miércoles, 14 de agosto de 2019

Yo, revolucionaria


Mónica Mancini

Esos minutos… esos minutos que se ubican entre el momento de abrir los ojos y tomar la decisión de levantarte. Ese paréntesis es glorioso. Es justo el tiempo en el que florecen todas las ideas maravillosas, creo que ese es exactamente el tiempo en el que se han gestado las grandes revoluciones.
Seguramente que, mientras fruncía el entrecejo y aun la palabra no era la mejor forma de comunicarse, el cavernícola, asumiendo que el día empezaba cuando aparecía el primer rayito de sol, se dio cuenta de que se podía quedar quietito en un lugar y cultivar las semillas, hacer su casita y dejar esa vida de locos de andar de acá para allá; y así fue como nació la revolución neolítica.
Pienso en Robespierre, que modorrando en su camita seguramente habrá empezado a pergeñar la manera de moverle el trono a uno de los Luisitos… Cualquiera venía bien.
¿Qué me cuentan de los muchachos que se reunían en lo de Vieytes, copados de inquietudes para que el virrey agarrara la carretera al puerto, se embarcara y no volviera ningún gallego a hacerse el dueño de estas pampas? Y, así, nace la revolución de mayo.
Cuantos de los obreros que usaban sus manos y su esfuerzo cotidiano en el trabajo diario, al abrir sus ojos… se habrán puesto a pensar en un método para alivianar la faena… y así… contundente, nace la revolución industrial.
Ni hablar del pequeño rosarino, exiliado en los aires cordobeses, que seguramente en su ensoñación serrana fantaseaba con la revolución cubana.
También recuerdo la de los hippies, paz y amor. La de la alegría, la del feminismo y tantas otra que hacen que la vida cambie y vuelva a su lugar, cual péndulo.
Y aquí yo… perezosa… pensando en cuál será la mía. Casi todas están hechas.
En este ratito de éxtasis, mientras me estiro y suspiro, pienso en qué cambio puedo incluir en esta mañana que pinta medio gris y calurosa. No aspiro a compararme con los emblemáticos revolucionarios ya enumerados.
Entonces, enciendo la luz, me reencuentro en el espejo y tomo la gran decisión: ¡Hoy, peluquería!

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