viernes, 21 de octubre de 2016

Cuentos de Infancia (algunos retazos)

Haydée Sessarego

Hace un tiempito, una compañera y yo mencionamos, en nuestros encuentros de los martes, los cuentos que nos fueron contados por nuestros padres y abuelos y los que les contamos nosotras a nuestros hijos y nietos.
Me inclino para empezar por los que recuerdo fueron relatados y también inventados por mamá y papá para sus tres hijos. Todos los domingos por la mañana, durante mi primera infancia, apenas nos despertábamos, mi hermano, hermana y yo corríamos a la cama de nuestros padres. Mientras mamá preparaba el desayuno, papi nos contó mucho tiempo, cuentos inventados por su imaginación. Relataba que en el Laguito de nuestro parque Independencia, al que más tarde concurríamos los cuatro a pasear en las lanchas a motor que zarpaban a cada rato de una orilla mismo (casi siempre mamá se quedaba ordenando y ultimando el almuerzo). De lo contrario salíamos a almorzar. Los restaurantes elegidos eran: “La Querencia”, “El Bridge”. Allí, en el lago, se encontraba un nene llamado Pepito, que con su lanchita que salía todas la mañanas a pescar. Papá hacía el ruido del motor de la misma con su boca. Pepito pescaba truchas, moncholitos, mojarritas y bagres muy feos, nos decía. Todas especies de nuestro río Paraná. Pero lo más emocionante era cuando lograba pescar al “doradito” que era el más valioso. Pepito se ponía contento y ese día era de alegría para él y también para nosotros cuando llegaba a ese momento del cuento por la descripción que papá hacia del pez destacando su brillo y color. Pero no terminaba allí. Para darle más emoción, en algunas oportunidades, el nene, sentía mucho miedo porque de pronto, era posible que apareciera, el temible ¡Tiburón! A esa altura, nuestro padre nos describía la ferocidad que tal especie podía tener. Nosotros con los ojos bien abiertos de asombro infantil, aguardábamos la resolución de este “percance” para el pequeño pescador rosarino. Siempre había un alguien o una fantástica maniobra que salvaba a nuestro querido Pepito. Finalmente como era domingo, el nene, luego de su tarea en el lago, se iba a comer con sus papás. Podían almorzar dorado al horno o ravioles que fueron y son bien domingueros en los almuerzos familiares de ese día. Allí, con algunos detalles que no vienen a mi memoria ahora finalizaba el pequeño cuento, que fue un clásico de los domingos de mi infancia.
Mamá nos contaba también cuentos que aparecían casi todas las semanas en la revista “Billiken” previamente leídos por ella. El “Billiken” se compró en mi casa paterna hasta que Adriana, mi hermana menor y yo terminamos el Magisterio en el Normal 1 en el año 1969. Usábamos ilustraciones de esa revista como modelos para confeccionar grandes láminas en cartulinas de diferentes disciplinas que debíamos practicar (especialmente las concernientes Ciencias Sociales y Ciencias Naturales), y que se colgaban en la pizarra de los distintos grados de la escuela primaria, como modo de graficar mejor los temas de nuestras clases de “Práctica de la Enseñanza” en cuarto y quinto año.
El cuento que pasa siempre por mi corazón con mayor precisión es el de Marina y su hermanito también llamado Pepito el Marinero. Tengo perfectamente grabada la ilustración del mismo y el argumento que mami algunas veces modificaba para quitarle dramatismo. Pepito el Marinerito llevó un día a su hermanita Marina a bordo de su barco velero. Marina era dueña de una voz encantadora y cantaba siempre en el mar junto a su hermano. Un día ella se puso a cantar junto una bella estrellita de mar y a una sirenita que también la acompañaba. En esa oportunidad la escuchó el temible pulpo desde el fondo del mar. Marina poseía un don: su bella voz salía directamente desde su corazón. El pulpo urdió una treta para poseer esa voz. Una noche, cuando ambos dormían en el barco, el bicho de múltiples tentáculos ordenó a una medusa que, sin que la pequeña se diese cuenta, le robara el coranzoncito cantor. Así lo hizo la medusa y cuando Marina se despertó y quiso cantar como todos los días de su boca no salía voz alguna. Pepito desesperado ante la tristeza de Marina le prometió que lo iba a recuperar. Finalmente, un día esperó que el pulpo se durmiera, se sumergió en el fondo del mar ayudado por caballitos de mar, estrellas y demás habitantes submarinos. Allí, al lado del bicho malo, en un cofrecito dorado, titilaba el corazoncito cantor de Marina. Lo rescató durmiendo más al pulpo no recuerdo bien con qué sustancia, quizás cloroformo, y se lo devolvió a su hermana que volvió a cantar con más bríos que antes. Fueron nuevamente felices y colorín colorado este cuento se ha terminado.
