domingo, 13 de noviembre de 2016

El castillo de Cluny

Susana Olivera

En la torre, cerca de las almenas, en lo más alto del castillo, una ventana oval. No tiene vidrios y el grosor de las paredes parece resguardar del frío y el viento. Soy prisionera en ese castillo medieval, el castillo medieval de Cluny, próximo al río Sena.
Con mi traje largo, la cintura apretada y terminando en un triángulo invertido en la falda miro hacia la lejanía. Las mangas abultadas, con bordados de oro llegan hasta mis manos enfundadas en largos mitones que atrapan mis dedos índices. Quiero hacer sombra en mis ojos, el sol brilla y atisbo la lejanía esperando, esperando.
Prisionera en ese enorme y frío castillo… ¿quién es mi torturador? Tal vez, ese monstruo que veo desde mi celda en el aljibe del patio? ¿Cuánto tiempo hace que soy prisionera? ¿Cuánto tiempo más deberé esperar?
Espero. Espero a mi enamorado. Que vendrá. Vendrá montado en un unicornio blanco vestido con sus ropas brillantes. Vendrá a salvarme de mi prisión… jinete garboso en su unicornio blanco.
Lo veo. Al fin. El rostro más bello. Viene trotando con su melena rubia al viento; la pluma de su romántico sombrero sube y baja marcando el ritmo del galope del unicornio. Su capa es un pájaro negro. Sus calzas oscuras, sus escarpines espolean a la cabalgadura. Él también desea rescatarme…
Entra por la enorme puerta de madera con trabas de grueso metal en medio de un escándalo de cascos rebotando en las piedras. Se abren las puertas para él. Pero deberá llegar hasta mi ventana en lo más alto de la torre rodeada de horribles gárgolas.

Ya está allí, al pie de la ventana oval desde donde se asoma mi anhelo.
¿Cómo trepará hacia mis brazos?
Se quita la capa negra que aletea al viento y cae en aspavientos sobre el suelo empedrado. La levanta con sus largos blancos dedos y cubre con ella la imagen horrible del aljibe. La capa es ahora un enorme pájaro abatido.
 Tal vez, su capa negra destruya la fuerza del monstruo que me condena.
Quiere trepar el alto muro por las piedras toscas usando sus manos. Cae una vez, dos, diez. El unicornio blanco tasca el freno; está nervioso, inquieto.
¿Qué hacer? Mi corazón rebota en mi pecho ante cada intento.
Tramo algo desesperado. Deshago mi peinado y arrojo mis largas trenzas hacia él. Que trepe por ellas para un beso de amor.
No son lo suficientemente largas… Mi dulce enamorado levanta con sus largos blancos dedos la capa negra que se infla en el suelo empedrado. Y ata sus extremos en mis dos largas trenzas.
Y llega a mí. Iniciamos una danza de amor por el frío castillo… Giramos y giramos con pasos menudos como si nos deslizáramos sin tocar el suelo, rodeados de luces de lentejuelas. Danzamos por salones helados, por salas con estatuas mutiladas, más frías que el frío castillo… llegamos a la sala de los tapices que parecen entender y miran curiosos nuestro pas de deux.
¿Soy yo la dama del unicornio? ¿Es mi mano la que acaricia tiernamente al animal?
¿Es él el caballero de aquel otro tapiz?
¿Es mi enamorado ese garboso caballero que gira como trompo de cadera abullonada llevando entre sus brazos mi cintura en triángulo?
La luz que ilumina los tapices de la dama del unicornio nos enmarca como si fueran las luces de un escenario y giramos los dos enlazados en nuestra danza…
Y nuestro tierno pas de deux nos arrastra por salones de piedra dura y mis manos que sostienen las manos de mi enamorado se sueltan, se despenden, y mi enamorado sigue danzando y girando interminablemente… Y se pierde en su danza por los interminables y fríos salones con estatuas decapitadas y cabezas de reyes o papas antiguos heridas por el tiempo.
El monstruo del aljibe no me perdona y estoy otra vez aquí, prisionera. Prisionera de mi lápiz y papel. De mi escritura. Prisionera de un recuerdo que sueña la bella dama del unicornio. 
Soy yo, yo la que escribe la historia de la dama y su caballero que cabalga un unicornio blanco. Soy yo la que escribe y sueña. Sueña con el amoroso pas de deux. Con el dúo de amor.

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