Noemí Vizzica
Todos sabemos que dormir la siesta trae
beneficios a nuestro cuerpo y mente; pero para nuestra madre, además de estas ventajas,
era obligatoria.
Cuando mi hermano y yo éramos niños
asistíamos a escuelas de turno mañana, por lo tanto aceptábamos un poco las siestas
invernales, pero acostarse a descansar en el verano, era “un suplicio”.
En los rigurosos días de verano, después
del almuerzo, mamá comenzaba con el ritual de extender en el suelo una sábana doble
o una loneta, cercana a la puerta de la habitación para que corriera un poco de
aire, si lo había, ya que esta se encontraba al lado del patio. Ella hacía lo mismo
en el dormitorio contiguo pero auxiliada por el ventilador.
Ambos hacíamos esfuerzos por dormir,
pero el deseo de ir a jugar era más fuerte. Cuando intentábamos levantarnos sigilosamente,
los gritos de mamá se hacían sentir y debíamos regresar inmediatamente a acostarnos.
Después de un tiempo, decidimos de
común acuerdo, aceptar sus órdenes, nos hacíamos los dormidos y, con una mirada
pícara y algún gesto, esperábamos que mamá se durmiera profundamente. Un leve ronquido
nos daba la certeza de que eso había ocurrido.
Tratando de no hacer ruido, descalzos y en punta
de pie, salíamos de la habitación. Mi hermano se dirigía al fondo a trepar en los
árboles y yo al altillo a jugar a la maestra o con las muñecas.
Pasó el tiempo. Cuando comencé a estudiar
y trabajar, comprendí la necesidad de la siesta, pero las múltiples obligaciones
ya no me permitían realizarla.
Ahora en la etapa de la jubilación, sin exigencias,
ya no es una obligación –como en nuestra infancia– ni una necesidad –como en la
época del trabajo–, pero para mí se ha transformado en un plácido momento y cuando
algún llamado telefónico inoportuno, interrumpe mi sueño, siento que me parezco
más a mi madre, para la cual la siesta era “sagrada”.
Recuerdo los momentos de siesta, pero yo iba a la escuela por la tarde, así que solo podíamos dormir siesta en los feriados. A principio de la primaria íbamos a clase también los días sábados, luego eso cambió, pero no recuerdo en qué año. En la secundaria sí iba por la mañana, así que en esos años sí me gustaba dormir la siesta.... Mimí
ResponderEliminarRecuerdo que cuando era chico dormía la siesta con cierto placer en Navidad o 1º de Enero porque en esa fecha me dejaban tomar el clericó que preparaba mi mamá y me adormilaba un poco. Me iba a la cama a leer el Libro de Oro de Patoruzú.
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