos sentábamos detrás de un sillón grande que había en el living, pues nos divertía y de paso aprendíamos malas palabras en idish.
Fue una época que recuerdo con tanto cariño de mi infancia.
Vendrían después otros años y otras historias y cómo llegué a Rosario con tan solo 10 años. 

3 comentarios:

  1. Qué bueno poder contar esa historia de tu familia. Todo un símbolo de lo que fue la inmigración para nuestra historia.
    Un abrazo.

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  2. Me encantó ese zeide, cálido, afectuoso, tierno. Hermoso recuerdo.

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  3. Marta, me encantó tu historia y hace un tiempo (largo), leí el libro de los Gauchos Judios, y me fascinó su fortaleza. Por lo que deja entrever tu relato, veo que tenés algo de esa fortaleza. Espero más historias! Abrazo. Ana María.

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