miércoles, 14 de agosto de 2019

¡Qué porquería es el daltonismo!


Gustavo Fernández

Muchas veces he oído decir que si no te enterás de que tenés una enfermedad, nunca enfermás de ella.
Mito, realidad, quién lo sabe... ¡Yo, seguramente!
Para poder comenzar a entender esta historia, debemos remitirnos muy atrás en mi niñez. Yo tendría cinco o seis años de edad, estaba en primer grado de escuela y hacía mis primeros dibujos.
En mis cuadernos de esa época, que aún conservo, hay vestigios de mi mal, que se reflejan en los colores aplicados a aquellos dibujos: árboles de tronco rojo, frondas amarillas o quién sabe qué color. Claro, en esa edad podemos pensar que eso se debe a la gran imaginación de nuestros pequeños cerebros, que ven al mundo con colores propios, pero obviamente no era mi caso.
A pesar de esa enfermedad, que no sabía que padecía, mi vida transcurría de manera normal. Bueno, al menos desde mi punto de vista, ya que todos los colores que veía eran para mí hermosos. Lo que no sabía con certeza era qué colores eran…
Fue así como descubrí, poco a poco, ¡qué porquería era el daltonismo!
Desde no poder decirle a la chica que me gustaba qué hermosos ojos color ¿…? tenía, o qué bello cabello color ¿? tenés, un sinnúmero de situaciones tragicómicas fue incorporándose a mi vida como por arte de magia.
Fue así como en la revisación médica de la colimba, y como por cosa del destino, vine a enfermar de daltonismo al enterarme por boca del oftalmólogo que lo era.
Recuerdo que mencionó que era una enfermedad hereditaria, transmitida por las mujeres y no padecida por ellas; y que existían muchísimas variantes de la misma, desde confundir colores específicos, gamas o hasta ver en blanco y negro. A esto último se lo llama monocromía.
También me dijo que en general no me traería graves problemas. ¡Qué poco sabía de mi futuro padecer!
Fue así como poco a poco comencé a transitar el camino de ser daltónico.
Semáforo de la calle, posición superior (rojo) detenerse, posición media (amarillo, para mí verde claro) y posición inferior avanzar (verde, para mí blanco), en su defecto, esperar los bocinazos cuando debía avanzar o ¡detenerme!
Ropa de uso común o de salir, problema mayor, mi actual esposa me recuerda que cuando comenzamos a salir le caía a nuestras citas vestido en tonos que para mí eran combinaciones de azul. Léase… camisa celeste, chalina violeta y probablemente buzo lila, lo que me recuerda que lo único azul que llevaba puesto era el pantalón vaquero.
Ni que hablar cuando conseguí trabajo en una afamada tienda de ropa, donde azorados los clientes miraban cuando les traía una camisa o corbata “al tono”, lo que los dejaba pensando si lo mío era una broma o, como en muy pocos casos, yo era “un Pierre Cardin” innovador de la moda. Poco duró esa aventura de color.
Luego vino la facultad, estudié Ingeniería Eléctrica y recuerdo aún los ojos de asombro de mi profesor de Electrónica cuando debí seleccionar resistencias para un circuito cuyo valor se medía por escala de colores. Gracias a Dios, existía un control previo. De lo contrario, pudo haber sido fatal.
Y, así, fui adaptando mi existencia a mi mal… Ya profesional, debí contratar muchas veces una persona que verificara por mí los colores de los cables, y todavía recuerdo estar cambiando un tablero de un edificio de departamentos de cien unidades al cual llegaban más de doscientos cables, por supuesto, de distintos colores, pero eso no es todo, bajo la asombrada mirada de un habitante del consorcio, ex gerente técnico de la EPE, que supervisaba nuestro trabajo, ¡pude entender lo que es una mirada preocupante!, qué obviamente tenía esta persona cada vez que tomaba en mis manos un cable a conectar y solicitaba a Javier, mi empleado, que me dijera de qué color era. Recuerdo imborrable: aprendí en ese momento a leer la mente, esa persona pensaba, no sin razón, ¿funcionará o explotará?
Pero, bueno, la vida nos demuestra a diario de que desde el primer día estamos preparados para enfrentar sus desafíos, y es por eso que sigo por esta vida con mis “colores propios”, pero feliz y agradecido de disfrutarla.
Por último, ¿a que no imaginan de qué color pinté mi primer departamento de casados? O ¿de qué color era mi primer Fiat 600 gris? Pero esas son otras historias.

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