Mi abuela paterna, María, nos contaba casi siempre el de las hormiguitas desobedientes. Los papás no las dejaban ir a un cumpleaños de 15. Ellas, varias hermanas hormiguitas, se tomaron un micro y fueron igual. Resultado, al volver se perdieron, lloraron mucho y tuvieron que llamar por teléfono público a sus padres “hormigos”. La moraleja consistía en no desobedecer, porque podía suceder algo similar. Este cuento fue reiteradamente contado por mi abuela, que era una buenaza total, cada vez que nos cuidaba a Adriana y a mí, si mis padres salían o se ausentaban por algún motivo. La abuela nos lo contaba cuando estábamos las tres ya en la cama para dormir. Pobre abuela por más que insistió con su prédica aleccionadora con dicho cuento ninguna de las nietas mujeres salimos obedientes en esas lides.
Finalmente, los que recuerdo haberles contado a mis tres hijos. Uno en especial, fue el de “Polito “ el pingüinito que vivía: ¡en el Polo Norte! Vivía con su mamá y familia, en un iglú. Un día, cuando su mamá pingüina tendía la ropa fuera de la vivienda, Polito se aleja jugando y se pierde. Lo encuentran cazadores de osos y focas argentinos quiénes deciden traerlo al zoológico de Buenos Aires. Uno de los cuidadores del zoo, lo vio muy acalorado. Pidió Permiso para llevarlo a su casa y lo obtuvo. Junto a sus hijos, decidieron poner al pingüinito en la heladera para que siempre estuviese con frío. Pero Polito seguía ¡taaan triste!, lloraba reclamando a su mamá. La familia debió pensar en otra alternativa pese a que se habían encariñado mutuamente. Finalmente, lo devolvieron en un avión. Previamente se despidieron con mucha tristeza sus “dueños” de Buenos Aires y se saludaban con manos alzadas cuando Polito abordaba adentro de una heladera con puerta de vidrio, hacia su querido, Polo Norte. Luego de varias peripecias, ayudado por otros animalitos propios de ese polo, se reencuentra con su casa y familia. Prometió a su mamá, no alejarse nunca más de su iglú.
 Lo tuve que contar tantas veces que perdí la cuenta porque a mi hija mayor y a mi hijo varón les fascinaba, tanto, como varios años después a mi hija menor. Se los relataba con ademanes y onomatopeyas que simulaban risas, llantos, etcétera. Me han hecho prometer que se los contaré a mis nietitas cuando crezcan.
¡Hmm, medio moraleja como la Abuela María! Me divierte advertir esa similitud.
Otros que recuerdo haber relatado a mis hijos, era el de los tres chanchitos y el lobo feroz. Lo modifiqué para quitarle crueldad, contando que el lobo, no se quemaba mucho al entrar por la chimenea de la casa de ladrillos del chanchito llamado “Práctico”. Les contaba que, cuando se quemó, fue solo un poquito. Los chanchitos lo auxiliaban y le vendaban su cola haciéndole prometer que nunca más intentaría comerse a los cerditos. Casi del mismo modo reformé el famoso de Caperucita Roja. El lobo nunca se comió a la abuelita, llegaba el leñador inmediatamente y junto a Caperucita reprendían al lobo que hacía la promesa de no atacar más a nadie. Insisto en remarcar que todos eran dichos con sonidos, gestos, voces correspondientes a cada personaje tal como los imaginaba o los había visto en dibujos animados en alguna oportunidad. Por televisión no se pasaban mucho o nada, esos cuentos alrededor de la década del 80.
Solo puedo escribir retazos de esos cuentos, porque es hasta dónde llegan mis recuerdos. La memoria quizás por razones insondables hoy es selectiva.

 Siento inmensa satisfacción al escribir este relato que me retrotrae a otros tiempos ya muy lejanos.

1 comentario:

  1. Hermosos recuerdos, mis padres no nos contaban cuentos, cuando apenas podíamos leer nos compraban cuentos y nos acostumbrábamos a leer un poco todas las noches antes de dormir, costumbre que aún conservo. Yo sí le contaba cuentos a mis hijos, algunos inventados y otros que recordaba de haberlos leído, también versos infantiles y cantos que había escuchado en mi infancia y sobre todo de una tía y que jamás olvidé. Ahora les canto a mis nietos que ya son nueve....Son muy lindos recuerdos para atesorar.

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