martes, 11 de octubre de 2016

El tranvía

Graciela Cucurella

Lo que les voy a relatar surge a partir de una entrevista a una encargada de un geriátrico.
Estaba mirando el informativo y la noticia era sobre los regalos que estaban preparando los abuelos de este geriátrico para el día del niño.
Mientras escuchaba la nota, saltaron a mi mente muchos recuerdos de mi barrio y de mi adolescencia.
Pero con el recuerdo que más me conecté fue con el grupo de amigas que tenía en ese entonces. Con ellas, juntábamos regalos para el Día del Niño, Navidad y Reyes para los más carenciados del barrio y para la Parroquia San Martín de Porres.
Como ese santo, San Martín de Porres, es tan maravilloso y protector de los enfermos, y no tenía ni una capilla ni una parroquia, los vecinos del barrio, ayudados por un carpintero armaron una ermita. La construyeron en la calle Buenos Aires al 6000 y, de esa manera, el santo tenía un lugar después de caminar en procesión, rezando el santo rosario por las calles del barrio.
Como tampoco teníamos un espacio físico para reunirnos con las colaboradoras, mis padres ofrecieron su casa. Allí, nos reuníamos con el padre Dusso, que nos asesoraba y nos daba directivas junto con el padre Saldivar, que eran sacerdotes de la iglesia Corazón de María.
También nos daban ideas para crear un grupo de ayuda para los más necesitados del barrio; y, así, surge el grupo “Las hijas de María”. En ese grupo todas participábamos de diferentes maneras y en una de las reuniones me ofrecieron ser catequista. Acepté la propuesta, pero con la condición de ser asesorada para poder enseñar lo mejor posible.
Como a dos cuadras de mi casa está el convento Jesús de Nazaret, me fui a hablar con la hermana Francisca, que también participaba de este proyecto, y le conté la tarea que me habían asignado y que necesitaba todo su apoyo para poder enseñar catequesis. Ella aceptó rápidamente y de muy buena gana, dándome consejos de cómo debía hacerlo.
Reconozco que tanta responsabilidad me asustaba un poco, apenas tenía unos 18 años, sin experiencia pero con mucha energía para ayudar a los otros.
De tarde iba al convento para hablar con la hermana Francisca, que me esperaba sonriente y con mucho material que debía leer y aprender. Luego lo charlábamos para saber si lo había interpretado bien y me daba pautas de cómo debía enseñarlo. Así, fueron pasando los meses y, para poder poner en práctica lo aprendido, necesitaba tener niños a quien enseñarles.
Fue así como se me ocurrió la idea de dictar catequesis en la villa y en sus alrededores. Junto con las otras colaboradoras, tocábamos puerta por puerta preguntando si había niños que quisieran tomar su primera comunión y que sus padres los dejaran. De esa manera juntamos un lindo grupo y sus padres nos recibían con mucha alegría y respeto.
Ya teníamos el conocimiento, los alumnos, pero nos dimos cuenta de que no teníamos donde dar las clases. Primeramente se pensó en dar clases en el convento, pero les quedaba un poco lejos. Entonces buscamos un espacio cerca del barrio en donde ellos vivían, y lo encontramos.
¡Sí! ¡Lo encontramos! ¡Un Tranvía!
Sí, así como lo leen, en la esquina de las calles Buenos Aires y Muñoz se encontraba ese tranvía, que ayudaron a limpiar muchos vecinos para acondicionarlo.
Las clases se daban los sábados a la mañana y siempre estaban supervisadas por la hermana Francisca, que me ayudaba mucho.
Todos los chicos llegaban con sus caritas alegres, bien limpios, prolijos y con muchas ganas de aprender. Todavía recuerdo a cada uno de ellos, no sus nombres, pero por sí la alegría en sus rostros.
Las clases transcurrían y se aproximaba el día de la comunión, todo era alegría y preparativos, pero nos dimos cuenta de que no todos tenían el vestido o traje para tomarla. Con la hermana Francisca decidimos que aquellos que no habían podido conseguir prestada la ropa, tomaran su primera comunión con el guardapolvo blanco de la escuela.
Y otra vez contando la ayuda de los vecinos, salí a pedir prestados libros misales, rosarios y moños para colocarles en el brazo a los varones. Realmente todos colaboraban para poder cumplirles este sueño a los chicos.
El sábado a la tarde, las hermanas del convento prepararon un altar dentro del tranvía, colocaron flores y todo lo necesario para celebrar la misa. El tranvía que había estado abandonado, relucía con tantos arreglos y adornos.
¡Y llegó el domingo tan esperado! Muy temprano, el padre Dusso se acercó al tranvía y quedó gratamente sorprendido, no podía creer como había quedado.
Poco a poco los chicos fueron llegando con sus padres y familiares, con sus misales y rosarios en sus manos. Los vecinos se acercaron, las hermanas colaboraron en la misa y todos se fueron acomodando en el tranvía para celebrar la misa de primera comunión con mucha fe y alegría.
Cuanta emoción había en ellos y en nosotros, en sus padres y familiares, todos estaban muy agradecidos de ver a sus hijos tan contentos y alegres.
Y como broche de oro, para cerrar este día tan feliz, las hermanas habían preparado el tradicional chocolate con galletitas que disfrutaron en el convento.
Realmente para mí fue una experiencia inolvidable y de mucho aprendizaje. Me sentía muy contenta. Todo había salido bien, como lo habíamos pensado; pero lo más importante fue recibir tanto cariño y afecto de aquellos que me llamaban “señorita Graciela”.
Más tarde en la calle Cabildo 680, construyeron la Parroquia San Martín de Porres, el “Santo negrito”, como le dicen.
Al igual que el resto de las cosas, como era costumbre de la época, la parroquia se construyó con la ayuda de los vecinos, haciendo kermeses, rifas y donaciones. 
Y, para terminar esta historia, no quiero olvidarme del señor Faralli, que trabajó muchísimo donando horas de trabajo, levantando paredes y todo lo que fuese necesario para la parroquia. Era un albañil de profesión y con un gran corazón.

3 comentarios:

  1. Siempre nos encontramos con personas que voluntariamente donan parte de sus vidas para ayudar al prójimo, gracias a Dios, todavía hay buena gente.....
    Noemí Peralta

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  2. ¡Qué hermoso recuerdo! Debés haberte sentido muy feliz al poder llevar a esos chicos a su primera comunión. Hermosa obra la tuya y hermoso relato. Un abrazo
    Susana Olivera

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  3. El padre Dusso del que se menciona es Jacobo Dusso o el padre Luis Dusso el de voz muy grave y creador de los complejos educativos de Lourdes en santa fe?

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