Luis Zandri
Un día sábado de 1963 teníamos que ir a tocar a un baile de
un club de la ciudad de Las Parejas, tierras de donde era oriundo don Roque
Vasalli, el fabricante de maquinarias agrícolas que llevan su nombre, muy
reconocidas a nivel nacional e internacional.
Como siempre, el viaje se iniciaba en Granadero Baigorria
donde residía el director de nuestra orquesta, “Wilton Jazz”, Manuel “Pirucho”
Hortal. La salida era a temprana hora de la tarde, teniendo en cuenta la
distancia y también calculando un tiempo extra por cualquier inconveniente que
se produjera en el viaje. El vehículo era una rural Dodge de color rojo con tres
asientos para tres pasajeros cada uno; o sea, una capacidad para nueve personas,
a la cual llamábamos “la empanada”, y era propiedad del director. Más o menos a
las cinco de la tarde yo los esperaba en Juan José Paso y avenida Alberdi, ya
que quedaba de paso hacia el destino.
El viaje iba transcurriendo normalmente; pero el problema
era que había probabilidad de lluvias y tormentas, de manera que el pronóstico
se cumplió y, cuando habíamos cubierto aproximadamente la mitad del recorrido,
comenzó a llover y a medida que avanzábamos la lluvia era más intensa, hasta
transformarse en un diluvio. Cuando faltarían más o menos 30 kilómetros para
llegar, la “empanada” dijo: “Basta, hasta aquí llegué”. Se paró el motor y no
dio más señales de vida.
No podíamos hacer nada, porque continuaba lloviendo, de modo
que estábamos todos adentro del vehículo debatiendo para ver qué solución le
dábamos al asunto. Después de un buen rato de espera, ¡oh sorpresa! Había un
grupo de cinco o seis muchachos de la ciudad de San Lorenzo que eran “fans” de
la orquesta y ya conocidos por nosotros, que nos seguían frecuentemente a los
pueblos y ciudades del interior de la provincia de Santa Fe donde íbamos a
actuar, y aparecieron allí como por obra de gracia, de manera que se
interiorizaron de lo que nos pasaba y continuaron su viaje para informarles a
las autoridades del club para que nos auxiliaran.
Más tarde vino un mecánico con su pick-up y otro automóvil.
El auto retornó llevando a varios del grupo y el resto nos quedamos allí.
Después de hacer todos los intentos posibles de parte del mecánico, como no
pudo poner en marcha nuestro transporte, lo enganchó a su pick-up y nos llevó a
remolque. Algunos iban en la cabina pero el conductor y yo, que era de los más
jóvenes iba con otros compañeros en la caja, que era abierta, porque llevábamos
dos roperitos con ropa que utilizábamos en determinadas “entradas” del baile,
cuando tocábamos música de estilo jazz, brasileña o tropical.
El hecho es que nosotros dos íbamos acostados encima de los
roperitos por temor a que el viento los abriera y se mojara la ropa, de manera
que sin temor a equivocarme, esa fue la peor mojadura que tomé en mi vida y
milagrosamente no me enfermé.
Cuando llegamos al club, vimos que tenía un escenario muy
alto y la pista era al aire libre; y, por supuesto, el baile se había
suspendido. Todo el público se había retirado, menos unos 20 a 30 locos, que se
habían quedado esperando a que llegáramos. Apenas nos vieron nos pidieron que
tocáramos algo. Al principio nos negamos dadas las circunstancias, pero ante el
entusiasmo del grupo y su insistencia, por fin, accedimos.
La mayoría estaban descalzos, la pista de baile era una
pileta con unos 10 a 15 centímetros de agua. Subimos al escenario, sacamos
algunos instrumentos y tocamos aproximadamente 30 minutos para darles el gusto.
Algunos bailaban en la pista inundada y otros en el escenario junto a nosotros.
Después, se retiraron todos y nos quedamos con la gente del club.
Apenas si pudimos comer unos sándwiches, porque ya era muy
tarde y el personal del bar se había retirado. Pero el problema más serio era dónde
íbamos a dormir, ya que obligadamente teníamos que quedarnos porque a la “empanada”
había que arreglarla al día siguiente. El inconveniente que surgió era que la
gente que había venido de otros pueblos o de los campos de la zona, ante la
inclemencia del tiempo se quedó y ocupó todas las plazas disponibles en los
hoteles y alojamientos de la ciudad.
Fue entonces cuando el presidente del club nos ofreció
gentilmente que fuéramos a pernoctar a su casa, comentándonos que tenía un
salón de su negocio y que de alguna forma nos podíamos acomodar para pasar la
noche. No teníamos otra opción, así que allá fuimos, pero cuando llegamos y
entramos al salón que iba a ser nuestro dormitorio, nuestra sorpresa fue
mayúscula ya que este buen señor había omitido decirnos que era... ¡una casa
mortuoria!
De manera que el salón estaba decorado por hermosos ataúdes,
las tapas de chapa correspondientes a cada uno, grandes cruces de metal y velas
y velones de varios tamaños. Nos facilitó sillones, reposeras y algún sofá.
Cama no había para nadie, así que cada uno se acomodó como mejor pudo y buenas
noches, a tratar de dormir unas horas. Después de un largo tiempo de charlas y
bromas nos fuimos calmando, se hizo el silencio y nos dormimos.
De pronto, nos despertamos todos abruptamente, ¡Tac! ¡Tac! ¡Tac!,
¡Fuertes tacazos resonaban en el querido y nunca bien ponderado piso de
pinotea!! Y quién podía ser sino otro que... ¡Patuto! El saxofonista, el eterno
bromista, que recorría el salón en calzoncillos, con una gran cruz en una mano
y una enorme vela en la otra, con cara de película de terror. Por supuesto que
recibió un repertorio completo de insultos y le tiramos con todo lo que
teníamos a mano.
Antes de las seis de la mañana ya estábamos todos
despiertos, mal dormidos y cansados. Como hacía mucho calor salimos y nos
sentamos en la vereda. Luego de un rato de comentarios sobre todo lo ocurrido,
Patuto le propone a Parolín, el baterista, hacer la parodia de Mister Chasman y
su muñeco Chirolita. Una cosa de locos, después de todo lo que habíamos pasado,
un domingo a las 6.30 de la mañana, Patuto imitando al ventrílocuo y Parolín al
muñeco. Realmente, lo hacían muy bien y nos divertimos un rato. Más tarde vino
el presidente, nos llevaron a desayunar y para compensar un poco todos los
trastornos que tuvimos que soportar nos invitaron a comer un asado al mediodía;
mientras el mecánico reparaba nuestro vehículo.
Así fue como disfrutamos de un buen asado, el director
arregló con el presidente del club otra fecha para realizar el baile y a la
tarde tempranito partimos de regreso a nuestra ciudad y, con buen tiempo y sin
inconvenientes, llegamos a destino.
Siempre leo tus relatos esperano la nota de humor... Este me satisfizo enormemente!!! ¡Cómo se habrán divertido... Felicitaciones Luis.
ResponderEliminarSusana Olivera
Buenisimo!!!
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