Ana Ratti
Mi
infancia se desarrolló en los alrededores de la conocida plaza Sarmiento. Nací
en la maternidad “Santa María”, que en aquel entonces estaba emplazada en las
calles 9 de julio y Paraguay. La casa de mis abuelos maternos estaba por la
Paraguay, hasta hace un tiempo seguía allí. Cuando pasaba me encontraba con el
lugar de mi primera infancia, como referente tan importante, me veía
trasladándome en el tiempo, jugando en la vereda con mis amiguitos del barrio:
saltando la soga, jugando a la rayuela o andando en bici. La demolieron y con ella los recuerdos quedaron en mi mente,
pues al cambiar la fachada por un importante centro comercial, desapareció mi
escenario infantil. Concurrí desde jardín hasta quinto año con mis estudios como
Maestra Normal Nacional a la escuela Normal número 1 “Dr. Nicolás Avellaneda”,
un ícono de la época en educación. Cuando uno es pequeño ve todo más grande y
el edificio era para mí imponente y su interior ni decir. Desde los 5 hasta los
18 años, este lugar marcó momentos muy importantes, que por su intensidad, aún
sigo recordando. Mi contacto con el aprendizaje de la lectura no tuvo un
momento preciso, fue un proceso. Recuerdo los libros “Upa”, “Mañana de sol”,
“Ruta gloriosa”. Pasar al frente de la clase para leer era todo un
acontecimiento. Debíamos pararnos derechas, tomando el libro con la mano
izquierda, para pasar la hoja con la otra y el libro no debía tapar la cara,
consignas que luego apliqué en mi práctica docente. Recuerdo una tarea para
afianzar la lectura: anotar las faltas de ortografía que veíamos en carteles
manuscritos de negocios o carros, para luego comentarlas en clase. Los libros,
a medida que fui creciendo, fueron mis mejores amigos. Siendo hija única, no
jugaba demasiado en la casa, y mi actividad estaba relacionada con el estudio.
A mi padre le gustaba mucho leer y escribir, y todavía conservo sus últimos
escritos reflexivos y profundos. Los libros que recuerdo que me acompañaron, ya
mayor, fueron: “Azabache”, “Mujercitas”, “Polyana”, “Mi pequeño lord” y las
poesías de Gustavo Adolfo Becker. En un altillo que había en mi casa, muchos
libros de páginas amarillas, que eran motivo de mi curiosidad. Siempre había
libros en casa, viejos, nuevos, grandes, pequeños. Para mí eran muy importantes
y los consideraba mis amigos. Concurría a la biblioteca “Eudoro Díaz”, que
también estaba cerca de casa. Pero lo que más me apasionó en esta etapa de mi
vida, los años 60, fue el cine. Los domingos íbamos con mis padres a “El Nilo”,
caminando, pues quedaba cerca de mi casa. Tres películas proyectaban y además
el noticiero “Sucesos Argentinos”. Yo levantaba la butaca para ver mejor, ya
que la altura nunca fue mi fuerte; y la lectura de los subtítulos era todo un
desafío y allí practicaba el gusto por ella. Mis abuelos me llevaban al cine
“Rosemary”, donde pasaban películas españolas, porque mi abuelo era andaluz.
Así, mi infancia transitaba por la misma zona: escuela, biblioteca, cines,
plaza, cuya fuente tenía construido en el borde cuatro patos a los cuales
subirse e imaginar nadar con ellos era toda una hazaña. Con el tiempo los
sacaron de la fuente y en la actualidad ya no tiene el mismo aspecto. ¡Ah! No puedo
dejar de mencionar una churrería a una cuadra del cine, que era visita obligada
después de la función. El gusto por el cine me sigue acompañando más que los
libros y se transformó en un gran compañero en esta etapa de mi vida. En la
actualidad observo a mi nieta mayor con un gusto especial por los libros y la
lectura. Posiblemente, se esté despertando la inclinación familiar.
Muy lindos recuerdos de la infancia que todos atesoramos....
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