miércoles, 23 de septiembre de 2015

Anécdotas musicales IV

Luis Zandri

Un día sábado de 1963 teníamos que ir a tocar a un baile de un club de la ciudad de Las Parejas, tierras de donde era oriundo don Roque Vasalli, el fabricante de maquinarias agrícolas que llevan su nombre, muy reconocidas a nivel nacional e internacional.
Como siempre, el viaje se iniciaba en Granadero Baigorria donde residía el director de nuestra orquesta, “Wilton Jazz”, Manuel “Pirucho” Hortal. La salida era a temprana hora de la tarde, teniendo en cuenta la distancia y también calculando un tiempo extra por cualquier inconveniente que se produjera en el viaje. El vehículo era una rural Dodge de color rojo con tres asientos para tres pasajeros cada uno; o sea, una capacidad para nueve personas, a la cual llamábamos “la empanada”, y era propiedad del director. Más o menos a las cinco de la tarde yo los esperaba en Juan José Paso y avenida Alberdi, ya que quedaba de paso hacia el destino.
El viaje iba transcurriendo normalmente; pero el problema era que había probabilidad de lluvias y tormentas, de manera que el pronóstico se cumplió y, cuando habíamos cubierto aproximadamente la mitad del recorrido, comenzó a llover y a medida que avanzábamos la lluvia era más intensa, hasta transformarse en un diluvio. Cuando faltarían más o menos 30 kilómetros para llegar, la “empanada” dijo: “Basta, hasta aquí llegué”. Se paró el motor y no dio más señales de vida.
No podíamos hacer nada, porque continuaba lloviendo, de modo que estábamos todos adentro del vehículo debatiendo para ver qué solución le dábamos al asunto. Después de un buen rato de espera, ¡oh sorpresa! Había un grupo de cinco o seis muchachos de la ciudad de San Lorenzo que eran “fans” de la orquesta y ya conocidos por nosotros, que nos seguían frecuentemente a los pueblos y ciudades del interior de la provincia de Santa Fe donde íbamos a actuar, y aparecieron allí como por obra de gracia, de manera que se interiorizaron de lo que nos pasaba y continuaron su viaje para informarles a las autoridades del club para que nos auxiliaran.
Más tarde vino un mecánico con su pick-up y otro automóvil. El auto retornó llevando a varios del grupo y el resto nos quedamos allí. Después de hacer todos los intentos posibles de parte del mecánico, como no pudo poner en marcha nuestro transporte, lo enganchó a su pick-up y nos llevó a remolque. Algunos iban en la cabina pero el conductor y yo, que era de los más jóvenes iba con otros compañeros en la caja, que era abierta, porque llevábamos dos roperitos con ropa que utilizábamos en determinadas “entradas” del baile, cuando tocábamos música de estilo jazz, brasileña o tropical.
El hecho es que nosotros dos íbamos acostados encima de los roperitos por temor a que el viento los abriera y se mojara la ropa, de manera que sin temor a equivocarme, esa fue la peor mojadura que tomé en mi vida y milagrosamente no me enfermé.
Cuando llegamos al club, vimos que tenía un escenario muy alto y la pista era al aire libre; y, por supuesto, el baile se había suspendido. Todo el público se había retirado, menos unos 20 a 30 locos, que se habían quedado esperando a que llegáramos. Apenas nos vieron nos pidieron que tocáramos algo. Al principio nos negamos dadas las circunstancias, pero ante el entusiasmo del grupo y su insistencia, por fin, accedimos.
La mayoría estaban descalzos, la pista de baile era una pileta con unos 10 a 15 centímetros de agua. Subimos al escenario, sacamos algunos instrumentos y tocamos aproximadamente 30 minutos para darles el gusto. Algunos bailaban en la pista inundada y otros en el escenario junto a nosotros. Después, se retiraron todos y nos quedamos con la gente del club.
Apenas si pudimos comer unos sándwiches, porque ya era muy tarde y el personal del bar se había retirado. Pero el problema más serio era dónde íbamos a dormir, ya que obligadamente teníamos que quedarnos porque a la “empanada” había que arreglarla al día siguiente. El inconveniente que surgió era que la gente que había venido de otros pueblos o de los campos de la zona, ante la inclemencia del tiempo se quedó y ocupó todas las plazas disponibles en los hoteles y alojamientos de la ciudad.
Fue entonces cuando el presidente del club nos ofreció gentilmente que fuéramos a pernoctar a su casa, comentándonos que tenía un salón de su negocio y que de alguna forma nos podíamos acomodar para pasar la noche. No teníamos otra opción, así que allá fuimos, pero cuando llegamos y entramos al salón que iba a ser nuestro dormitorio, nuestra sorpresa fue mayúscula ya que este buen señor había omitido decirnos que era... ¡una casa mortuoria!
De manera que el salón estaba decorado por hermosos ataúdes, las tapas de chapa correspondientes a cada uno, grandes cruces de metal y velas y velones de varios tamaños. Nos facilitó sillones, reposeras y algún sofá. Cama no había para nadie, así que cada uno se acomodó como mejor pudo y buenas noches, a tratar de dormir unas horas. Después de un largo tiempo de charlas y bromas nos fuimos calmando, se hizo el silencio y nos dormimos.
De pronto, nos despertamos todos abruptamente, ¡Tac! ¡Tac! ¡Tac!, ¡Fuertes tacazos resonaban en el querido y nunca bien ponderado piso de pinotea!! Y quién podía ser sino otro que... ¡Patuto! El saxofonista, el eterno bromista, que recorría el salón en calzoncillos, con una gran cruz en una mano y una enorme vela en la otra, con cara de película de terror. Por supuesto que recibió un repertorio completo de insultos y le tiramos con todo lo que teníamos a mano.
Antes de las seis de la mañana ya estábamos todos despiertos, mal dormidos y cansados. Como hacía mucho calor salimos y nos sentamos en la vereda. Luego de un rato de comentarios sobre todo lo ocurrido, Patuto le propone a Parolín, el baterista, hacer la parodia de Mister Chasman y su muñeco Chirolita. Una cosa de locos, después de todo lo que habíamos pasado, un domingo a las 6.30 de la mañana, Patuto imitando al ventrílocuo y Parolín al muñeco. Realmente, lo hacían muy bien y nos divertimos un rato. Más tarde vino el presidente, nos llevaron a desayunar y para compensar un poco todos los trastornos que tuvimos que soportar nos invitaron a comer un asado al mediodía; mientras el mecánico reparaba nuestro vehículo.

Así fue como disfrutamos de un buen asado, el director arregló con el presidente del club otra fecha para realizar el baile y a la tarde tempranito partimos de regreso a nuestra ciudad y, con buen tiempo y sin inconvenientes, llegamos a destino.

2 comentarios:

  1. Siempre leo tus relatos esperano la nota de humor... Este me satisfizo enormemente!!! ¡Cómo se habrán divertido... Felicitaciones Luis.
    Susana Olivera

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