lunes, 12 de junio de 2017

Recuerdos de mi infancia. Aprender a leer

Ana Ratti

Mi infancia se desarrolló en los alrededores de la conocida plaza Sarmiento. Nací en la maternidad “Santa María”, que en aquel entonces estaba emplazada en las calles 9 de julio y Paraguay. La casa de mis abuelos maternos estaba por la Paraguay, hasta hace un tiempo seguía allí. Cuando pasaba me encontraba con el lugar de mi primera infancia, como referente tan importante, me veía trasladándome en el tiempo, jugando en la vereda con mis amiguitos del barrio: saltando la soga, jugando a la rayuela o andando en bici. La demolieron y con ella los recuerdos quedaron en mi mente, pues al cambiar la fachada por un importante centro comercial, desapareció mi escenario infantil. Concurrí desde jardín hasta quinto año con mis estudios como Maestra Normal Nacional a la escuela Normal número 1 “Dr. Nicolás Avellaneda”, un ícono de la época en educación. Cuando uno es pequeño ve todo más grande y el edificio era para mí imponente y su interior ni decir. Desde los 5 hasta los 18 años, este lugar marcó momentos muy importantes, que por su intensidad, aún sigo recordando. Mi contacto con el aprendizaje de la lectura no tuvo un momento preciso, fue un proceso. Recuerdo los libros “Upa”, “Mañana de sol”, “Ruta gloriosa”. Pasar al frente de la clase para leer era todo un acontecimiento. Debíamos pararnos derechas, tomando el libro con la mano izquierda, para pasar la hoja con la otra y el libro no debía tapar la cara, consignas que luego apliqué en mi práctica docente. Recuerdo una tarea para afianzar la lectura: anotar las faltas de ortografía que veíamos en carteles manuscritos de negocios o carros, para luego comentarlas en clase. Los libros, a medida que fui creciendo, fueron mis mejores amigos. Siendo hija única, no jugaba demasiado en la casa, y mi actividad estaba relacionada con el estudio. A mi padre le gustaba mucho leer y escribir, y todavía conservo sus últimos escritos reflexivos y profundos. Los libros que recuerdo que me acompañaron, ya mayor, fueron: “Azabache”, “Mujercitas”, “Polyana”, “Mi pequeño lord” y las poesías de Gustavo Adolfo Becker. En un altillo que había en mi casa, muchos libros de páginas amarillas, que eran motivo de mi curiosidad. Siempre había libros en casa, viejos, nuevos, grandes, pequeños. Para mí eran muy importantes y los consideraba mis amigos. Concurría a la biblioteca “Eudoro Díaz”, que también estaba cerca de casa. Pero lo que más me apasionó en esta etapa de mi vida, los años 60, fue el cine. Los domingos íbamos con mis padres a “El Nilo”, caminando, pues quedaba cerca de mi casa. Tres películas proyectaban y además el noticiero “Sucesos Argentinos”. Yo levantaba la butaca para ver mejor, ya que la altura nunca fue mi fuerte; y la lectura de los subtítulos era todo un desafío y allí practicaba el gusto por ella. Mis abuelos me llevaban al cine “Rosemary”, donde pasaban películas españolas, porque mi abuelo era andaluz. Así, mi infancia transitaba por la misma zona: escuela, biblioteca, cines, plaza, cuya fuente tenía construido en el borde cuatro patos a los cuales subirse e imaginar nadar con ellos era toda una hazaña. Con el tiempo los sacaron de la fuente y en la actualidad ya no tiene el mismo aspecto. ¡Ah! No puedo dejar de mencionar una churrería a una cuadra del cine, que era visita obligada después de la función. El gusto por el cine me sigue acompañando más que los libros y se transformó en un gran compañero en esta etapa de mi vida. En la actualidad observo a mi nieta mayor con un gusto especial por los libros y la lectura. Posiblemente, se esté despertando la inclinación familiar. 

1 comentario:

  1. Muy lindos recuerdos de la infancia que todos atesoramos....

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