martes, 31 de mayo de 2016

Vendedores ambulantes

Noemí Irene Peralta

Cuando era niña, allá por el año 1946, nos mudamos del centro a una casa más amplia, pues ya éramos tres hermanos y mi padre decidió que necesitábamos más espacio y un patio grande con muchas plantas. A mis padres les gustaba mucho la naturaleza, pero era mi madre quién más sabía de plantas y de ella heredé ese hermoso legado.
Era una casa de dos pisos con mucho espacio y habitaciones y con un fondo arbolado de frutales, como lima, limón, pomelo, manzano, peral, quinoto, además de algún arbusto u otras plantas ornamentales, con hermosas flores.
Estaba ubicada en la calle Vieytes a media cuadra de bulevar Rondeau. En ese entonces era una zona muy tranquila y por esa calle transitaban muy pocos vehículos, lo que hacía que pudiéramos jugar tranquilamente en la calle.
Recuerdo que en esa época venían variados vendedores ambulantes, diariamente algunos como el panadero, el verdulero, el sodero, el diariero y el lechero.
El lechero era de nacionalidad vasco, venía con su vehículo y con grandes tarros llenos de leche, vestía todo de blanco con una boina negra y alrededor de su cintura llevaba una faja de tela negra, que le daba varias vueltas.
Bajaba un tarro menor y ponía en un jarro de metal medidor, supongo de uno o dos litros, la leche que íbamos a comprar, la cual volcaba en una jarra nuestra para tal fin.
La leche se hervía religiosamente, pues no existía la pasteurización. Cuando se enfriaba. se formaba una capa gruesa de nata, que a ninguno de nosotros los niños nos gustaba.
Los sifones del sodero eran de vidrio, pues aún no se había inventado el plástico.
De vez en cuando venía a vender su mercadería “el alemán”, que así llamábamos a quien traía embutidos y quesos de muy buena calidad.
Todos los días venía el diariero, y mi padre compraba “La Capital”.
Los domingos la entrega se completaba con las revistas para el resto de la familia.
Para los chicos el “Billiken”, “Patoruzú”, “Patorucito”. Para mi madre, “Radiolandia”, “Para Ti”, “Vosotras” y no recuerdo cuántas más. Éramos ávidos lectores.
Los demás alimentos los comprábamos, en la carnicería o el almacén. No había supermercados. No recuerdo en qué año comenzaron a proliferar.
En el almacén se podía comprar de todo, no solo alimentos, artículos de limpieza y de bazar.
En los pueblos se llamaban almacenes de ramos generales.
Sí había grandes mercados. Yo conocía uno en el centro en calle San Juan y otro en bulevar Avellaneda, cerca del Club Rosario Central. Allí, se podía comprar hasta pescado fresco. Quizás haya habido otros, pero lo ignoro.
Pasaban también los carros tirados por caballos, que compraban cualquier artículo en desuso y se anunciaban a voz en cuello su actividad.
Otro personaje de esa época eran los colchoneros. Como los colchones eran de lana de oveja, esta con el tiempo se apelmazaba y el colchón parecía duro, así que estas personas venían a nuestra casa y realizaban el trabajo de escardar esa lana y luego en un cotín nuevo ponían la lana escardada, que había quedado suave y más abultada.
El escardado se hacía con un elemento muy original. Eran dos planchas de madera una fija y la otra movible, con pinchos de metal donde se enfrentaban las dos maderas curvas. La superior se deslizaba con un vaivén y la lana, así, se iba separando de sus nudos. Al final, quedaba una montaña de lana muy suave. Luego de rellenar el cotín, lo cosían para cerrarlo con unas agujas curvas muy grandes.
Cuánto tiempo ha pasado y cuántos cambios ha habido desde que yo era niña.

Nos fuimos adaptando poco a poco a otras cosas, otras costumbres; pero es bueno recordar tiempos pasados que para mí fueron muy felices.

3 comentarios:

  1. Noemí, me transporté a aquella época. Aunque no en Rosario, viví cosas muy parecidas. Felicitaciones. Ana María.

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  2. ME GUSTÓ TU DESCRIPCIÓN, ADEMÁS EN MI VIDA PUEBLERINA, FUI ESPECTADORA DEL TRABAJO DE ESTOS PERSONAJES COMO VOS.

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