Noemí Peralta
Su apodo se debía a que era bajita, con unos kilos de más.
Tenía una nariz aguileña como mi abuela materna, y unos ojos celestes igual a
ella.
Con mi tío Carlos, su marido, vivían siempre en la
naturaleza, la cual amaban; por lo general, en campos con animales y mucha
vegetación.
Durante mi niñez y adolescencia fueron muchos los lugares a
los cuales se mudaron, y siempre lejos de Rosario, en otras provincias.
Vivieron en Chaco, Formosa, Miramar, Buenos Aires en el Delta;
pero siempre en el campo.
Les gustaba criar animales como gansos, patos, gallinas,
pavos, vacas y algunos más que no recuerdo.
También tenían algunos caballos para recorrer montados todo
el campo.
De vez en cuando, venían a visitarnos a Rosario y los
recibíamos con mucha alegría.
Mi tío tenía muchísimos relatos de sus vidas en el campo, que
supongo que adornaría bien cuando nos contaba a nosotros sus sobrinos.
Muchas veces me escribía contándome de los animalitos de la
zona, como cuando estuvieron cerca de un bosque en el norte y veía a los
monitos ir a descansar por la noche y levantarse al alba, haciendo tanto
alboroto como los pajaritos.
Relataba muy bien y tenía una caligrafía hermosa. Algunas
veces, para que yo viera cómo eran las mariposas que allí había, me enviaba
algunas de muy vistosos colores.
A mi tía le gustaba regalarnos distintos animalitos y eso a
mi madre la desesperaba.
Cierta vez nos trajo tres conejitos blancos, cada uno marcado
en una oreja, para que no peleáramos por ellos y pudiéramos distinguirlos.
El de mi hermana era muy tranquilo y ella lo usaba como si
fuera una muñeca, le ponía vestiditos y jugaba a la mamá.
El mío no era muy tranquilo, pero dejaba que lo tuviera en
brazos y lo acariciara.
En cambio el de mi hermano era muy arisco y fue el primero
que se escapó, cavando bajo el alambrado que daba al terreno baldío.
Cuando nos comunicó por carta que nos enviaba una ovejita
color rosada (que había teñido), saltábamos de contentos.
Cuando llegó el tren en el cual nos la enviaba, nos dijeron
que se había muerto en el camino. Grande fue nuestro pesar.
En otra oportunidad nos trajo un coatí, que se comportaba
como un monito, era muy cariñoso y podíamos tenerlo upa. Lo queríamos mucho,
pero debía estar atado a un árbol, al cual se subía a veces, porque nuestro
temor era que se escapara.
Cierto día, cuando aún vivíamos en calle Rioja y Alvear,
donde no teníamos ningún terreno, nos envió un camaleón dentro de un frasco de
vidrio con tapa, el cual había perforado para que el animalito respirara.
La cosa fue terrible. Cuando mi madre se disponía a abrir el
paquete y al ver semejante bicho, pegó un grito y del susto tiró el frasco, el
cual se rompió y el pobre animalito salió disparado por todos lados. Corrimos
al dormitorio y nos subimos a las camas, mientras la chica que ayudaba a mi
madre lo corría con una escoba en alto. No recuerdo como terminó la historia,
aunque supongo que fue con la muerte del pobre bicho.
Quería enviarnos un monito tití, pero mi madre se opuso
rotundamente, así que nos quedamos con las ganas de tener uno.
Luego, en una de sus visitas nos trajo un cuero de víbora de
dos metros, un cascabel de los que pierden estas víboras cuando cambian la
piel, y un caparazón de carpincho, menos mal que esta vez no eran animalitos
vivos.
Adoraba a esta tía y tío. Ella te abrazaba con un abrazo de
oso cada vez que venía.
Ahora a la distancia, me hacen sonreír estos recuerdos y es gracias a
ella que amo a todos los animales.
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