Susana
Olivera
Después de los cuarenta años, la cara la tenemos
en la nuca mirando desesperadamente hacia atrás.
Julio Cortázar
Parece mentira cómo el tiempo borra algunos detalles y
resalta otros. Cómo el camino de la nostalgia impone sus designios. Cómo el
corazón y la mente tratan de imponer su razón. Cómo unos instantes de ternura
no se borran nunca.
Recuerdo que compré un inmenso ramo de gladiolos rosados y
los puse encima de la mesita labrada en un florero blanco de cerámica. Recuerdo
a papá vestido con traje y corbata. Recuerdo a mis hermanos menores tomando
todo a broma y robándose los bombones que yo había distribuido cuidadosamente
en una caramelera de cristal. Recuerdo a mamá hablando sin parar, mientras
preparaba las copitas de jerez y sándwiches de miga pequeñitos para que fueran
fáciles de comer.
Recuerdo a Jorge, mi novio, llegando muy puntual y muy serio
con dos botellas de vino en una caja (caja que aun conservo) para regalar a mis
padres.
Era la primera vez que venía a casa.
Yo no podía parar de reír, me parecía muy gracioso el
nerviosismo de todos, de papá que decía:
—Y si quiere hablar conmigo a
solas, ¿qué le pregunto? ¿Le digo “cuáles son sus intenciones, joven”?
—Ni se te ocurra, papá.
Hablen de cualquier cosa. Él no se quiere casar mañana. Solo quiere conocerlos
a ustedes.
—Escuchame, ¿va a venir todos
los días a casa y uno va a tener que estar vestido como para un cumpleaños?-
ese era Pepe, mi hermano más chico, de doce años.
—Yo voy a hablar claro con él.
Acá, a comer todos los días, no- Carlitos, el más cercano a mi edad.
—Chicos, basta. No molesten a
su hermana. Viene el novio, porque quiere conocer a la familia. A todos. A
ustedes también. Y ¡basta de comerse las cosas que están preparadas!
Mamá estaba hermosa, con una blusa blanca con un moño atado a
la barbilla y yo me reía y me reía, probablemente de nervios. Creo que de
felicidad. Habíamos conversado largamente las dos sobre dónde lo recibiríamos,
si en el comedor o en el vestíbulo donde estaban los sillones. Uno de dos
cuerpos y otros dos más pequeños. Finalmente, habíamos acordado que yo me
sentaba con él en el más grande y papá y mamá en los otros dos. Los chicos
saludarían y se irían a su habitación. Y, después, pasaríamos al comedor donde
estaría el refrigerio. No sería cena. Simplemente algo para convidarlo.
—¿Nosotros no podemos comer
también cuando pasen al comedor? Pero, ¿quién se creen que es este tipo? ¿El
duque de Edimburgo?
—¡Timbre! Paren, paren, yo lo
recibo. Yo abro. Y le hago una reverencia.
—Y yo, la venia en posición
de firme y choco los talones…
—No, señor, le abre su
hermana. Y ustedes se van adentro para que primero nos salude a nosotros…
Carlos, vos sentate.
—Esperá, mamá- dije yo.
Primero enciendo la lámpara de la mesita… Chicos, desaparezcan.
—Ayyyy, tengo que ir al baño…
no me llamen hasta que haya terminado. ¿Le digo, cuando me llamen, lo que fui a
hacer al baño?- Pepe otra vez.
—Te voy a matar…
—Susana, abrí de una vez y
dejen de pelear.
Las cosas no salieron como la habíamos planeado con mamá. Uno
de mis hermanos se cayó (o se tiró) cuando los llamamos y arrasó con los
bombones; mi padre agradeció el vino y dijo que su preferido era el tinto,
porque se creyó que el vino regalado era tinto, pero el vino era blanco. Y mi
hermano que había ido al baño tiró la cadena (el baño tenía cadena para
descargar el agua) como veinte veces cosa que se sintió perfectamente desde
donde estábamos y apareció muy sonriente, mientras los demás se morían de la
risa. Trataba de explicar por qué había tenido que tirar tanta agua. Mamá,
desesperada para que se callase.
Jorge, mirando a uno y a otro sin entender demasiado…
Me parece mentira todo este recuerdo. Recuerdo de hace más de
cincuenta años. Me llenan de ternura tanto mi familia como Jorge con su regalo.
Me enternecen las formalidades de entonces: pedir permiso para visitarme, que
mis padres le dijeran que dos veces por semana; también los domingos, si
queríamos ir al cine pero respetando el horario de regreso. Mis hermanos
alborotando y haciendo que todo fuera más sencillo.
Y los comentarios cuando Jorge se fue:
—Tiene un bigotito ridículo…
parece una carrera de hormigas arriba de la boca- ese fue uno de mis hermanos
—Es un plomo ese tipo -otro.
—Es una monada- dijo mamá
haciendo callar a todos. Basta ya.
—Yo no tengo ningún apuro para que mi hija se
case… Papá querido.
Me encantó tu relato Susana.....
ResponderEliminarPobre Jorge, entró solito a la jaula, pero seguro que fue feliz.
ResponderEliminarUn placer volver a leerte Susana.
Un abrazo grandote Luis A. Molina