Mónica Mancini
Cuando título “Platero y yo” , ese “Yo” soy yo , no es Juan Ramón
Jiménez.
Platero llegó a mis manos por intermedio de mi maestra de tercer grado,
la señorita Hilda, nos dijo que leamos para que lo comentemos en clase.
La edición que conseguí era pequeña, casi de bolsillo, con un dibujo en
la tapa del burrito, y algunos delineados en blanco y negro en su interior.
Demoré en conseguirlo, en el barrio no había librerías y tuve que
esperar que me llevaran al centro para comprarlo. Cuando la empleada me lo dio,
lo tomé como un trofeo, ya se lo había visto a muchas de mis compañeras y ansiaba
mucho tener el mío. Recuerdo que acaricié su tapa y lo apreté sobre mi pecho.
Platero ya me pertenecía.
El primer
párrafo me llenó de ternura, todos mis sentidos reaccionaban a las sensaciones
que Juan Ramón describía.
Aceleré la
lectura y paso a paso amaba y sentía que era la compañera de aventuras del burrito.
Deseaba que mi perro Leo, una mezcla rara de salchichón y coli, de mal carácter,
actuara conmigo como lo hacía Platero con su dueño. La frustración me llevaba a
sumergirme en la lectura y, por supuesto que con siete años, no me daba trabajo
viajar a los prados de Moguer, imaginar el molino, los corrales y la luna
plateada que reinaba en los maravillosos relatos.
Corría
noviembre de 1963, sentadita sobre la mesa, en canastita, hojeaba las últimas
páginas de mi libro. La televisión estaba encendida, en un momento dan la
noticia que habían asesinado a John Kennedy, toda mi familia se acercó a la pantalla
para escuchar y ver con más detalle. Era un acontecimiento muy movilizador.
Yo, niña abstraída
en la lectura, no entendía ni me importaba lo que despertaba tanto interés en
los adultos. En ese momento en que la historia inmortalizaba la imagen de Jackie
trepándose a la limusina, Platero también moría en su lecho de paja.
No podía creer
que Juan Ramón me hiciera eso. ¿Por qué le tenía que pasar a “Mi Platero”? Cuando
entendí, después de leer y releer como el autor describía la muerte de Platero,
lleno de metáforas y descripciones, lloré muchísimo, mis padres sacaban
conclusiones absurdas.
—Esta
nena no debería mirar el noticiero.
—Es una imagen impresionante.
—Ahora va a tener pesadillas
Nunca
sospecharon que mi llanto obedecía a la lectura del librito que, según el autor,
no fue escrito para niños.
Pasaron
muchísimos años y jamás pude dejar de asociar el asesinato de Kennedy con la
terrible tristeza que sentí cuando llegué al final de “Platero y yo”.
Tardé muchos
años en perdonar a Juan Ramón que, con bellas y poéticas palabras, me dio un
disgusto tan grande.
Recorrí su
historia y así supe que su vida fue muy difícil. Era republicano en la España
franquista y tuvo que exiliarse, viviendo en diversos países sufrió serias
depresiones por las que fue internado repetidas veces.
En 1956, ganó
el premio Nobel por su obra literaria, destacándose “Platero y yo” como una
obra clásica.
Esa obra me
motivó muchísimo para leer otros libros y poemas del autor, aprendí el
significado de muchos de los términos que él usaba en su prosa lírica, pero por
sobre todo me adueñé de su adorado burro: Platero todavía me pertenece.
“Platero
es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón,
que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual
dos escarabajos de cristal negro”.
Creo que 'Platero y yo' es de toda esa generación. Es ese burrito que nos enseñó a leer de corrido, a saberlo de memoria, para alguna clase. Uno de los libros más leídos cuando era un mocoso. Excelente relato compañera. Dejo mis abrazos. Daniel Jobbel
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