domingo, 13 de noviembre de 2016

Verano del 63

Alicia Del Valle

Eran otros tiempos.
Solo telefonía fija y no en todos los hogares. Conseguir una línea telefónica de la ex Entel era algo así como ganar un premio, sobre todo en los barrios alejados del centro de la ciudad.
De todas formas estábamos comunicados. Nos arreglábamos. Siempre había un vecino o familiar cercano que compartía su teléfono. En mi caso, era una tía, Irma, que oficiaba de Celestina; y una llamada para mí podía significar un futuro marido que no había que ignorar.
De forma más lenta, pero había comunicación. Esa época a la que me refiero era cercana al verano, ya finalizaban las clases, éramos adolescentes y a punto de graduarnos.
Organizamos una tarde ir al balneario “La Florida”, muy popular en Rosario. Éramos cuatro compañeras, estudiantes del mismo curso y escuela, amigas y compinches y allá fuimos, después de almorzar en la casa de Mabel, cercana a la playa y que la familia usaba como casa de verano.
Épocas de risas, de risas porque sí, porque ese es un derecho del joven, solamente podía ser un problema para nosotras, el hecho de que el muchacho que nos desvelaba ni siquiera nos mirara, y a pesar de esas desilusiones se planificaba todo para divertirse.
Llegamos a la Florida, acomodamos nuestras pertenencias luego de seleccionar el lugar y nos dispusimos a tomar sol y a relojear qué podía interesarnos de la concurrencia.
Y… ahí apareció… figura impactante, cuerpo trabajado, con una malla tipo zunga, amarilla brillante con espantosos voladitos, el famoso Pedrito Rico. Era un cantante español que visitaba a menudo la Argentina y en esa oportunidad estaba en Rosario y se animó a ir a la playa, exhibiendo orgulloso su humanidad con un color envidiable, para nosotras, las chicas; los muchachos no lo miraban bien.
Fue un adelantado, mostró sin tapujos su identidad sexual y se arriesgó al prejuicio de la época. En ese entonces todos debíamos ser heterosexuales, no se hablaba de discriminación, de nada. Hoy me pongo en la piel del que no lo era.
Pero esa tarde Pedrito Rico con su andar desenfadado contribuyó ampliamente a nuestras risas, de alguna manera, todos nos reíamos de todos.
Y así siguió la tarde con nuestra infructuosa búsqueda de galanes. Escondidas detrás de las lentes ahumadas, divisamos un profesor de nuestra escuela que venía caminando con unos amigos por la costa del río.
Era un hombre joven y su paso por las aulas lo hacía de forma muy arrogante y en esa oportunidad nos causó tanta gracia verlo desprovisto de esa pose escolar y ser un muchacho más que debimos haber sido provocativas, ya que él y su grupo se nos acercó sonriente tratando de confraternizar sin reconocernos como alumnas.
Nuestra respuesta al unísono fue: “¡Buenas tardes, profesor!”
Huyeron después de un rápido y diplomático saludo.

Fue una tarde anecdótica, para no parar de reír, pero acordamos algo parecido a… “lo que pasa en la playa queda en la playa” y en nuestro ámbito escolar: “Profe, si te vimos, no nos acordamos”.

1 comentario:

  1. Muy linda relato!.
    El balneario La Florida era tan distinto con sus sauces y sus altoparlantes difundiendo música y publicidad!...Y la sangría de vino blanco o tinto que vendían en el bar de lo que hoy es Escauriza y Costanera!...Y es cierto, Pedrito Rico fue un adelantado.

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