Luis
Alberto Molina
La nostalgia me retrotrae al comienzo de
una década. Terminaban los cincuenta, época dura, dejaba un sabor amargo quizás
por el hecho de haber perdido a mi padre. Era época de la Revolución
Libertadora, mis pocos años no registraban el hecho y mi ciclo escolar llegaba
a su fin.
Recuerdo a aquellos compañeros, sin dar
nombres, sobre todo aquel delgado y con lentes que vivía frente a la Mixta, con
quien disputábamos la bandera, por ser “buenos alumnos”. Mi vida de estudiante fue
fácil, tenía facilidad para el estudio, más aún por el hecho de ser asiduo
lector, devoraba libros. Recuerdo aquella colección “Robín Hood” que leí en
casi su totalidad, donde acompañe a Sandokán por sus aventuras en Malasia, al
Tamborcito Valiente en medio del fragor del combate y a tantos otros personajes
que volaban en mi imaginación.
Comenzaba otra etapa, pero aún quedaban
resabios que para mi madre era motivo de orgullo. En quinto grado no viajé con
mis compañeros por no poder costearme el pasaje. Ellos sabedores de mi
condición, quisieron hacerse cargo para que compartiera el mismo, me rehusé,
con la escusa de no dejar sola a mi madre. En realidad era vergüenza, y un
orgullo mal entendido. Ese episodio dio pie para que me consideraran un muy
buen hijo.
El Rotary Club de Rosario decide premiar
a un alumno elegido entre todas las escuelas de la ciudad. En la mía me
proponen para el evento, por lo que salí elegido para orgullo de mi madre,
trabajadora incansable, que nunca bajó los brazos. Directivos del mismo fueron
a casa a comunicarlo, pero antes recuerdo que estando en clase, la maestra sin
ninguna razón me envía a dirección, con lo que eso significaba en aquellos años
para cualquier alumno. Con tremendo susto me dirigí a la misma. Allí, se
encontraba el director con un señor muy amable, quien tras presentarse me
comunicó que había sido elegido como el “Primer Muchacho del Mes”. No podía
entenderlo, era tímido y no muy seguro. Luego, venía el agasajo al volver al
salón donde mis compañeros ya habían sido anoticiados.
El premio consistía en un agasajo que se
realizó en el country del Jockey Club, donde asistirían además de mi madre, mi
maestra, el orgulloso director, el juez de menores y otras personas que no
recuerdo, era una cena informal. Pero había un problema, no tenía ropa para un
evento semejante, una amiga de mi madre se lo comunico al representante del
Rotary, por lo que esta gente decidió regalarme la ropa necesaria para el acto
además de otra para que concurra por un año a la Asociación Cristiana de
Jóvenes en carácter de socio. También el libro “El Santo de la Espada” en una
versión muy lujosa, que recuerdo haber prestado a un vecino de calle Montevideo
al 2700, que nunca me lo devolvió.
Mi madre guardó durante décadas el
recorte del diario donde anunciaban el hecho.
Los vecinos de calle Montevideo al 3000,
donde vivía me saludaron tras felicitarme. Poco sabían de aquel chico, que
ingresó con solo cinco años a la escuela, sabiendo leer, sumar y restar,
incluso la tabla del cuatro. Pero eso sí, con un cuaderno armado con hojas de
papel de envolver, que Don López, almacenero de avenida
Francia al 1600 le había facilitado a mi madre. Recuerdo vagamente aquel local,
donde todo se vendía fraccionado, tras el viejo mostrador, grandes cajones
contenían azúcar, fideos, yerba y otros comestibles que llegaban en bolsas al
comercio. Aquel español amable y sencillo que solía atenderme con mis pocos
años, tras cruzar la avenida con poco tránsito, su cantero central amplio donde
el picadito era posible, aquellas calles empedradas por donde salían los micro
a Buenos Aires.
En la esquina se encontraba una
fraccionadora de oxígeno para la industria, la AGA que hoy se encuentra en
Bella Vista, esta se incendió varias veces, debíamos dejar la casa y retirarnos
a un par de cuadras, dado el peligro de explosión que por suerte nunca sucedió,
esta empresa tenía bajo tierra un tanque de grandes dimensiones que si
explotaba no sabían que consecuencias tendría el barrio.
A pocos metros de la esquina de
Estanislao Zeballos vivía Camilo Serbali, quien sería el creador del primer
canal de cable de la ciudad, “Cablehogar”, y ya llegando a calle Mendoza la
familia Lagos, del diario La Capital.
Mi barrio tenía cosas, hoy la nostalgia
me trae aquellos momentos vividos.
Y quién podría pensar que aquel director
de escuela, cuarenta años después me contactara para saber de mi vida, tan solo
porque en reunión de amigos en el legendario bar “La Capital”, un día contó
esta historia y uno de sus amigos preguntó: “¿Y nunca supiste nada de él?”. No
imaginó como encontrarme hasta que alguien le sugirió buscar en la guía
telefónica. Llamó a todos los Molina de la lista y tuvo suerte, eso sí, como
les contó la historia, varios le pidieron que si me hallaba se lo comunique,
por sentirse conmovidos por la misma.
En fin, el tiempo ha transcurrido, más
de diez lustros y el muchacho creció, fue padre, abuelo y hoy feliz recuerda.
Creo que esto sería bueno escribirlo, lo pensaré.
Luis, tus relatos tienen una sencillez que emociona. Me encantó. Y felicito a ese niñito de quinto grado que sigue estando en tu interior. Un abrazo. Ana María.
ResponderEliminarGracias Ana María, ese niño me empuja a continuar escribiendo. Él es "El Moli", (quien escribe) yo, sólo soy Luis.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me emocionó el recuerdo tan vívido de ese momento de tu niñez... también me llenó de nostalgia tu gusto por la colección Robin Hood, sólo que yo leía "Mujercitas", "Hombrecitos". "Una niña anticuada", "Jane Eyre" y tantos, tantos otros... Felicitaciones Luis.
ResponderEliminarSusana olivera
Gracias Susana, tuve el placer de leerla casi completa. El recuerdo de haber sido socio de esa biblioteca me llena de placer.
EliminarUn abrazo
Que linda historia!
ResponderEliminarFelicitaciones. Victoria
Gracias Victoria.
Eliminar¡Hermosa tu historia Luis! Esos sí que son recuerdos inolvidables.
ResponderEliminarCariños,
Teresita
Muchas gracias Teresita.
EliminarQuerido escritor...
ResponderEliminarHoy leí otra vez tu recuerdo de la niñez... Casi lo recordaba palabra por palabra... Ha quedado impreso en mi memoria. Y otra vez me dio un placer inmenso.
Cariños
Susana Olivera
Muchas gracias Susana, me queda grande el mote de escritor.
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