Noemí
Irene Peralta
No conocí más que un abuelo, mi abuelo
paterno; pero ya tenía ochenta y cinco años cuando yo nací en mil novecientos
cuarenta y uno; falleció a los noventa y tres años.
Al compartir tan poco tiempo con él y
ser yo muy chica, no preguntaba mucho por cómo había sido su vida, de la cual
me enteré cuando fui mayor.
Por lo que recuerdo, era un hombre
delgado, de bigotes y no muy alto y era de Tostado, en el norte de la provincia
de Santa Fe.
Al principio de mi niñez, venía de vez
en cuando a casa, con una de mis tías que lo cuidaba, luego debido a su edad
dejó de venir, pero como mi padre era muy familiero,
íbamos todos los domingos al mediodía a visitarlo junto con mis hermanos. La
comida dominguera era siempre arroz con pollo.
En ese entonces no comprendía porqué mi
madre nunca nos acompañaba, pero no preguntaba.
También visitábamos a quien era mi
madrina de bautismo, que era una prima de mi padre, pero mi madre tampoco iba a
su casa. Cuando fui adolescente de a poco me interesé en conocer los porqué, y
al ir preguntando, me enteré que la familia de mi padre tenían una candidata
para el casamiento destinada a mi padre, cosa que él no aceptó y su familia
entonces despreciaba a mi madre.
De mi abuela paterna solo sé lo poco que
me contó mi padre, que mucho no sabía, porque falleció cuando él nació.
De mi abuela materna sé todo lo que me
contaba mi madre, que la adoraba y admiraba mucho. En sus fotos se ve una mujer
elegante con su corte a la garzón,
como se decía entonces, su sombrerito, sus zapatos con presilla y taco ancho,
vestidos de talle bajo... Recuerdo una imagen, especialmente, en el parque
Independencia junto a mi madre y mis tías adolescentes. Falleció muy joven, a
los cuarenta tres años, por ese motivo tampoco la conocí, solo tengo esos
recuerdos atesorados por mi madre y sus fotos.
Mi abuela se separó de su marido muy
joven aún, así que ni siquiera tenía una foto de él; pero mi hermano, indagando
en los lugares donde se asientan la llegada de los inmigrantes españoles, pudo
obtener una foto de él de los archivos correspondientes. Así, hace unos años conocí
la cara que tenía mi abuelo paterno, gracias al tesón en su búsqueda de mi
hermano.
Mis abuelos maternos habían venido de
España muy jovencitos, no sé cómo se conocieron en Rosario y se casaron, él con
diecisiete años y ella con tan solo quince. Tuvieron tres hijas, de las cuales
la menor era mi madre, y luego se separaron.
Mi abuela Ana, que así se llamaba era la
abuela que hubiera querido conocer y compartir su vida, llegué a quererla mucho
aunque solo tenía los recuerdos de mi madre.
Siempre añoro esos momentos no
compartidos, que me mimaran, me contaran cuentos, me malcriaran como hago yo,
ahora que soy abuela y disfruto con mis nueve nietos que son para mí una
bendición en mi vida.
Me imaginaba en mi niñez a las abuelas
gorditas, con un delantal amplio protegiéndole los vestidos largos, sus
cabellos blancos recogidos en un rodete. Quizás porque así era la abuelita de
una amiga de la infancia.
Nuestras mesas familiares cuando nos
reunimos son muy alegres y bulliciosas. Somos familia numerosa, pues tuvimos
cinco hijos que se completan con otra generación de nueve nietos.
Así, hubiera querido que fuera mi niñez, con
abuelos a quienes querer y con quienes compartir las reuniones familiares.
Noemí, muy lindo tu relato y por lo visto, la vida te compensó y mucho. Felicitaciones. Ana María.
ResponderEliminarGracias Ana María, en verdad , como decís, la vida me compensó coon una hermosa familia, y ahora cumplo el papel de abuela, que en verdad disfruto mucho.
ResponderEliminarHERMOSO TU RELATO MIMÍ!
ResponderEliminarGracias Nilda...
EliminarTe perdiste tus abuelos, pero podés imaginártelos con tus propios nietos. ¡Nueve! ¡Cómo los debés disfrutar!
ResponderEliminarCariños
Susana Olivera