lunes, 12 de junio de 2017

Otras costumbres I

Ana María Miquel

Por momentos, el tren se deslizaba pesaroso rodeando una colina o subiendo otra. Mientras, saboreaba un café con leche en un vaso de vidrio dentro de un sujetador de metal para no quemarse las manos y que la infusión se mantuviera caliente. Tenía en realce la figura de un tren y algunas fechas. En ese camarote de primera revestido en madera y con tapizado en cuero rojo, me sentía en otro mundo, en otra cultura. Y, por supuesto, protagonista de alguna película de la Segunda Guerra y pensando que en cualquier momento subirían los alemanes.
Nada de eso ocurriría. Estábamos en los comienzos de la primavera en el hemisferio norte en el 2017, avanzando sobre las colinas de Ucrania para llegar a la ciudad de Ternopil.
Cuando mi hijo me dijo: “Traé abrigo que iremos a un lugar distinto”. Nunca me imaginé que realizaríamos semejante viaje: turismo aventura.
La propuesta era llegar nosotros dos al pueblo de donde había partido la abuela Eugenia para arribar a Argentina allá por el 38. El lugar donde ella nació pertenecía a Polonia; pero después de la guerra pasó a ser territorio ucraniano y quedó tras el muro de Berlín. En consecuencia, nuestro itinerario sería: Moscú, Polonia y Ucrania.
Además de Guillermo y yo, viajaba con nosotros Anastasia. Una amiga ucraniana de mi hijo. Ya que donde íbamos nadie hablaba inglés. Entre Guillermo y Anastasia habían organizado el viaje y también se habían comunicado con la familia que quedaba allá de la abuela Eugenia. La dueña de casa junto a sus dos hermanas, son primas hermanas de mi marido.
La cuestión que habiendo llegado a la estación de trenes de Ternopil, nos tomamos un taxi para llegar a la casa o granja donde vivían los familiares que buscábamos. Después de media hora de marcha y habiéndose comunicado por celulares con la familia, el chofer llegó al lugar indicado ya que estaban esperándonos en la puerta.
Seguimos remontando colinas y sobre una de ellas había una casa rodeada de campo y gente en la puerta. Cuando bajamos del coche, nos sentimos rodeados y abrazados con todo cariño por un grupo de personas tan sonrientes y contentos, como si nos conocieran de toda la vida. La voz cantante de la casa, Vera, me dio tres besos junto a un abrazo de oso y puso en mis manos un ramo de rosas rojas y otras flores blancas.
Nos hicieron pasar a la casa que daba la impresión de ser dos construcciones, una vieja y otra más nueva. Por supuesto nos llevaron a la nueva. Para entrar subimos unos cinco o seis escalones y entramos a un porche con una ancha arcada, otra puerta cerrada de doble hoja y una gran alfombra. A medida que iban entrando vimos cómo se quedaron mirando nuestros pies. Ya habían abierto la puerta de doble hoja y estaban entrando a la casa. Anastasia nos dio la indicación de que debíamos sacarnos los zapatos y entrar descalzos. Pensé: “Aquí me enfermo”. Pero enseguida nos alcanzaron una bolsa muy bonita con chinelas nuevas.
Atravesamos dos o tres grandes puertas, hasta llegar a una tercera que abrió Vera y como por arte de magia apareció la mesa más colorida y más provista de manjares que me pudiera imaginar. También con flores en el centro. Los platos estaban distribuidos según los colores: pescados enteros (con cabeza y cola) en un tono amarronado, fuentes con fiambres ahumados, otras con rodajas de pan con distintas coberturas como si fueran canapés. Distintos tipos de encurtidos y ensaladas. Platos con pimientos rojos cortados en tiras, apio, ciboulette verde intenso. Otros con naranjas, manzanas y bananas también peladas y cortadas. Paneras con distintos tipos de pan. Buñuelos que parecían de acelga, pero que eran de hígado. Gelatina hecha de conejo y cerdo. Trozos de carnes fritas.
Frente a cada comensal había lo que sería un platito de postre y arriba de él un vasito de vidrio grueso con un tenedor envuelto en una servilleta de papel. No debo olvidarme de las bandejas con chocolates sobre el aparador.
En un costado de la mesa, una de las cosas más importantes las bebidas: champaña, vino tinto hecho en la casa, una gaseosa y el infaltable: vodka.
                         (esta historia continúa)

1 comentario:

  1. Hermosa descripción en tu relato, puedo imaginar en mi mente esos ricos manjares que se les ofrecieron, espero ansiosa la continuación del relato....

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