martes, 11 de octubre de 2016

Corte de luz

María Victoria Steiger

Un programa “chino” como le suelo llamar yo a algunos acontecimientos, que acepto pero que me sacan de mis rutinas. Resulta que una de nuestras hijas tenía un casamiento y nos propuso dejar a los chicos en casa.
El mayor tiene casi cinco años ya se había quedado en otra oportunidad y todo bien, la nena es un pegote de su mamá especialmente. Ya ahora con sus tres añitos se queda en casa juega y no tiene problemas, el tema era si a la noche dormiría bien o llamaría a su mamá.
Durante la semana ya habíamos conversado con ellos y estaban muy entusiasmados. ¡Llegó el día! Vinieron cerca de las ocho y algo, traía cada uno su mochila con la ropita de dormir, y un bolso de chiches y cuentos para que les contáramos cuando ya estuviesen listos para dormir. Cenaron muy bien y querían ver una película en televisión que traían elegida. Empezaron los problemas la página no andaba, la buscamos en otra y la nena no quería ver esa. Con un poco de charla, mi marido los convenció de que primero elegía una corta ella y después la película que habían escogido.
Ya era hora de terminar e ir a la cama y la peli no terminaba. Disimuladamente mi marido la adelantó un poco, cosa que el pibito Manuel se avivó enseguida y protestó un poco. Nos pareció que la cosa no le gustaba tanto pero quería llegar al final. Ya en una parte se cortó unos segundos la luz y por suerte todo siguió normal.
Ya la nena, Mora, no daba más de cansada, así que le puse el pijama y a Manu se lo puse al terminar la película. Muy contentos a subir al dormitorio, les preparé a los dos juntos y para ellos era como estar de vacaciones. Ahí Manu se acordó de sus Cien cuentos para ir a dormir”, que habían quedado abajo. Yo no llegué a pedirle a mi marido que los subiera y… ¡se cortó la luz!
 Pensé: “Acá se arma feo”. Por suerte no se asustaron y esperaron el “auxilio” de la linterna que el abuelo estaba buscando abajo. Obviamente no estaba en su lugar, pero la encontró bastante rápido.
Bueno, llegó linterna en mano y¿ahora qué hacemos?”, me preguntó? “Nada, lo principal es que no se asustaron”, respondí.
Bajó, hizo el reclamo a la compañía de luz que fue automático, porque sábado y a la noche no logró hablar con ningún ser humano. Ya no se podía hacer nada, él también se preparó para dormir.
Los chicos me decían: “Abu ¡leé con la linterna!” Yo ya a esa altura estaba cansada y sin anteojos no veo nada, les respondí: “No, te cuento uno que me sé de memoria. ¡Déjenme recordarlo!”.
Esperaron un minuto y empecé a contarles.
En realidad, yo he leído muchos cuentos de chica. En casa para Navidad nos regalaban libros, era como obligatorio para mis padres. No a todas les gustaban, pero a mí me encantaba y leía los de todas. Además, papá se trajo de la casa de él una colección de varios tomos que se llamaban “El tesoro de la Juventud”. Era muy antigua e incluía muchos temas. En principio, yo me dedicaba a los cuentos de “Las mil y una noches”, que según el tiempo de lectura que tenía alternaba con las fábulas de Esopo.
Bueno, el tema era el cuento, me acordé en segundos de lo que leía pero ¡Que les cuento! Ahí, me acordé de que cuando estábamos enfermas, mi papá nos contaba cuentos de su producción. El que más pedíamos era el del avestruz. Después de bastante tiempo me di cuenta que se refería a la propaganda de las píldoras “Radicura”, que eran para la digestión y claro el relato era que este animalito se comía todas las cosas de metal y no le hacían mal.
La cuestión era cómo contarlo o adaptarlo para que no se imaginaran que comer algo así, no les hace mal, sobre todo a Mora, que es chiquita y se cree todo lo que le cuentan.
La verdad es que me fue muy bien con el cuento, al ratito se durmieron y no hubo problemas en toda la noche.
Al día siguiente, seguíamos sin luz y ellos se despertaron muy temprano para domingo, porque tienen incorporado el horario del jardín y no el de los fines de semana.
Creí que como se fueron a dormir tarde, el despertar sería tarde perono fue así. Seguíamos sin luz, por suerte era un día frío pero con sol. Abrí las persianas de la habitación y a cambiarse. Uno acostumbrado a los beneficios de la electricidad piensa en cómo habrá sido en otra época. La gran ayuda del microondas, la tostadora etcétera ¡había que usar otros elementos!
El desayuno salió más o menos bien y ellos contentos se acordaban del cuento que les había contado a la noche y decidí que en los días siguientes lo escribiría para que se lo contaran a mis otros nietos.
Lo hice y la más chiquita, Nina, con dos añitos lo repetía muy contenta y contaba lo que hacía Pipo (el avestruz del cuentito) y los premios que recibía por portarse bien. 
Para mí fue un lindo recuerdo de los cuentos que me contaba mi papá cuando era chiquita. Se lo leí a mi mamá y se acordó de esa época tan lejana y linda.

1 comentario:

  1. He pasado por situaciones similares, así que me siento identificada. Tengo nueve nietos...por ahora...y me siento muy a gusto con cada uno de ellos . Algunos ya son adolescentes o más grandes, pero siempre hay alguno chiquito que entretener...
    Noemí Peralta

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