martes, 8 de noviembre de 2016

Tía Petty y regalos originales

Noemí Peralta

Su apodo se debía a que era bajita, con unos kilos de más. Tenía una nariz aguileña como mi abuela materna, y unos ojos celestes igual a ella.
Con mi tío Carlos, su marido, vivían siempre en la naturaleza, la cual amaban; por lo general, en campos con animales y mucha vegetación.
Durante mi niñez y adolescencia fueron muchos los lugares a los cuales se mudaron, y siempre lejos de Rosario, en otras provincias.
Vivieron en Chaco, Formosa, Miramar, Buenos Aires en el Delta; pero siempre en el campo.
Les gustaba criar animales como gansos, patos, gallinas, pavos, vacas y algunos más que no recuerdo.
También tenían algunos caballos para recorrer montados todo el campo.
De vez en cuando, venían a visitarnos a Rosario y los recibíamos con mucha alegría.
Mi tío tenía muchísimos relatos de sus vidas en el campo, que supongo que adornaría bien cuando nos contaba a nosotros sus sobrinos.
Muchas veces me escribía contándome de los animalitos de la zona, como cuando estuvieron cerca de un bosque en el norte y veía a los monitos ir a descansar por la noche y levantarse al alba, haciendo tanto alboroto como los pajaritos.
Relataba muy bien y tenía una caligrafía hermosa. Algunas veces, para que yo viera cómo eran las mariposas que allí había, me enviaba algunas de muy vistosos colores.
A mi tía le gustaba regalarnos distintos animalitos y eso a mi madre la desesperaba.
Cierta vez nos trajo tres conejitos blancos, cada uno marcado en una oreja, para que no peleáramos por ellos y pudiéramos distinguirlos.
El de mi hermana era muy tranquilo y ella lo usaba como si fuera una muñeca, le ponía vestiditos y jugaba a la mamá.
El mío no era muy tranquilo, pero dejaba que lo tuviera en brazos y lo acariciara.
En cambio el de mi hermano era muy arisco y fue el primero que se escapó, cavando bajo el alambrado que daba al terreno baldío.
Cuando nos comunicó por carta que nos enviaba una ovejita color rosada (que había teñido), saltábamos de contentos.
Cuando llegó el tren en el cual nos la enviaba, nos dijeron que se había muerto en el camino. Grande fue nuestro pesar.
En otra oportunidad nos trajo un coatí, que se comportaba como un monito, era muy cariñoso y podíamos tenerlo upa. Lo queríamos mucho, pero debía estar atado a un árbol, al cual se subía a veces, porque nuestro temor era que se escapara.
Cierto día, cuando aún vivíamos en calle Rioja y Alvear, donde no teníamos ningún terreno, nos envió un camaleón dentro de un frasco de vidrio con tapa, el cual había perforado para que el animalito respirara.
La cosa fue terrible. Cuando mi madre se disponía a abrir el paquete y al ver semejante bicho, pegó un grito y del susto tiró el frasco, el cual se rompió y el pobre animalito salió disparado por todos lados. Corrimos al dormitorio y nos subimos a las camas, mientras la chica que ayudaba a mi madre lo corría con una escoba en alto. No recuerdo como terminó la historia, aunque supongo que fue con la muerte del pobre bicho.
Quería enviarnos un monito tití, pero mi madre se opuso rotundamente, así que nos quedamos con las ganas de tener uno.
Luego, en una de sus visitas nos trajo un cuero de víbora de dos metros, un cascabel de los que pierden estas víboras cuando cambian la piel, y un caparazón de carpincho, menos mal que esta vez no eran animalitos vivos.
Adoraba a esta tía y tío. Ella te abrazaba con un abrazo de oso cada vez que venía.
Ahora a la distancia, me hacen sonreír estos recuerdos y es gracias a ella que amo a todos los animales.

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