María Teresa Vallet
Desde una tierra que se extiende al norte y al sur de los Pirineos
occidentales, entre los ríos Adour y Ebro, llamada Euskal Herria, donde vive desde
hace 7.000 años, el pueblo vasco, hablando su idioma originario, el euskera,
miles de vascos emigraron a lo largo del siglo XIX y primera mitad del siglo xx
hacia América y en primer lugar, en cuanto a número a nuestra patria, Argentina.
A lo largo de los siglos, el pueblo vasco ha desarrollado su vida,
basándose en cuatro pilares fundamentales: el amor a la tierra (lu), a la casa
(etxe), a la familia (sendi) y al apellido (abizen). Los vascos llevaron esos
valores ético-morales allí, donde emigraron: por ende, también a la Argentina.
El emigrado vasco muy pronto se gana el respeto y el aprecio del argentino,
del criollo. Escribe Vicente de Amézaga: “El prestigio de lo vasco en Argentina
se lo ganaron aquellas vascas y aquellos vascos que llegaron a las playas
argentinas, sin más armas en sus manos que el trabajo”.
Infatigables, alegres, alrededor de una mesa bien servida, leales en la
amistad, dueños de una palabra que los definió y que nos honra: “Palabra de
vasco”. (Mikel Ezquerro)
Muchas veces quise expresar mis sentimientos cuando en mi casa se
hablaba de la familia vasca. Me costaba decir cuáles eran mis sentimientos;
pues si bien era yo descendiente de tercera generación, en la familia casi los
mayores vascos habían desaparecido y, por tanto, los lazos con los ancestros
eran sólo de tradición oral. Pensaba en ellos, porque tenía la esperanza de
alguna vez encontrar y hablar con los que quedaron en Euskalerría o sus
descendientes y mi sentimiento valiente aumentaba mis deseos y me hacía feliz.
En mi ser, se producían básicamente dos elementos: ideas y sentimientos.
Ambos están íntimamente relacionados y son inseparables. Las ideas tienen un
componente más racional y los sentimientos tienen una dimensión emotiva. En
cualquiera de los dos casos, un sentimiento es una vivencia afectiva, que
produce en mí un estado positivo y de entusiasmo.
Muchas veces las emociones se transforman en sentimientos, son similares
a la emoción. Si bien es breve, a veces el sentimiento es más duradero.
Y hablándome para mis adentros me pregunté: “¿Cuáles serían mis emociones
si los encontraba?”.
Esas emociones hicieron que en mí hubiera gran capacidad de sentir y
preocuparme y, solo con pensar, esas inquietudes hacen que la vida valga la
pena vivirla y me ponga en marcha.
Con Ana, una amiga de Luján, más vasca que yo, compartí lo que me ocurría
y sus palabras fueron: “¡Vamos a buscar tu pasado!”.
Esas palabras me permitieron
iniciar la aventura sintiéndome muy feliz.
Por medio de una página de la colectividad, avisé que viajaría a Euskalerría
en setiembre de ese año, 2012, y puse el siguiente mensaje: “Si en algún lugar
de ese país hay alguien con relación a mis apellidos: Ansalas-Sansinena (en Etxalar
o su zona); Aguirrebalzategui-Ygartua (en Oñati o sus alrededores) y piensan
que podemos tener nexos entre nosotros y quieren encontrarme y conversar
conmigo, puse el siguiente texto resaltado: “¡Queridos familiares o amigos!,
voy a estar alojada” en los siguientes hoteles y ciudades, cuyos teléfonos
coloqué para contactarme.
Con Ana salimos de Bueno Aires muy ilusionadas y en San Sebastián, el
primer lugar que tocamos, recibí en el hotel un llamado de una señora, que
tenía mis apellidos primeros y me dijo: “Esta noche cerca de los 20 espérame en
el hall del hotel porque deseo verte y conocerte”.
Las palabras no me salían por la emoción, mi garganta parecía que había
endurecido y con gran alegría le dije que la esperaría.
Entró con su esposo en el hall. Su porte y sus facciones me eran
familiares. Los abrazos y los besos hicieron que fueran los que mi abuela y mi
madre les hubiera agradado darles. Charlamos animadamente sobre la aventura que
había iniciado, y con el esposo y mi amiga, especialista en genealogía,
cotejamos ambos árboles y vimos que teníamos conexión en la cuarta generación.
Mi alegría y mi emoción movieron mi corazón, las lágrimas borraban mis
dudas y todo mi ser andaba en un ligero y alegre movimiento. Esto me permitía
navegar en el pasado que escuchaba en mi casa.
Le dije a mi amiga Ana: “¡Son mis ancestros quienes están experimentando
estos sentimientos, estén donde estén!”.
Había vuelto al País Vasco. Era un sentimiento positivo que hacía que
pudiera saber quiénes vivían en el pueblo de mi bisabuelo.
Fuimos a cenar a un restaurante en el Peine del Viento y, desde ahí, María
José –mi parienta– se puso en contacto con los familiares avisándoles de mi
llegada y el día en el que estaría por el pueblo.
Viajar a Etxalar era como ir en una nube. Llegamos a ese pequeño pueblo
de la Merindad de Pamplona, junto a los Pirineos. Estaba Salvador, el otro
familiar, esperándonos en la plaza. Volvía a vivir las emociones y el corazón a
marchar en forma forzada. Nos presentó otro familiar, Juantxo, y juntos todos
recorrimos el pequeño poblado, la casa donde nació mi bisabuelo que está
restaurada y habitada por la hija de uno de ellos.
Como visitante fui a saludar al cura, quien nos mostró muy afablemente
la capilla. Luego, me llegué hasta el cementerio y lo visité. Cada tumba tenía
en su placa alguno de nuestros apellidos y lo que más abundan son las estelas,
los antiguos monumentos funerarios
usualmente monolítico con inscripciones, en forma de lápida, que se erigen
sobre el suelo.
Nos agasajaron con una bebida y enseguida
debimos regresar; pues el pueblo no tiene ningún tipo de conexión y se debe
llegar en forma particular. Nos despedimos, pero nuestros rostros estaban
bañados de lágrimas, pues pensaba yo si alguna vez volvería; y llevaba en mis
pupilas los colores de los árboles, de las flores de los jardines, la caída cantarina
del Río, que cruza el pueblo, las características viviendas y las facciones y
el cariño de mis familiares.
Seguimos viaje por el resto del País Vasco
sin poder llegar a la ciudad donde mi bisabuela había nacido. Me dije: “No
importa, pronto volveré y con más tiempo”.
Ese regreso aparte de mis ancestros hizo
que viviera emocionada hasta el día de hoy. Estamos en comunicación y si mi
accidente me lo permite, creo que volveré el próximo año.
¡Laster arte (hasta
pronto) país vasco!
Hermoso tu recuerdo. Y qué bueno que pudiste ir a conocer el lugar donde vivían tus ancestros.
ResponderEliminarSoy descendiente de españoles y me gustaría conocer dónde nació mi abuela y abuelo materno, pero por ahora creo que es algo imposible. Ellos vinieron a este país de muy jovencitos, con mis bisabuelos y se casaron aquí siendo adolescentes ( 15 y 17 años ). No los conocí , solo por fotos y lo que contaban de ellos mi madre y mis tías.