Susana Olivera
En la torre, cerca de las almenas, en lo más alto del
castillo, una ventana oval. No tiene vidrios y el grosor de las paredes parece
resguardar del frío y el viento. Soy prisionera en ese castillo medieval, el
castillo medieval de Cluny, próximo al río Sena.
Con mi traje largo, la cintura apretada y terminando en un triángulo
invertido en la falda miro hacia la lejanía. Las mangas abultadas, con bordados
de oro llegan hasta mis manos enfundadas en largos mitones que atrapan mis
dedos índices. Quiero hacer sombra en mis ojos, el sol brilla y atisbo la
lejanía esperando, esperando.
Prisionera en ese enorme y frío castillo… ¿quién es mi
torturador? Tal vez, ese monstruo que veo desde mi celda en el aljibe del patio?
¿Cuánto tiempo hace que soy prisionera? ¿Cuánto tiempo más deberé esperar?
Espero. Espero a mi enamorado. Que vendrá. Vendrá montado en
un unicornio blanco vestido con sus ropas brillantes. Vendrá a salvarme de mi
prisión… jinete garboso en su unicornio blanco.
Lo veo. Al fin. El rostro más bello. Viene trotando con su
melena rubia al viento; la pluma de su romántico sombrero sube y baja marcando
el ritmo del galope del unicornio. Su capa es un pájaro negro. Sus calzas oscuras,
sus escarpines espolean a la cabalgadura. Él también desea rescatarme…
Entra por la enorme puerta de madera con trabas de grueso
metal en medio de un escándalo de cascos rebotando en las piedras. Se abren las
puertas para él. Pero deberá llegar hasta mi ventana en lo más alto de la torre
rodeada de horribles gárgolas.
Ya está allí, al pie de la ventana oval desde donde se asoma mi
anhelo.
¿Cómo trepará hacia mis brazos?
Se quita la capa negra que aletea al viento y cae en
aspavientos sobre el suelo empedrado. La levanta con sus largos blancos dedos y
cubre con ella la imagen horrible del aljibe. La capa es ahora un enorme pájaro
abatido.
Tal vez, su capa negra
destruya la fuerza del monstruo que me condena.
Quiere trepar el alto muro por las piedras toscas usando sus
manos. Cae una vez, dos, diez. El unicornio blanco tasca el freno; está
nervioso, inquieto.
¿Qué hacer? Mi corazón rebota en mi pecho ante cada intento.
Tramo algo desesperado. Deshago mi peinado y arrojo mis
largas trenzas hacia él. Que trepe por ellas para un beso de amor.
No son lo suficientemente largas… Mi dulce enamorado levanta
con sus largos blancos dedos la capa negra que se infla en el suelo empedrado.
Y ata sus extremos en mis dos largas trenzas.
Y llega a mí. Iniciamos una danza de amor por el frío
castillo… Giramos y giramos con pasos menudos como si nos deslizáramos sin
tocar el suelo, rodeados de luces de lentejuelas. Danzamos por salones helados,
por salas con estatuas mutiladas, más frías que el frío castillo… llegamos a la
sala de los tapices que parecen entender y miran curiosos nuestro pas de deux.
¿Soy yo la dama del unicornio? ¿Es mi mano la que acaricia
tiernamente al animal?
¿Es él el caballero de aquel otro tapiz?
¿Es mi enamorado ese garboso caballero que gira como trompo
de cadera abullonada llevando entre sus brazos mi cintura en triángulo?
La luz que ilumina los tapices de la dama del unicornio nos
enmarca como si fueran las luces de un escenario y giramos los dos enlazados en
nuestra danza…
Y nuestro tierno pas de
deux nos arrastra por salones de piedra dura y mis manos que sostienen las
manos de mi enamorado se sueltan, se despenden, y mi enamorado sigue danzando y
girando interminablemente… Y se pierde en su danza por los interminables y
fríos salones con estatuas decapitadas y cabezas de reyes o papas antiguos heridas
por el tiempo.
El monstruo del aljibe no me perdona y estoy otra vez aquí,
prisionera. Prisionera de mi lápiz y papel. De mi escritura. Prisionera de un
recuerdo que sueña la bella dama del unicornio.
Soy
yo, yo la que escribe la historia de la dama y su caballero que cabalga un
unicornio blanco. Soy yo la que escribe y sueña. Sueña con el amoroso pas de deux. Con el dúo de amor.
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