Susana
Olivera
Tum tum tum. Golpes con el
puño cerrado en la puerta del consultorio del doctor Ferretti, un traumatólogo.
—Es mi turno, doctor. No el
de esa señora.
—¿Cómo es su
nombre?
—Juan Castagna.
—No, todavía no
le toca. Ya lo voy a llamar.
El Sanatorio Plaza atiende
afiliados a Pami. Yo estaba esperando mi turno en medio de una multitud de
silenciosos pacientes en un día de calor agobiante. La “refrigeración” de la
sala de espera consistía en un ventilador de techo que apenas movía sus aspas;
es decir, no daba nada de viento. Juan –el único verborrágico– estaba
indignado.
—¿Usted que
turno tiene?- me preguntó casi a los gritos.
—El tres- le
respondí.
—No puede ser.
Yo tenía el dos y entró una señora, usted no tiene el tres.
—Puedo estar
equivocada-dije. Es que lo pedí por teléfono. Puedo haber escuchado mal.
Intervinieron otros
pacientes quejándose sobre la atención telefónica de “Turnos”.
—Ah, señora,
tuvo suerte. Yo estuve más de media hora para lograr llegar a “Turnos”… “Para
Radiología marque 1… para Ecografías marque 2… para Cardiología marque 3” y un
montón de especialidades más. Cuando terminó dijo que “aguarde y será atendido
por una operadora.” Pero no me atendieron nunca. Volvieron a repetir toda la
historia… Para Radiología marque 1… Para Ecografías...
—A mí me pasó lo
mismo. Estuve más de una hora prendida al teléfono con lo que cuestan las
llamadas…
—Yo vine
personalmente –volvió a participar Juan–, me molesté en venir personalmente y
me dijeron que mi turno era el “dos” y entró otra persona… Si usted tiene el
tres, quiere decir que a mí no me llama, la llama a usted. No soy el próximo.
—Mire, me puedo
equivocar- dije.
—Ah, no, yo le
pregunto…
—Tum tum tum-
golpea con increíble fuerza.
—¿Señor?
— Yo tengo el
turno dos y entró una mujer. Me tocaba a mí.
—No, mire. Ya le
dije que no estaba usted. Voy a poner la planilla en la puerta para que puedan
saber cuándo les toca…
El médico “pacientemente”
pega la hoja con cinta transparente en la puerta de su consultorio.
—¡No! No puede
ser. ¡Me toca el doce!
—A lo mejor
escuchó mal- le dije. Es fácil confundirse.
—No señora. Yo
escuché perfectamente. Es que son todos unos sinvergüenzas. Seguro que me
cambiaron el turno. Ah no. Yo me voy a Administración a quejarme.
El hombre se dirigió al
ascensor y, mientras esperaba, explicaba a quién lo quería escuchar lo que le
había ocurrido.
Llegó mi turno, debí hacerme
un estudio en el consultorio de al lado por lo que me quedé en el lugar.
Pasó más de una hora; le
tocó el turno a Juan; el médico lo llamó e insistió varias veces; porque ya lo
había visto. Juan Castagna había desaparecido…
No lo vi llegar, pero
escuché su charla. Algún comedido le explicó que ya lo habían llamado…
—¿Cómo tardó
tanto?- le preguntaron.
—Ah, ¿tardé
mucho? Es que estaba fresquito en la Administración. Me quedé un rato. Había
asientos desocupados. Tienen aire acondicionado esos sinvergüenzas. A nosotros
que nos parta un rayo. Ellos son nuestros empleados. Nosotros le pagamos el
sueldo. Así que me quedé un rato. Que el médico me atienda ahora.
—Tum tum tum- golpea
otra vez
—¡Señor
Castagna!- dijo el médico. Ya lo llamé y usted no estaba. Va a tener que
esperar hasta que atienda al último paciente…
—Pero… pero,
¿usted sabe quién soy yo?
—¿Cómo no? Es el
señor Castagna. Espere. Espere su turno.
El médico cerró la puerta y
Juan se quedó indignado hablando con todos y a los gritos…
Es una historia de hoy
mismo. Es una historia actual de lo que suele pasar con los adultos mayores y
con los médicos que los atienden. Es una historia “joven”. Nada que ver Borges
en este caso y sus “grietas del obstinado olvido”.
Así es. Esta es una historia
joven. Recuerdo cuando yo tenía cinco o seis años que venía el médico a casa,
el doctor Celoria y atendía a todos, a nosotros, los chicos y recetaba tónicos,
vahos, gárgaras, reposo, una enemita, agua mineral y té negro. Y de paso
también algún Geniol para los dolores de huesos de mamá.
Era el médico de la familia.
¡ Qué época Susana !!! Teníamos el médico de la famlia, él nos conocía a todos y nos atendía a todos, chicos y grandes....sabía de nuestra familia y de todos nuestros problemas...éramos humanos y nó solo números...éramos un cuerpo entero y no solo un corazón , un riñón o un estómago, etc...Cómo ha cambiado todo...Mi padre fué médico...de los de antes....
ResponderEliminarNo digas que vas al Plaza, notarán que somos de la tercera edad, dicho de otra manera "Viejos", no caerán en cuenta de nuestra juventud tardia.
ResponderEliminarMe has dejado pensando, ¿Juan, no sería yo?
Me encantó tu relato´
Un abrazo. Luis.