Teresita Giuliano
“En el marco del
Proceso de Reorganización Nacional iniciado con el golpe militar del 24 de
Marzo de 1976, tuvo lugar la implementación del Programa de acogida a personas
refugiadas del sudeste asiático (principalmente laosianos).
Este programa de
refugio se implementó en respuesta a la convocatoria de las Naciones Unidas a
los países miembros, de acoger a personas desplazadas del sudeste asiático tras
los conflictos bélicos en esa región.
En el caso de la Argentina , la decisión
del gobierno de aceptar a un contingente de personas refugiadas resultaba una
situación propicia para difundir una imagen internacional que lo mostrase
respetuoso de los derechos humanos.
Luego de una breve
selección de candidatos, arribaron al país entre 1979 y 1980 alrededor de
trescientas familias provenientes de países del sudeste asiático”.
(De: “Refugiados
del sudeste asiático en la Argentina – 30 años de historia”. Dirección Nacional
de Población, Ministerio del Interior y Transporte).
…Y nos dimos cita
frente a la Comuna
del pueblo. Recuerdo que hacía muchísimo calor y era el mediodía. Estábamos
todos, las familias enteras, las autoridades y ¡la banda! con sus bastoneras y
músicos uniformados sudando a mares.
Ese día nadie almorzó… esperábamos…
hasta que llegaron.
Apenas hizo su aparición en la esquina del cine
“Central” un colectivo del Ejército, la banda comenzó a sonar. Estacionó frente
al edificio comunal y comenzaron a bajar los “laosianos” (como les llamábamos),
con cara de susto y sin entender nada. Mucha gente mirándolos fijamente (aunque
sonrientes), algunos que les tendían las manos, otros que los querían tocar, la
música de la banda, las autoridades del pueblo preparadas para el discurso de
bienvenida… y ellos, con su escasísimo conocimiento de nuestro idioma y algún
chapuceo en inglés o en francés.
No queríamos dejarlos solos. Con la banda
adelante y todos nosotros a su alrededor, los llevamos a dar una vuelta por las
calles céntricas y luego los acompañamos hasta el lugar de residencia
provisorio, que les habían preparado.
Los ubicaron en la
maestranza comunal en unos pequeños depósitos convertidos en habitaciones. Allí
quedaron un tiempo. La idea era hacerlos pasar por un período de adaptación y
aprendizaje a sus nuevas condiciones de vida.
Los chicos del
pueblo, colgados del portón de ingreso, se pasaban horas mirándolos y tratando
se entablar algún tipo de conversación.
Pronto se corrió la
voz: “¡Los laosianos comen cascarudos y chicharras!”.
Decían que los
freían en unas pequeñas sartenes y los comían como si fuera maní tostado. Nunca
lo comprobé, aunque mis hermanos lo aseveran.
Al poco tiempo,
fueron llevados a vivir y trabajar como peones en chacras de la zona rural del
pueblo.
Se suponía que
aprenderían los rudimentos de nuestra agricultura y ganadería para radicarse
definitivamente en los campos necesitados de mano de obra.
Por esos años (pre-transgénicos), se empleaba mucho
personal temporario para “cortar los yuyos de la soja”, trabajo este que se
realizaba en forma manual y que implicaba un gran esfuerzo físico.
Los laosianos no
eran agricultores ni estaban ligados a las actividades del sector agropecuario
(había profesores, maestros, pero en su mayoría tenían una formación militar),
por lo que no pudieron adaptarse a las condiciones laborales locales.
…Y un día, el
pueblo que los acogió con su mejor predisposición los vio partir hacia las
ciudades, donde encontrarían otros medios para subsistir.
Actualmente, la
mayoría de los refugiados del sudeste asiático que vinieron a la Argentina , reside en la
provincia de Misiones, donde las características climáticas, el tipo de
vegetación y determinados alimentos son similares a los de sus países de
origen.
Muy buen reporte. Es una historia desconocida para mi.
ResponderEliminarUn abrazo.
Cuánto debe haberles costado recibir tanta gente... No es fácil darles alimentos, techo y trabajo a trescientas familias. Me duele que no se hayan quedado en el pueblo. Distinta la reacción de los laosianos a la de otros inmigrantes que se adaptaron rápidamente.
ResponderEliminarMuy buena historia.
Cariños
Susana Olivera
Opino como Susana, ¡qué lástima!, después de tan buena predisposición de todo un pueblo, no haber hecho ellos, como tantos inmigrantes recibidos en nuestro suelo, un pequeño esfuerzo para adaptarse ¿no?
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