martes, 31 de mayo de 2016

La serenata

José Mario Lombardo

“Las Nochebuenas” eran largas. Después de la comida, se prolongaba una sobremesa donde corría la sidra, se desgajaba el pan dulce, crepitaban los turrones y abundaban las charlas y discusiones más inesperadas
Cuando nos despedíamos, habiendo agotado los líquidos, dulces y diferendos, regresábamos cada cual para su casa, en busca del descanso largo y reparador que nos conduciría hacia la mañana de Navidad.
Sin embargo, esa noche algo ocurrió antes del sueño.
Recuerdo aquella serenata. Ya estábamos acostados cuando alguien golpeó el postigo de la ventana de la cocina: “Dedico esta serenata para Angelita, Pepe y familia”, dijo.
Sonaron unos acordes de guitarra y en la penumbra del patio, se escuchó una voz entonando un vals:
“Será una pincelada de viejas tradiciones
“y el son de las guitarras dirá que no murió”
Nunca se me borró esa rara impresión. Escuchar en la oscuridad el sonido apagado y dulce de la guitarra, la voz del cantor diciendo aquellos versos: “Muchachos esta noche saldremos por los barrios” y el sortilegio de la simple y amable dedicatoria, me marcó uno de los instantes irrepetibles de mi vida.
Cuando el cantor terminó y se llamó a silencio, yo sentí que mi padre habría el postigo y decía: “muchas gracias”. Después, me enteré que había entregado una botella de sidra.
Pasó un tiempo (acaso unas cuatro o cinco Nochebuenas) y un día, ya un poco más grande, decidí con unos amigos, salir de serenata: “Muchachos esta noche, saldremos por los barrios”.
Guitarra, no teníamos. Carecíamos del instrumento. No tuvimos más remedio que remplazar la guitarra por una armónica, que yo ejecutaba con algunas deficiencias musicales, pero confiábamos plenamente en la buena estrella de nuestro cantor. Porque cantor, teníamos; él había crecido al influjo de Antonio Tormo en lo criollo y además era un buen intérprete de música española, siguiendo la escuela de don Miguel de Molina, El Niño de Utrera o algún cantaor que alguna vez visitara el pueblo con “El Tronío”.
Una de las primeras estaciones fue el almacén de la esquina de Doña Susana y Don Raúl. Allí, optamos por dedicar unos versos de Gagliardi que recitó uno de los muchachos:
“Una cortina en la entrada
“a rayas en vertical;
varios paquetes de sal,
las conservas alineadas…”
Escuchamos movimientos en la casa mientras nuestro artista concluía:
“¡Yo que tuve la fortuna
de conocerte en mi barrio,
te regalo este rosario
de carozos de aceituna!”
Don Raúl, con su voz ronca, nos dio las gracias y nos obsequió una botella de un vino oporto dulce y oscuro.
En la mitad de la cuadra vivía un amigo de nuestro cantor. Él solicitó el privilegio de ofrecer su serenata, pero para mí eligió mal. No se puede dedicar a un amigo una canción que diga:
“Vas rozando las hilachas de mis trágicos harapos,
una mueca de ironía mi miseria te arrancó,
¡también ríen en los charcos los inmundos renacuajos,
cuando rozan el plumaje de algún cóndor que pasó…”
El cantor, llevado por su entusiasmo trovero, evidentemente no se daba cuenta de las cosas que le estaba diciendo al amigo, pero se notó que el amigo sí estaba atento al significado de aquellos versos, porque nos despidió con evidentes malos modos.
Pero la situación más difícil se nos presentó en la esquina donde vivía la noviecita de uno de los integrantes de la comitiva. En realidad los padres ignoraban el incipiente romance, pero él insistió en “expresar a Eugenia todo su amor en esta serenata”. Cuando empezó la canción, se entreabrió silenciosamente una ventana: “Ella escuchaba”.
“Adiós para siempre, mitad de mi vida,
un alma tan solo teníamos los dos…”
¿Cómo que “mitad de mi vida”?, ¡Como que “un alma tan solo”!, habrá pensado aquel padre celoso…
“Porqué nos separan, no saben acaso,
que pasa la vida cual pasa la flor”
¿Qué es eso de “por qué nos separan”?.! El padre había descubierto el secreto romance de la hija ¡.Hubo pasos apresurados en el interior de la casa, la ventana se cerró con cierta violencia y la verdad es que, sin esperar agradecimiento alguno, partimos raudos hacia mejores horizontes.
Así, entre generosas muestras de agradecimiento y algunas agrias manifestaciones de quienes prefieren el sueño al romanticismo de una canción, nos fuimos acercando a los límites del pueblo y a la llegada del amanecer.
La última dedicatoria fue para la familia del canchero del club. La casa estaba bastante retirada de la vereda. Por eso, abrimos silenciosamente la puerta de alambre tejido del cerco y ya en la puerta del frente, dedicatoria mediante nuestro cantor entonó su pasodoble preferido:
“Eran las monjas las madres,
del niño aquel que sin padres quedó…
La puerta comenzó a abrirse mientras el cantor continuaba:
—“… con ellas en el convento,
su infancia feliz pasó”.
Mientras la canción terminaba con la historia de aquel que “quería ser torero”, la dueña de casa, en camisón pero cubriéndose con un poncho, nos invitó a pasar a la glorieta que estaba al costado de la casa. Allí, cuando nos sentamos alrededor de una pequeña mesa, apareció el esposo con una botella de sidra y unos vasos.
Agradecimos aquella atención y pasamos un buen momento en compañía de esa gente tan amable. Allí, le pedimos que no abriera su sidra, sino que aceptara compartir tanto nuestra serenata como nuestro vino y fue así como aquella madrugada nos sorprendió bajo el color sepia del amanecer, brindando por la vida, con aquel oporto dulce y generoso que nos obsequiara Don Raúl.
Quizá no todo fue así, puede ser que algunas situaciones las haya adornado con algo de humor o de nostalgia, pero es la manera que encontré para poder recordar aquellas serenatas de antaño.
Los versos y canciones que menciono son:
“Almacén”. Poema de De Héctor Gagliardi.
“La vieja serenata”. Vals. Letra: Sandalio Gómez. Música: Teófilo Ibáñez
“Mis harapos”. Canción. Letra: Jorge Luque Lobos. Música: Marino García
“Dos que se aman”. Vals. Letra: Manuel María Flores. Música: Antonio Tormo
“El niño de las monjas”. Pasodoble. Autor Desconocido.
“De La vieja serenata”: “Un ¡muchas gracias! se oyó…

4 comentarios:

  1. José Mario, me encantó el relato y por supuesto que a las mujeres nos das motivos para otras anécdotas. Muy lindo, felicitaciones! Ana María.

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  2. Inigualable tu estilo José Mario, pintas un paisaje de otrora entre amaneceres y medianoches
    dejando la impronta de un lugar que te vio crecer.
    Un abrazo.

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  3. Todo tan poético... Hermosos recuerdos. Y sí, siempre se "adorna" con nostalgia,también con humor pero qué hermoso relato.
    Susana Olivera

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